Resumen Latinoamericano, 5 abril 2018
Así como Venezuela Bolivariana ha sido y es un laboratorio en el que se enhebran todo tipo de agresiones para tratar de acabar con un gobierno de hondas raíces populares, lo que se está viendo estos días en Brasil no le va a la zaga. El matrimonio entre O‘Globo, el mayor holding mediático del país, con el Poder Judicial supera todo lo visto en un continente donde no faltan motivos para definir que cada vez se avanza más hacia formas totalitarias de gobierno y de gestión.
Lo de este pasado miércoles en el Tribunal Supremo brasileño hizo recordar en parte a la bochornosa sesión parlamentaria en la que una jauría de diputados justificaban su voto para facilitar el juicio político en el que finalmente se dispondría el derrocamiento de la presidenta Dilma Roussef. La saña con la que cinco previsibles magistrados fueron leyendo un guión previamente escrito y dictado en las usinas en la que intercambian pareceres representantes de la embajada estadounidense, ejecutivos de la cadena O’Globo y dirigentes políticos de la derecha brasileña, se convirtió en una muestra más del recurso de la posverdad. Sin otro argumento que cercar y posteriormente arrasar con las intenciones de Lula de participar como candidato presidencial, los integrantes del Tribunal mintieron y volvieron a mentir sobre el dichoso tema del departamento playero que supuestamente el ex presidente habría recibido de una empresa “agradecida” con su gobierno.
Si faltaba algo para enterarse cómo y cuánto jugaron las presiones sobre un Tribunal que se dice ecuánime, allí está el vergonzoso papel que jugó la magistrada Rosa Weber, que en una parrafada tan extensa como inconsistente cambió el voto que en otra ocasión había inclinado a favor de Lula para esta vez condenarlo. Sin más razones que subirse a la ola golpista y sacar del tablero al único dirigente que puede oponerse en las urnas y ganar a la avanzada fascistoide que soporta Brasil. Weber sabía que su voto negativo a la concesión del habeas corpus iba a pesar fuerte en la opinión pública. Adivinaba que se repetiría un escenario parejo a la hora de que cada magistrado dé su opinión y quiso mostrarse, junto con la presidenta del Tribunal, Cármen Lucía (otra que bien baila a la hora de profundizar el golpe) como “imparcial” en su juicio. O mejor dicho como seguidora de un lema que en el continente tiene otros adherentes: “como te digo una cosa te digo la otra”. Por eso dejó abierta la puerta de rever su voto negativo en una futura instancia.
O sea, todos los que se ofrecieron a ratificar la condena a prisión de Lula en este TSF amañado por el golpismo y presionado por los militares, lo han hecho basados en la necesidad de frenar, sea como sea, la ofensiva anti-neoliberal que el ex líder metalúrgico representa. Junto a Nicolás Maduro y Evo Morales, Lula conforma la trinidad que podría facilitar la restauración de tiempos mejores para los pueblos de Latinoamérica y el Caribe. Pero Brasil significa mucho para que el Imperio corra el riesgo de perderlo ahora que se hizo con el timón, por más que Temer no dé ni siquiera la talla del perfecto felón.
Por esa razón, por el odio de clase que alberga el pensamiento de la oligarquía brasileña, hija mimada de las políticas de Washington, no solo están decididos a quitar al candidato más popular del tablero, sino que incluso, si no lo pudieran parar “legalmente” estarían dispuestos a asesinarlo. Algo que la militancia que habitualmente rodea a Lula no debería descuidar ni descartar
Visto lo visto, hay que asimilar el golpe judicial y no retroceder en la instancia más preciosa que el dirigente del PT puede mostrar como acumulado histórico: el apoyo de los sectores más comprometidos del pueblo obrero, campesino y estudiantil que todos estos meses lo ha defendido y aclamado en las calles.
Hay que entender de una vez por todas que el poder fundamental no radica en las instituciones burguesas y en una democracia corrupta y manipuladora, sino en la acción directa, en los cortes de carreteras, en las movilizaciones masivas, en la necesidad de que se decrete una urgente huelga general.
Como ayer, como siempre, el pueblo deberá apelar a las armas que mejor maneja y que surgen de su rebeldía y protesta frente a quienes quieren avasallarlos. No se trata de invertir tiempo ni esfuerzos en “defender” la “democracia” actual, como proclaman ciertos dirigentes, todo lo contrario: hay que procurar demolerla porque es la principal herramienta que utilizan los enemigos de la causa popular para encorsetar sus ansias de liberación nacional y social.
El golpismo de los “demócratas” debería ser arrasado por los constructores de un poder de nuevo tipo, inclusivo, sin explotadores ni explotados, sin impunidad para los nostálgicos de la dictadura de los 60, sin ataduras al imperio. No hay vereda del medio cuando lo que se viene encima son los Bolsonaro y sus paramilitares fascistas. Si realmente se quiere defender a Lula hay que poner el cuerpo desde abajo y a la izquierda y pelear unitariamente por una nación diferente, igualitaria, socialista. Donde la reforma agraria no quede en promesas de campaña, como hasta el presente.
Es la hora de generar un Brasil paralelo, que se autogobierne y genere bolsones importantes de poder popular. Con los Sin Tierra y los Sin Techo, con el Frente Brasil Popular y también con la incipiente llama unitaria y antifascista que rodeó a Lula el domingo pasado en un acto de masas en Río.
Cualquier otra receta, que no contemple definiciones anticapitalistas y antiimperialistas, incluso las tradicionales del reformismo y el neodesarrollismo ya fueron probadas y además de fracasar abrieron indirectamente las puertas por las que se coló esta derecha que hoy impera.
En el Brasil de hoy la partida es al “todo o nada”. No alcanza con gritar “Fora Temer” sino de crear rápidamente las condiciones para que él y todo su gabinete surcado por la corrupción se derrumbe. De lo contrario habrá fascismo para rato y se sabe las consecuencias que eso genera.
Con Lula en libertad o con Lula en la cárcel, su liderazgo y el apoyo de quienes han proclamado defenderlo en Brasil y el continente deberían alcanzar para dar vuelta esta amarga circunstancia. Lo peor sería no intentarlo.
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