viernes, 13 de abril de 2018

Todos tus muertos

10 de abril de 2018
Walter Lezcano*

Más de 2000 pibes asesinados por gatillo fácil desde que volvió la democracia. Y más de 300 durante este Gobierno. Hugo, Lautaro, Maximiliano y Damián eran jugadores de fútbol cuando un policía los mató. Una crónica imperdible de Don Julio.

Foto: Victoria Irene                               

Esa noche, Alejandra ya estaba profundamente dormida cuando un adulto y dos menores se pararon en la puerta de su casa y buscaron la manera de llamarla. Primero golpearon las manos, después tocaron el timbre. Como no recibieron respuesta alguna tocaron el picaporte y descubrieron que la puerta que daba a la calle estaba abierta. Tenían que hablar con ella en ese preciso momento, no podían esperar. Era un sábado igual a muchos otros que había vivido: no traía ninguna sorpresa para Alejandra. El reloj de la pared marcaba las 23.30 horas en esa parte del mundo: Avellaneda.

A medida que se adentraron en esa casa pequeña que ya conocían, el hombre y los dos jóvenes empezaron a llamarla. Alejandra entonces, al fin, se despertó y lo primero que hizo fue pronunciar el nombre de uno de sus hijos:

—Huguito, ¿sos vos? —preguntó con ese balbuceo típico de quien todavía tiene una pata en el mundo de los sueños pero necesita aterrizar, de una vez por todas, en la realidad. Huguito era Hugo Arce, jugador de San Telmo, su hijo de 17 años. Lo había visto unas horas antes y le había dado permiso para ir a ver a Rocío, su prima.

—No, Alejandra, soy yo— dijo su ex pareja, el padre de Hugo. Ahí fue que Alejandra abrió bien los ojos y se preocupó.

—¿Qué pasa? —preguntó, ya completamente despierta y preocupada. Se había acostado vestida y tenía toda la ropa arrugada.

—Le dispararon a Hugo— dijo uno de los menores en una voz muy baja pero perfectamente clara.

No sabía que esa tarde iba a ser la última vez que vería con vida a mi hijo Hugo.

En un segundo, Alejandra se levantó de la cama y lo miró a su ex sin entender muy bien qué estaba pasando. Las palabras “disparo” y “Hugo” en la misma oración sonaban inconcebibles. En la calle los esperaba un remís. Alejandra se subió junto a su ex y los dos menores y se fueron a buscar a Hugo por las calles profundas y oscuras de Gerli, donde supuestamente estaba baleado.

Ahora, cinco años después de esa noche y en la misma casa, Alejandra da de comer a India, su perra, luego prepara un mate amargo, chupa la bombilla y recuerda:

—No sabía que esa tarde iba a ser la última vez que vería con vida a mi hijo. Mi vida cambió para siempre desde ese día. 

***

El viernes 6 de mayo de 2016, Damián Orué, de 16 años, salió del colegio N° 72 al mediodía con su hermana. Los dos iban juntos a 3° año. Volvieron a la casa y almorzaron. Ese día jugaba Quilmes. Damián iba a ir. Era socio del club así que entraba gratis. Su hermano también quería ir a ver a Quilmes así que se fue a sacar la entrada. Mientras su hermano volvía, Damián se fue a la casa de un amigo. Hasta ahí llegó otro amigo con el cual se fueron a la plaza de la virgen, en Quilmes, donde se encontraron con la novia de Damián. 

Al poco tiempo, la familia Orué recibía en su casa la noticia, por intermedio de un primo, que le habían disparado a Damián. Adolfina, su mamá, fue la primera que salió de la casa y corrió a lo de un vecino a que la llevara a la plaza donde estaba su hijo. La imagen con la que se encontró era: un cerco perimetral, policías, ambulancias, forenses alrededor del cuerpo de su hijo.

Algunos días después, un titular del diario online San Francisco a Diario diría: “Cabo de la Federal abatió a malviviente”. La bajada iría en la misma dirección: “Ocurrió en el Barrio Parque Calchaquí, de Quilmes. Dos peligrosos hampones intentaron asaltar a un suboficial pero éste reaccionó y ultimó a disparos a uno de ellos. El otro se dio a la fuga.” El cuerpo de la noticia, que no lleva firma, aclararía algunos pormenores: “Como saldo de un violento tiroteo, un suboficial de la Policía Federal abatió a uno de los dos peligrosos delincuentes que trataron de asaltarlo, mientras se hallaba en la puerta de su vivienda, en un cruento suceso registrado en la localidad bonaerense de Quilmes. El restante marginal se dio a la fuga y ahora es buscado de manera intensa por los pesquisas. Los voceros del departamento judicial de Quilmes revelaron que el hecho se produjo cuando el cabo Lucas Navarro abandonaba su finca, situada en el cruce de Brasil y Húsares, en el denominado Barrio Parque Calchaquí. En esos momentos, la víctima guiaba un Chevrolet Corsa. Trascendió que aparecieron en escena dos forajidos provistos de armas de fuego, quienes amenazaron de muerte al damnificado y le exigieron la entrega del vehículo. Sin embargo, Navarro, que se hallaba franco de servicio y vestido de civil, extrajo su pistola reglamentaria 9 milímetros y de inmediato se enfrentó a disparos con el dúo de malvivientes […] El tiroteo finalizó con la muerte de uno los chacales, identificado como Damián Orué, de 16 años y residente en la famosa Villa Los Álamos, en jurisdicción de Quilmes […] Las autoridades policiales y judiciales consideran que los marginales que intentaron desvalijar al suboficial, frente a su domicilio, serían responsables de numerosos asaltos, consumados recientemente en el sur del conurbano provincial, y que obraron al voleo cuando interceptaron al miembro de la Federal.”

Adolfina pasó por arriba del cerco perimetral, se sacó de encima a los policías que querían detenerla, se arrodilló frente al cuerpo de su hijo, le sacó la gorra y se la puso bajo la nuca. Luego se sacó la campera que tenía y se la extendió sobre el pecho y lo abrazó. Ahí sintió la espalda llena de sangre. Le pidió que se despertara. Llegaron otros familiares y se llevaron a Adolfina a un costado, cerca de una de las ambulancias.  

Uno de los enfermeros, que la conocía, le dijo:

—Negra, a tu hijo lo dejaron morir, si hace rato que murió.

Adolfina Acosta Varela vino de Paraguay hace ya muchos años. Es pensionada y tiene un freezer grande en el que pone bebidas y las vende a la gente del barrio, en Los Álamos. Ahí, una de las primeras mañanas de 2017, al lado de sus dos hijas, dice:

—Ahí me di cuenta de que llamaron a la ambulancia una vez que se dieron cuenta de que había muerto.

Sus dos hijas sacan recortes de diarios que utilizan palabras muy parecidas a las de San Francisco a Diario. En ninguno se cuenta que Damián Orué era un jugador de fútbol que había jugado un año en Racing y cinco en Boca.

Llamaron a la ambulancia una vez que se dieron cuenta de que Damián había muerto.

***

El 12 de enero de 1997 en el barrio San Pablo de Talar de Pacheco era un día festivo: dos cumpleaños congregaban a todos los vecinos, e incluso se sumaron personas de algunos barrios lindantes. Una fiesta se llevaba a cabo en un jardín de infantes, lo que le daba a la reunión un perfil netamente familiar, y la otra era en una casa particular donde la mayoría de los asistentes rondaban los treinta años. 

Maximiliano Maidana, que estaba en ese momento en las Inferiores de River, era de las pocas personas que alternaba entre las dos fiestas. Entre los lugares había muy poca distancia. Sin embargo, toda su familia se había quedado en el cumpleaños del jardín de infantes. Alrededor de las cinco de la madrugada, los Maidana decidieron -como muchos otros regresar- a su departamento en uno de los monoblocks del barrio. 

Antes de entrar al edificio les llamó la atención ver en la vereda un Renault 19 blanco con la música fuerte, las puertas traseras abiertas y nadie adentro. Cuando entraron a su hogar, Maximiliano les preguntó a sus padres si podía ir a dormir a la casa de un amigo. Dudaron un poco pero al final dejaron que se fuera.

Mabel, la madre de Maximiliano, decidió darse una ducha para sacarse la fiesta del cuerpo. Salió del baño y cuando se estaba por sentar en la cama de su habitación escuchó una serie de disparos. Inmediatamente, y como un acto instintivo, algo dentro suyo resonó. Se llevó las manos al pecho. Un segundo después se paró, se puso un batón para bajar a ver qué había pasado. Hacía veinte minutos que Maximiliano se había ido. “Seguro ya está durmiendo en lo de su amigo”, pensó con alivio. De pronto le tocaron el portero eléctrico, atendió y escuchó que le dijeron: “Es Maxi, es Maxi, tenés que bajar”. 

La bala que lo mató a mi hijo Maxi vino del lado de la policía.

Los disparos que ella había escuchado eran de un enfrentamiento entre un grupo que estaba desarmando el Renault 19 blanco y la policía que había llegado, alertada por una vecina, en un Falcon verde. Maximiliano Maidana había quedado en el medio.

“Pero la bala que lo mató a mi hijo vino del lado de la policía”, recuerda hoy, a los 57 años, Mabel. Maxi estaba entonces en el piso. Ella lo vio herido y pidió que lo llevaran al Centro Médico Talar, a unas quince cuadras. Llegaron a la clínica y “empezó otro calvario, porque se lo descartó. Le hicieron una traqueotomía y unos masajes cardíacos. Y lo trasladaron al hospital de Tigre, que es donde murió.”

Con un solo disparo, Maxi tenía perforado el pulmón derecho, parte del corazón, una punta del hígado. La bala había rozado el estómago y se había alojado en la tetilla izquierda.

“El mundo se me vino encima”, recuerda Mabel, veinte años después.

Maximiliano Maidana, ese 12 de enero de 1997, tenía 17 años.

***

Lautaro Juan Bugatto, de 21 años y jugador de Banfield pero que estaba a préstamo en Tristán Suárez, había salido de su casa en la localidad de Burzaco con sus dos primos, Rodrigo y Jonathan, y un amigo, Pablo. Se iban a subir a su auto, que estaba estacionado enfrente. Lautaro, Rodrigo y Pablo cruzaron primero. Jonathan vivía al lado y como hacía algo de frío esa noche, pasadas las diez, fue a buscar un abrigo. Al salir de su casa con un buzo en la mano, escuchó dos disparos de un lado y vio corriendo dos personas con alguien que los perseguía mientras seguía disparando. Además había una moto tirada ahí cerca. Fue todo en un segundo. Pero lo que verdaderamente lo asustó fue el grito de Lautaro que venía del otro lado de la calle: “¡Me quema, me arde! ¡Me pegaron un tiro!”. Después de eso se escucharon cinco disparos más. Pasada esa balacera, Jonathan cruzó la calle y con Rodrigo y Pablo se acercaron a Lautaro. Vieron que tenía toda la camisa roja, empapada en sangre. Le corrieron la camisa y de su cuerpo comenzó a manar más sangre.

La familia salió de la casa y entre todos lo llevaron al sanatorio de Burzaco, a unas cuadras. Una vez que llegaron, a los diez minutos, Lautaro murió desangrado.

El informe, el 6 de mayo de 2012, decía que la bala que lo asesinó entró por la espalda perforándole el pulmón izquierdo y el corazón.

***

Hugo Arce tenía problemas de asma y de chico le costó pegar el estirón. Eso le dio, durante un tiempo, problemas de inseguridad. Después, cuando su crecimiento se desarrolló bajo determinados estándares, su ánimo mejoró mucho. Al fútbol empezó a jugar en Lanús. También se probó en Boca pero no quedó.

Igual cuenta Alejandra, la mamá su sueño siempre fue estar en San Telmo. Jugar ahí era el sueño de su vida y lo pudo lograr. Después estuvo por pasar a San Lorenzo pero el club se la complicó y no pudo ir. A veces me pregunto si eso habría pasado si el pase hubiera salido.

Un auto abandonado en la entrada de la Isla Maciel no era nada raro en el planeta Tierra pero para Hugo Arce y sus amigos, Carlos Vázquez, Ceja, Pini y Michel, esa aparición tenía el vértigo irresistible de una tentación al alcance de la mano: la vieron accesible. Se subieron y lo hicieron arrancar con unos cables de forma manual. Hugo Arce se puso al volante y Carlos Vázquez fue de copiloto. Los demás iban atrás.

Fueron para el shopping Alto Avellaneda. No los dejaron ingresar. Después se fueron a dar unas vueltas y recalaron en la ciudad de Gerli. Una zona que al parecer no conocían mucho porque se mandaron, sin saberlo, en una calle en contramano. Ahí fue que un auto dio marcha atrás y los chocó. Entonces Hugo Arce se bajó del auto.

“Lo que se pudo reconstruir después”, dice María Del Carmen Verdú, abogada de la Coordinadora Contra la Represión Policial (CORREPI), que representa a la familia Arce, “es que un policía de civil, que estaba en su día libre y volvía de una fiesta familiar, desde adentro de su automóvil disparó a quemarropa contra Hugo Arce, lo mató al instante, y luego disparó al auto donde estaban los chicos e hirió a Carlos Vázquez.”

A Alejandra, la mamá, le costó mucho volver a tener una vida. Casi la internan en un psiquiátrico porque veía a su hijo en todos los jóvenes que se le parecían. Hasta que uno la denunció.

-A veces también me pregunto -se dice ahora, cinco años después- qué habría pasado si yo le hubiera dado algo de libertad.

***

Damián Orué era el menor de siete varones y su imagen y logros futbolísticos de toda una vida están expuestos por todo el living de la casa que Adolfina y su marido construyeron en Los Álamos como si fuera un museo precario: trofeos, fotos, cuadros, diplomas, medallas, copas, se exhiben con un amor incondicional hacia alguien que dedicó su corta vida a una sola cosa.

Su padrino fue la persona que por primera vez vería todo su potencial. Pero estuvo a punto de perderlo todo desde el comienzo: “Damián tenía un problema en los pulmones. Yo anduve mucho con él para todos los hospitales. Hasta que a los ocho años lo operaron de neumonía con derrame. Él luchó mucho por vivir, luchó una barbaridad.”

A partir de ahí se recuperó y su nombre se hizo conocido en el barrio. Jugó en Quilmes Junior, en Arrieta, en Racing, en Boca cinco años y en el último tiempo le había pedido a la mamá que lo llevara a probarse a Independiente. 

***

Cuando tenía seis años, Maximiliano Maidana no salía mucho a jugar a la calle porque su mamá trabajaba todo el día. Un día, un vecino le vio ciertas aptitudes para el futbol. No se equivocó. Así que lo empezó a llevar al potrero del barrio. Este vecino se lo pedía prestado a la madre, Mabel, para que jugara con su hijo, que era arquero. A Maxi le gustó la pelota, le gustó mucho. Fue el comienzo de todo.

A los siete años, entonces, empezó a ir a un club del barrio. Después, a las Inferiores de Tigre. A los 15 años cumplió uno de sus sueños: entró a River. Su cabeza estaba en el fútbol y no había espacio para casi nada más. Lo que repercutía en sus notas. Por eso necesitaba la ayuda de sus compañeros: iba una o dos horas antes de entrar a clase, hablamos de tocar un timbre a las cinco y media, seis de la mañana, y pedir la tarea que había que presentar ese día. Hablamos de la misma hora a la que lo encontró la bala de un policía mientras su mamá pensaba que ya dormía en la casa de un amigo.

***

Los números que maneja y expone CORREPI en su página, y están al alcance de cualquier ciudadano, son demoledores. Los casos de muerte en manos de todas las fuerzas de seguridad crecen año a año. A la fecha, desde 1983 hasta febrero de 2017, los casos que se contabilizan son 5.003. El 46% son muertes bajo la modalidad de gatillo fácil.

Además, “el 51% de los casos en los que se conoce la edad exacta o aproximada de la víctima, corresponde a personas de 25 años o menos.” Por último, “la mayoría de las muertes (57,40%) corresponden al conjunto de las policías provinciales, excluida la metropolitana de la ciudad de Buenos Aires, que lleva 19 fusilamientos de gatillo fácil.”

En un año y dos meses del gobierno de Cambiemos se contabilizan un total de 302 asesinatos.

***

A pesar de todas las pruebas que mostramos en el juzgado la causa sigue siendo caratulada como muerte en situación de robo  -dice María Del Carmen Verdú, abogada de la CORREPI, que representa a la familia de Hugo Arce.

¿Por qué?

Por la impunidad con la que se mueven en la fuerza. Hasta que no se cambie la carátula, este asesino no va a ir a juicio.

Del Carmen Verdú se refiere a Sergio Bovadilla, Cabo 1° de la Policía Federal, que al momento de esta nota estaba imputado. Carlos Vázquez, el chico que iba con Hugo en el auto y al que también le disparó, murió algunas horas después en el Hospital Fiorito de Avellaneda.

La familia de Damián Orué había llegado a CORREPI, en su caso, por un consejo del cura del barrio: “No dejen que esto quede impune. A Damián lo mataron.”

En las primeras instancias se trató de desplazar a la familia como querellante en la causa contra el policía Lucas Navarro, el que le disparó al chico que se iba a ir a probar a Independiente. Por el asesinato de Maximiliano Maidana están imputados, mientras tanto, Alberto Pérez y René Nervo, de la Comisaría 5° de El Talar.

“River se acercó para poner un abogado pero ya teníamos el nuestro. Los que también vinieron fueron Los Borrachos del tablón, que estaban a nuestras órdenes en las marchas -dice Mabel, la mamá del jugador-. Pero nosotros no queríamos enfrentamientos. Eso era lo que querían los policías.”

El policía que asesinó a Lautaro Bugatto se llama David Ramón Benítez, efectivo de la Bonaerense. Lo condenaron a 14 años por homicidio simple. Cumple condena efectiva en el penal de Magdalena. La defensa del policía buscó siempre incriminar a Lautaro como autor de los disparos que aparecieron en una pericia que plantó pruebas.

Lautaro era el chico que desea nuestra sociedad: exitoso, de tez clara, futbolista, buen hijo. Uno de sus hermanos, Gonzalo, cree que si no hubiese reunido esas cualidades, tal vez, la resolución del caso no habría tenido el mismo final.

***

Lautaro Bugatto antes de ser futbolista fue corredor de BMX, una disciplina ciclística. Su hermano Gonzalo corría y Lautaro iba detrás siguiéndole los pasos con tan sólo dos años. Lautaro era tan chiquito que la bicicleta —aun cuando en esta disciplina suelen ser bajitas— le quedaba enorme. A los cuatro años viajó con su madre a Inglaterra para competir en una categoría de niños mayores a él, que con seis años ya lo ventajeaban físicamente. Parece que eso no importó demasiado: salió octavo en un campeonato mundial.

Con el fútbol arrancó a los 12, en Defensores de Glew. Después pasó por Flecha de Oro, Brown de Adrogué, Lanús, Quilmes, una prueba en Independiente, hasta llegar, finalmente, a la Reserva de Banfield, con la que salió campeón. En un partido contra San Lorenzo el defensor dio una asistencia perfecta al 10, que marcó un gol después de pararla de pecho, bajarla y pegar una volea. Lautaro no sólo asistió, fue quien generó toda la jugada después de quitarse a tres marcadores de encima. Esa tarde en el estadio se hizo presente Sergio Batista, que en ese momento era el entrenador de la Sub 20. Gonzalo le dijo a su hermano:

—Estuvo el Checho mirando jugadores, jugaste perfecto, seguro te va a llamar. Tuviste un partido brillante.

Finalmente, Batista lo convocó.

Lautaro Bugatto dejó una hija de un año y once meses cuando fue asesinado. Esa niña, Maia, era la hija que tenía con el amor de su adolescencia. La mamá de la pequeña negaba la paternidad de Lautaro, le decía que no era suya. Pero él intuía que Maia era su hija. Fue a visitarla todos los días aún sin tener la certeza de serlo. Después de morir, su familia logró llevar el caso a una instancia judicial que comprobó que Lautaro era el papá. 

* Nota publicada en la quinta edición de Don Julio

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