Mónica López Ocón > monicalopezocon@gmail.com
“Hace unos días, una investigadora que
prepara un libro de reportajes a escritores argentinos nos pidió a sus
entrevistados que trazáramos cada uno una breve autobiografía. ¿Cómo hacerlo?
¿Cómo hablar de nosotros si no sabemos quiénes somos? Le dije que yo no tengo
biografía. Me la van a inventar los gatos que vendrán cuando yo esté, muy
orondo, sentado en el redondel de la luna.” Esto decía en una entrevista
Osvaldo Soriano, de cuya muerte se cumplen hoy exactamente 20 años.
Es bien sabido
que amaba los felinos y que en sus novelas siempre aparecía alguno, que fueron
su compañía en las horas de escritura y soledad. “Un gato –confesó Soriano- me
trajo la solución para Triste, solitario y final. Un negro de mirada
contundente, muy parecido a Taki, la gata de Chandler. Otro, el negro Vení, me
acompañó en el exilio y murió en Buenos Aires. Hubo uno llamado Peteco que me
sacó de muchos apuros en los días en que escribía A sus plantas rendido un
león. Viví con una chica alérgica a los gatos y al poco tiempo nos separamos.”
Además, Soriano dijo alguna vez que “un escritor sin gato es como un ciego sin
lazarillo”.
Rodolfo Rabanal,
un escritor que tiene entre otros méritos el de hablar más a través de su
escritura que de la banalidad de la palabra oral, dijo en un homenaje que
Página 12 le hizo a Soriano cuando se cumplieron los diez años de su muerte que
“…los gatos siempre fueron animales sagrados, nada hacen por azar, tienen
'propósitos', designios, preferencias, son premonitorios. Al menos eso creía
Soriano. De modo que si su gato había dormido sobre los papeles producidos
durante la noche, el trabajo 'tenía sentido' y era probable que fuera incluso
más bien bueno, de lo contrario había que revisar todo y quizás hasta
desecharlo. Tal vez esa haya sido la más firme cábala del 'gordo' y sin duda,
el juez de preselección más severo de cualquiera de sus obras.”
Pero quizá lo
mejor de su amor por los felinos -que fueron su compañía y a veces el impulso
de su escritura- es que haya delegado en ellos la conformación de su biografía
definitiva porque, como el resto de los animales, los gatos carecen de la
mezquindad humana a pesar de que los han inmortalizado en su escritura desde el
propio Soriano a Olga Orozco, desde Charles Baudelaire a Jorge Luis Borges,
cuyo gato se llamaba Beppo en honor a un poema de Lord Byron.
Aún hoy, a dos
décadas de la muerte de Soriano, el autor divide aguas. Definitivamente
exiliado del canon impuesto por la academia literaria –cuya sede está
actualmente en la calle Puan–, Soriano sigue siendo mirado por encima del
hombro como aquellos escritores que por su sencillez, su relación con la
política o su éxito de ventas merecen la condena eterna de los hombres sabios.
No están mal ni la crítica ni la polémica cuando son el producto genuino de una
posición determinada frente a la literatura. Lo que sí es condenable es que un
escritor sea utilizado como un ariete para mostrarse más inteligente, hacer
gala de cinismo, llamar la atención y provocar modestos escándalos que no
trascienden las cuatro paredes donde se dan cita los autoconsiderados críticos,
intelectuales o dueños del fondo de comercio de la literatura y que, por lo
tanto, tienen siempre a mano las llaves que abren los armarios donde guardan
los nombres de los escritores malos, los escritores difíciles, los escritores
indiscutibles, los escritores para inteligentes y los escritores para la
gilada. Finalmente, este tipo de personas no hace más que discutir un clásico
Boca-River pero supuestamente en clave intelectual.
Todavía resuenan
los ecos del día lejano en que Soriano fue a hablar a la Facultad de Filosofía
y Letras y la leyenda –quizá falsa como todas las leyendas- dice que Beatriz
Sarlo lo redujo a la categoría de un despojo. Como de toda leyenda, también de
esta hay muchas versiones, pero casi todas lo incluyen a Osvaldo Bayer como
defensor dispuesto a batirse a duelo por la literatura del “Gordo”. Guillermo
Saccomanno lo sintetizó muy bien en ese mismo suplemento homenaje, un
suplemento al que algún supuesto crítico con un ego forjado en bronce y que
necesita de la descalificación de los otros para sostener su imagen de
“implacable”, calificó como digno de la revista Barcelona.
“Así como a
Arlt, -dice Saccomanno- escritores que hoy nadie recuerda le reprochaban que
escribía 'mal', a Soriano se le criticaba que escribía 'fácil'. A ninguno de
sus detractores se les ocurría que en ese modo de escritura había una poética
de la concisión y la síntesis, una economía de recursos rigurosamente
elaborada. Es curioso: la mayoría de sus detractores de entonces hoy se abocan
a escribir 'fácil', como si recién hubieran descubierto que del otro lado de la
página hay otro, un lector, un semejante. En verdad, lo que descubrieron es la
relación entre escritura y dinero, que con una ficción se puede ganar dinero, y
que vale apostar en la ruleta del marketing aunque se lo desprecie. Aquellos
jóvenes que en la primavera alfonsinista lo criticaban terminaron laburando en
la tele y cuando publican una novelita lo plagian. Es verdad: muchas de las
ideas que Soriano desarrollaba en sus textos no provenían tanto de una
elaboración 'teórica' como de una intuición siempre alerta. Fútbol, cine,
política. Soriano se las ingeniaba siempre para traducir lo que estaba en el
aire. Ningún escritor, desde Arlt con sus aguafuertes a la fecha, exhibió una
perspicacia igual obteniendo una repercusión similar.”
Por supuesto que
toda afirmación puede ser discutible, desde las de Soriano a las de Saccomanno.
Lo triste de esas discusiones es que de parte de los descabezadores de
escritores conocidos los argumentos suelen ser más que previsibles. Pocos se
atreven a pensar en contra de los dictados de Puan, capaces de convertir a un
escritor en una vaca sagrada. Basados en los principios del marketing, usan una
determinada marca de jean, se visten de determinada manera, usan unos anteojos
determinados y se dedican a ejercer un módico terrorismo intelectual que es la
única forma que encuentran de tener algún protagonismo.
Según cuenta
Esther Cross, Adolfo Bioy Casares le había dicho que le había gustado mucho A
sus plantas rendido un león y que le había producido tal curiosidad acerca del
libro de Soriano, que salió disparada a comprarlo. Claro, Bioy se había ganado
sobradamente la libertad de hablar por cuenta propia.
Hace muy poco
Noé Jitrik me dijo en una entrevista que aún no había leído a Roberto Bolaño
porque desconfiaba mucho de los fenómenos literarios. Claro que Jitrik, a los
87 años tiene una trayectoria como crítico, docente y escritor de ficción que
le permite prescindir de cualquier Biblia literaria, de cualquier dogma.
A 20 años de su
muerte, ya sería hora de releer a Soriano con menos prejuicios, con
incontaminados ojos de gato, con más libertad y sin sentenciarlo sin juicio
previo. Sería un ejercicio saludable que lo juzgaran como escritor y no por
tonterías anecdóticas. Sí, sería muy saludable, incluso si resultara condenado.
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