José de San Martín y su respeto a los Mapuche
Pewenche
“Llama
la atención entonces que San Martín reconociera expresamente que para el cruce
que proyectaba, debía atravesar espacios territoriales que eran pewenche (gente
del pehuén o araucaria)”
Por Adrián Moyano
Antes
de cruzar la cordillera celebró dos parlamentos para pedir permiso para pasar
por sus tierras. Mitre redujo el episodio a un momento de la “guerra de zapa”
pero fue bastante más que eso.
La relación que mantuvo San Martín con expresiones
del pueblo mapuche fue muy distinta a la que asumieron aquellos que se hicieron
del poder desde 1861 en la Argentina. Algunos detalles de esa conducta aparecen
en volúmenes como “El Santo de la Espada”, de Ricardo Rojas. En verdad, al
escritor se valió de las memorias de Manuel Olazábal, subordinado del jefe del
Ejército de los Andes, para recrear ciertos acontecimientos. Pero
lamentablemente, esa información pasó antes por el filtro liberal,
eurocéntricos y probritánico de Bartolomé Mitre, que los redujo a una maniobra
de la “guerra de zapa” que libraba desde Cuyo el futuro vencedor de Chacabuco.
En
septiembre de 1816 San Martín le había escrito a Pueyrredón, por entonces
director supremo de las Provincias Unidas: “he creído del mayor interés tener
un parlamento general con los indios pehuenches, con doble objeto, primero, el
que si se verifica la expedición a Chile, me permitan el paso por sus tierras;
y segundo, el que auxilien el ejército con ganados, caballadas y demás que esté
a sus alcances, a los precios o cambios que se estipularán: al efecto se hallan
reunidos en el Fuerte de San Carlos el Gobernador Necuñan y demás caciques, por
lo que me veo en la necesidad de ponerme hoy en marcha para aquel destino,
quedando en el entretanto mandando el ejército el Señor Brigadier don Bernardo
O´Higgins”.
El
párrafo que antecede deja mucha tela para cortar. En primer término, se trata
de un documento interno del gobierno de las Provincias Unidas, es decir, no se
escribió para que se diera a publicidad. Llama la atención entonces que San
Martín reconociera expresamente que para el cruce que proyectaba, debía
atravesar espacios territoriales que eran pewenche (gente del pehuén o
araucaria). Además, planteaba la posibilidad de pagar por el auxilio en
animales que necesitaba, intención que también sorprende si se tiene en cuenta
que al frente de la gobernación de Cuyo, no tuvo mayores inconvenientes en
imponer exacciones forzadas a los sectores económicos más poderosos y que
además, requisó miles de animales entre los simpatizantes del absolutismo. Por
último, queda en evidencia la importancia que el correntino le atribuía a sus
conversaciones con los pewenche porque en lugar de derivar la tarea de
parlamentar a un subordinado, marchó en persona hacia la frontera para cumplir
su cometido.
Reconocimiento
Hay
un concepto que sobrevuela las líneas sanmartinianas que los herederos de Mitre
no parecen dispuestos a aceptar ni siquiera a comienzos del siglo XXI: el
reconocimiento. El militar reconocía que los pewenche constituían una instancia
política distinta a la rioplatense o chilena y que en función de esa
diferencia, era necesario parlamentar. Desde que había llegado al puerto de
Buenos Aires, puesto su sable al servicio del Primer Triunvirato, organizado el
famoso regimiento de granaderos, marchado para ponerse al frente del Ejército
del Norte y asumido la gobernación cuyana, no había tenido necesidad de acordar
de igual a igual con nadie ni menos aún, de pedir permisos para cruzar tierras.
Puede arriesgarse entonces que el proyecto político que buscó terminar con la
independencia y libertad de las diversas parcialidades mapuche maduró mucho
tiempo después. Mitre participó en él, claro.
San
Martín recreó más tarde los acontecimientos que tuvieron lugar en el Fuerte San
Carlos: “el día señalado para el Parlamento a las ocho de la mañana empezaron a
entrar en la Explanada que está en frente del Fuerte cada Cacique por separado
con sus hombres de Guerra, y las mujeres y los niños a Retaguardia: los
primeros con el pelo suelto, desnudos de medio cuerpo arriba, y pintados
hombres y Caballos de diferentes colores, es decir, en el estado en que se
ponen para pelear con sus Enemigos. Cada cacique y sus tropas debían ser
precedidos (y esta es un prerrogativa que no perdonan jamás porque creen que es
un honor que debe hacérseles) por una partida de Caballería de Cristianos,
tirando tiros en su obsequio. Al llegar a la explanada las mujeres y los niños
se separan a un lado, y empiezan a escaramucear al gran galope; y otros a hacer
bailar a sus Caballos de un modo sorprendente: en ese intermedio, el Fuerte
tiraba cada 6 minutos un tiro de Cañón, lo que celebraban golpeándose la boca,
y dando espantosos gritos; un cuarto de hora duraba esta especie de torneo, y
retirándose donde se hallaban sus mujeres, se mantenían formados, volviéndose a
comenzar la misma maniobra que la anterior por otra nueva tribu”.
El
relato que legó el prócer americano es bastante más extenso, sólo retendremos
algunos párrafos más: “el General en Jefe, el Comandante General de Frontera y
el Intérprete, que lo era el padre Inalican Fraile Francisco y de nación
Araucana, ocupaban el testero de la mesa. El Fraile comenzó su arenga
haciéndoles presente la estrecha amistad que unía a los Indios Pegüenches al
General, que éste confiado en ella los había reunido en Parlamento general para
obsequiarlos abundantemente con bebidas y regalos, y al mismo tiempo para
suplicarles permitiesen el paso del Ejército Patriota por su Territorio, a fin
de ir a atacar a los Españoles de Chile, extranjeros a la tierra, y cuyas miras
eran de echarlos de su País, y robarles sus Caballadas, Mujeres e Hijos, etc.
Concluido el razonamiento del Fraile un profundo silencio de cerca de un cuarto
de hora reinó en toda la Asamblea. A la verdad era bien original el cuadro que
presentaba la reunión de estos Salvajes con sus cuerpos pintados y entregados a
una meditación la más profunda. Él inspiraba un interés enteramente nuevo por
su especie”.
Al
fin, “puestos de acuerdo sobre la contestación que debían dar se dirigió al
General el Cacique más anciano, y le dijo: todos los Peguenches a excepción de
tres Caciques que nosotros sabremos contener, aceptamos tus propuestas:
entonces cada uno de ellos en fe de su promesa abrazó al General, con excepción
de los tres Caciques que no habían convenido: sin pérdida se puso en aviso por
uno de ellos el resto de los Indios, comunicándoles que el Parlamento había
sido aceptado; a esa noticia desensillaron y entregaron sus caballos a los
Milicianos para llevarlos al pastoreo; siguió el depósito de todas sus Armas en
una pieza del Fuerte, las que no se les devuelven hasta que han concluido las
Fiestas del Parlamento”. Alternativas que es oportuno traer a colación, en las
vísperas del 17 de agosto.
Continuidades hasta el presente
En
otro de sus párrafos, San Martín apuntó que concurrieron a San Carlos
aproximadamente dos mil pewenche. Si bien en su misiva a Pueyrredón apuntaba
como principal a Necuñan, es evidente que la centralización política era una
idea ajena a la parcialidad pewenche. Los criollos observaron hasta con
cansancio, como una tras otras las diversas “tribus”, recrearon la misma
formalidad frente a sus interlocutores.
Un
rasgo más que perdura hasta el presente: entre las prejuiciosas observaciones
del jefe americano puede apreciarse que entre las distintas expresiones del
pueblo mapuche, la mayoría numérica no alcanzaba para imponer una determinación
a quienes quedaban en minoría. En efecto, los tres lonko que no participaron
del entendimiento serían “contenidos” por el resto, pero no asumirían las
obligaciones que sí adoptaría el conjunto. En otros parlamentos que contaron
con la presencia de testigos o partícipes winka, la metodología fue similar.
Por último, adviértase que es el mayor entre los lonko el que da cuenta de la
aceptación, otra constante histórica.