Resumen Latinoamericano, 9 enero 2020.-
Por José Gregorio Linares, Maestro Honorario Unearte.
Matar de hambre a una población es una táctica de guerra nazi. A lo largo de la historia había sido puesta en práctica de manera empírica por los ejércitos convencionales para rendir una plaza sitiada y luego someter a los sobrevivientes; pero rara vez se pensaba en el aniquilamiento total del enemigo. Sin embargo, los investigadores alemanes al servicio del Tercer Reich le dieron fundamento científico a esta maquiavélica forma de exterminio. Durante la Segunda Guerra Europea (1939-1945) concibieron y planificaron con extrema frialdad la forma de llevarla a cabo. El propósito era exterminar al pueblo soviético, que enarbolaba las banderas del socialismo y se oponía al avance del nazifascismo.
Leningrado fue uno de las ciudades rusas escogidas para probar la eficiencia de esta táctica genocida: la ciudad poseía decenas de fábricas, entre ellas la única industria de tanques pesados, carros y trenes blindados del mundo. Esta urbe era clave desde el punto de vista geopolítico pues constituía un importante nudo de comunicaciones con el norte del país. Allí vivían 3 millones de habitantes, el equivalente a toda la población de Caracas hoy en día. Además, siendo Leningrado la cuna de la Revolución Rusa de 1917, su destrucción asestaría un duro golpe a la moral de los soviéticos. Por tanto, los nazis se plantearon ocupar esta importante posición estratégica, pero antes, como un huracán de muerte, arrasarían con la población.
El primer paso fue bloquear Leningrado. Se aisló casi por completo a la ciudad de los principales centros de abastecimiento de comida. Luego se la sometió a un bombardeo incesante, entre las ocho de la mañana y las diez de la noche. El asedio se prolongó casi 900 días, desde septiembre de 1941 a enero de 1944.
Esto causó una hambruna generalizada. Los leningradenses se vieron obligados a despegar el papel tapiz de las casas para rasparlo y comer el pegamento elaborado a partir de un compuesto de harina. También tuvieron que comerse las correas y todos los artículos de cuero, los perros, los gatos, los cuervos y hasta las ratas. En medio de la desesperación hubo Incluso actos de antropofagia. Diariamente miles de personas morían por inanición y por enfermedades causadas por la falta de nutrientes o los trastornos gastrointestinales. El saldo final fue escalofriante: más de un millón de personas, es decir, una tercera parte de la población, murió de hambre en menos de tres años.
El plan de matar de hambre a los habitantes de Leningrado fue estudiado meticulosamente por el profesor dietético Ernst Ziegelmeyer del Instituto de Nutrición de Múnich quién, con base en concienzudos estudios que incluían analizar el censo de habitantes y la cantidad de alimentos que podían ser guardados de acuerdo a la capacidad de los almacenes, concluyó que en muy poco tiempo la comida mermaría y, en consecuencia, los ciudadanos tendrían que someterse a un plan de racionamiento que solo les permitiría el consumo de 250 gramos de pan diarios, porción insuficiente para mantener la salud. De este modo, mediante la combinación del ataque aéreo, el sitio por tierra y el bloqueo naval, los alimentos se acabarían rápidamente y los defensores irían falleciendo por inanición, sin tener los alemanes necesidad de luchar y sufrir bajas.
El proyecto fue aprobado por el Alto Mando de las Fuerzas Armadas Nazis. Al respecto Hitler declara (29 de setiembre de 1941): “He resuelto borrar a Leningrado de la faz de la tierra. No nos corresponde a nosotros, ni nos corresponderá el problema de la supervivencia de su población, es decir de su abastecimiento. En este combate, en el que nuestra resistencia está en juego, es contrario a nuestros intereses salvar a la población de esta ciudad, ni siquiera a una parte de esta”. Alrededor de 725.000 militares con armamentos de todo tipo sitiaron Leningrado para impedir que la población pudiera salir a abastecerse de lo indispensable para vivir.
En consecuencia, hubo un especial ensañamiento con los almacenes de comestibles. Los proyectiles destruyeron toneladas de azúcar, grasa, harina, pasta, cereales y granos depositados en las fábricas y silos, pulverizaron los frigoríficos para dañar toda la comida, hundieron las gabarras que transportaban víveres por los ríos, incendiaron los sembradíos, destruyeron los mercados y los comercios.
Simultáneamente se desarrolló una guerra comunicacional. La aviación nazi lanzó propaganda donde se anunciaba: “Vuestra ciudad está completamente rodeada por los ejércitos alemanes. El Alto Mando no desea en modo alguno imponer sufrimientos a la población civil. Pero la rendición constituye la única alternativa a la aniquilación absoluta o al hambre. Convenced a vuestros dirigentes de que es preciso sacrificar el bolchevismo en aras de la paz. ¡Es mejor ser un súbdito sano de vuestros conquistadores indiscutibles que un bolchevique hambriento!”.
¡Pero Leningrado no se rindió! Sus habitantes hicieron de todo para sobrevivir: abrieron una ruta secreta para el abastecimiento de alimentos que eran transportados desde las ciudades cercanas (pero fueron descubiertos); ajustaron el racionamiento al mínimo indispensable para que todos pudieran alimentarse; se organizaron patrullas para atender a los enfermos y socorrer a los desvalidos; un grupo de voluntarios taló madera en los bosques no ocupados por los alemanes; unos buzos extrajeron miles de toneladas de carbón que yacían bajo el agua del puerto, concretamente de unos barcos ingleses que en el siglo XIX habían arrojado el mineral al fondo; otros buzos rescataron del Lago Ladoga toneladas de trigo que se pudieron secar y recuperar para comer; durante el aniversario de la Revolución Bolchevique para elevar la moral los niños recibieron como premio una porción de leche con una cucharada de harina de papa y los adultos tomates salados; se crearon nuevas rutas de aprovisionamiento que fueron bautizadas como “Carreteras de la Vida”. Además fueron cultivadas clandestinamente cientos de hectáreas de hortalizas, papas y repollos, por grupos de familias que recibían adiestramiento especial en agricultura y economía de guerra. También el Instituto Científico de Leningrado produjo una harina sintética a base de conchas y caparazones, complementada con aserrín, mientras grupos de botánicos resguardaban un banco clandestino de semillas. “Desesperados, los habitantes tuvieron que obrar milagros para sobrevivir como por ejemplo convertir el azúcar quemado de una fábrica en un sirope calcinado que se podía mascar e ingerir sin riesgo como un caramelo. Científicos y químicos inventaron pan con un 20% de harinas trituradas, un 10% de semillas oleosas y un 10% de celulosa, lo mismo que leche con semillas de soja o sopa de agua caliente de hojas de pino o cuero de zapato hervido. Pronto se fabricaron ingeniosos inventos para llevarse algo a la boca como sopas hechas de encuadernación de libros, caldos de hojas secas, pasta de ramas jóvenes de árbol cocidas con turba o sal, pan de celulosa, harina de algodón, leche de algas, lácteos con intestino de gato mezclado con aceite de clavo e incluso se elaboraron 2.000 toneladas de salchichas cocinadas con cuerda de violines que mezclaban con simiente de lino y aceite de maquinaria industrial”.
En medio de las más terribles desgracias, permaneció viva la llama de la esperanza, y se emprendieron los más poderosos actos de resistencia. Se organizó una orquesta sinfónica, bajo la dirección de Karl Eliasberg, que fue capaz de interpretar la Sinfonía de Leningrado, del compositor ruso Dimitri Shostakovich: Un verdadero himno de dignidad y lucha. Los músicos debilitados por la hambruna apenas eran capaces de sostener sus instrumentos, sin embargo tocaron. El día del estreno de la obra, se colocaron altavoces en toda la ciudad no sólo para que el pueblo asediado escuchara el concierto, sino también para que las tropas invasoras supieran que allí nadie se rendiría.
Finalmente, el arrojo y el amor por la Patria vencieron sobre unos invasores que blandían la guadaña de la muerte. Los alemanes fueron definitivamente derrotados en enero de 1944. El pueblo de Leningrado celebró con bailes la victoria sobre sus agresores y rindió homenaje a los caídos. «Subestimaron nuestra voraz hambre de vivir», escribió una superviviente.
Hoy, los epígonos de Hitler que ocupan la Casa Blanca pretenden aplicar contra la Venezuela Bolivariana la misma táctica de guerra de la Alemania Nazi: matar de hambre a la población. Esto lo están haciendo mediante: 1) la imposición de ilegales bloqueos y embargos que obstaculizan el acceso a las fuentes de compra y abastecimiento de alimentos del mercado internacional por parte del Estado venezolano; 2) la aplicación de una estrategia de hiperinflación que imposibilita a la mayor parte de la gente la adquisición incluso de los alimentos de la canasta básica.
Esta criminal política está causando: 1) por un lado desazón y rabia contenidas, que aún no hallan un cauce para manifestarse (el pueblo es sabio y paciente, diría Alí Primera); 2) por el otro, serios niveles de desnutrición que ya se hacen visibles (especialmente entre quienes viven de un salario); que generan daños a la salud física, emocional y mental del pueblo venezolano. El propósito de esta política de inspiración nazi es debilitar material y espiritualmente a nuestro pueblo para que se rinda y entregue la Patria. Aniquilarlo progresivamente para destruir su capacidad de resiliencia ante las dificultades.
Si este es el plan del enemigo, entonces la estrategia de lucha del Estado venezolano conjuntamente con el Poder Popular debe centrarse en organizar la producción, almacenamiento, procesamiento, transporte, comercialización y consumo de alimentos en el marco de una economía de guerra.
Y porque en esta guerra Venezuela no se rinde, urge que diseñemos, ejecutemos y evaluemos juntos, con sentido de venezolanidad, un proyecto sistemático y coherente que garantice la seguridad y soberanía alimentarias, basado en las fortalezas y potencialidades de nuestra nación y nuestra población en cada territorio; aplicando el principio de Hipócrates que establece: “Que tu medicina sea tu alimento, y el alimento tu medicina”.
Así, con la misma fuerza y creatividad con que Leningrado derrotó a unos agresores que la querían matar de hambre, hoy nuestra Patria vencerá a los epígonos del nazismo que pretenden someternos por hambre y enfermedad. ¡Y conquistaremos nosotros mismos el buen vivir y la prosperidad que todos merecemos!
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