Por Alfredo Grande
(APe).- He dicho en diferentes ocasiones que el escándalo es la cara visible de la hipocresía. Y lo que llamamos democracia, lo que vivimos como democracia, lo que sacralizamos como democracia, se sostiene con un altísimo nivel de hipocresía. Sabemos que no, pero hacemos como que sí. Si dejamos despejar la neblina hipócrita, nos damos cuenta de que la polaridad no es dictadura / democracia. La polaridad fundante es terrorismo de estado / estado terrorista.
“El policía actuó como debía. En cualquier país civilizado el Estado lo primero que se hace es darle la presunción de inocencia a su policía y no al revés”, afirmó ayer la ministra de Seguridad Patricia Bullrich en una nueva defensa del gobierno al policía Luis Chocobar, quien mató a un ladrón por la espalda mientras éste huía. (El País). La ministra está atrapada en su propia neblina mental. Para ella, no hay presunción de inocencia. Hay certeza de inocencia.
Si una imagen vale por mil palabras, las miles de palabras de la ministra no tapan la imagen. Ni siquiera se puede hablar de exceso en legítima defensa. Carátula con la que el legendario ingeniero Santos fue juzgado. Y agregamos: condenado. Pero en muchas lunetas de automóviles se leía un sticker: “Tengo pasacasete. Y soy ingeniero”.
Todo concepto, toda doctrina, está atravesada por la lucha de clases. La justicia por mano propia es anatema. Pero la injusticia por mano ajena es idolatrada. Algunos llaman a esto impunidad. La certeza de inocencia es una nueva doctrina de seguridad. Destroza la igualdad ante la ley, aun en su más absoluta precariedad. Si perteneces a un organismo de seguridad (para el Estado) certeza de inocencia. Si sos negro, pobre, feo, sucio, malo: certeza de culpabilidad. Por lo tanto no estamos solamente frente a una aberrante concepción de la legitimidad de la violencia en defensa propia.
Una ministra de Seguridad (para el Estado) es la pedagoga del estado terrorista. Y tiene sus seguidores, que no son pocos. Hemos hablado durante décadas sobre el enano fascista. Propongo pensar en el fascismo mediocre. Una versión de lo que alguna vez denominé “fascismo de consorcio” y que ahora ha excedido ese ámbito acotado para hacer metástasis en todo el territorio. el fascista mediocre no tiene idea, (en realidad tiene pocas ideas), de su condición fascista. Ni siquiera es un liberal asustado. Es un liberal más prepotente de lo necesario.
Asesinar por la espalda es la marca de la cobardía más profunda. Los guerreros combatían con sus enemigos en forma cruel. Pero había honor en morir en la batalla. Frente a frente. Cuando Cyrano de Bergerac, espadachín y poeta, es herido de muerte, Edmond Rostand escribió estos versos: “no me hirió paladín fuerte, me hirió un rufián por detrás, para no acertar jamás, tampoco acerté con mi muerte”.
Asesinar por la espalda es otra de las formas de degradar la vida. Pero los decretos de poca necesidad y ninguna urgencia son una forma de gobernar por la espalda. Los tarifazos, arrasar con lxs trabajadorxs de organizaciones básicas como el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) el Hospital Posadas, y demasiados otros, también es gobernar por la espalda, los tarifazos, los naftazos, los peajes confiscatorios, las jubilaciones confiscadas. O sea: llamo “chocobarismo” a una modalidad de gobernar por la espalda. Las espaldas de la clase trabajadora, que no es lo mismo que pueblo, y mucho menos que “gente”. Asesinar, atacar, insultar, agredir por la espalda anula el impacto de la mirada en la comunicación humana. Ya ni siquiera será importante el secreto de los ojos. Ya nadie buscará ninguna mirada. Porque sostener una mirada implica convicciones firmes.
Por la espalda es la marca de la traición. Y de la cobardía. Anula la culpabilidad y toda forma de responsabilidad. Mi compañero y amigo Gustavo Robles escribe:
“Quienes sobrevivimos a la dictadura fuimos testigos de lo que ocurría no sólo con la libertad, sino con la vida de las personas, cuando esa concepción se impuso a sangre y fuego con las botas en el gobierno llenándole los bolsillos a la casta empresarial que hoy gobierna de la mano del imperialismo globalizado. Somos los mismos que al echar al proceso genocida del poder dijimos “nunca más” al terrorismo de Estado que la alianza Cambiemos (Pro-Coalición Cívica-UCR) quiere volver a instaurar. El gen fascista de quienes apoyaron a los asesinos en los años de plomo se mantuvo latente porque nunca fueron juzgados los civiles que financiaron a los uniformados. El empresariado local, socio menor de la burguesía imperialista, siguió con el poder económico en sus manos y nunca fue puesto en peligro por ninguno de los gobiernos “democráticos” que continuaron hasta el presente”.
Comparto estas ideas. Pero no supimos decirle nunca más al estado terrorista. Ni siquiera ahora con la presentación en sociedad y suciedad del “chocobarismo”. Todas las críticas a las políticas genocidas de guante libre y a cielo abierto. Si dios vomita a los tibios, intentaré impedir ese aciago destino. Creo que el chocobarismo sumado a tarifazos, despidos, cierre de establecimientos básicos para la salud y la industria, los salariazos al revés, la masacre jubilatoria, coloca a la administración gubernamental en el horroroso listado de crímenes contra la humanidad. Lo que he llamado en mi segundo libro editado por APe, “el crimen de la paz”.
La diferencia entre la guerra y la paz se derrite. Y como escribí hace décadas: “si no se trata de política, sino de guerra, no podemos hablar de paz, sino de tregua”. Esta tregua que inauguró el mandato de Raúl Alfonsín, ha terminado. El chocobarismo es una declaración de guerra. Encubierta. Hipócrita. Cobarde. Pero es una declaración de guerra. Por lo tanto además de policías infiltrados, estemos alerta a políticos, incluso militantes, infiltrados. “Un solo traidor puede más que mil valientes”, cantaba Zitarrosa. Las unidades reactivas, la unidad de los contrarios, la hipócrita unidad de sindicalistas cortados por diferentes tijeras, se parece más al “like” de Instagram. Terminarán más temprano que tarde en nuevas formas de chocobarismo.
Como conclusión no final, hay un juez en Esquel que está armando causas a organizaciones y personas que actuaron y escribieron sobre la desaparición y asesinato de Santiago Maldonado. Soy uno de ellos. Y fiel al cancionero de la Guerra Civil Española, le digo al señor juez: “si me quieres encontrar… ya sabes mi paradero”.
Edición: 3550
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