Publicado: 25 Noviembre 2017
Por Alfredo Grande
(APe).- Soy uno de los miembros
fundadores del Encuentro de Profesionales contra la Tortura. Esta nueva
organización tiene como uno de sus objetivos el análisis y la denuncia de todas
las situaciones de tortura. Como es sabido, en la mayoría de los países la tortura
es una política de Estado. Como bien dice Susana Etchegoyen, el objetivo
manifiesto de la tortura que es obtener información ni siquiera puede ser
cumplido. Ya que el torturado dirá aquello que supone puede hacer detener la
espantosa situación a la que es sometido.
En la película El Secreto de sus Ojos, los
albañiles confiesan un asesinato que no cometieron al ser brutalmente
torturados por la policía. Esto es lo habitual, por eso la investigación
criminal es más un ejercicio sádico que una actividad de verdadera
inteligencia. Acá llamamos “inteligencia” al botoneo, al carpetazo, a las
escuchas ilegales, a las causas armadas. Ninguna requiere inteligencia. Apenas
una buena dosis de impunidad.
Tortura e Impunidad son una siniestra pareja
que pretende aniquilar toda semilla de conflicto social. Pero no es la única.
Otra siniestra pareja es Terror y Crueldad. Las películas de terror en una
época quizá lejana, eran patrimonio de Boris Karloff, Bela Lugosi, Vincent
Price. Los cuentos de Edgar Allan Poe son una historia de
ternura al lado de las políticas económicas de ciertos gobiernos. La crueldad
es la planificación sistemática del sufrimiento. Y en su extremo límite, el
sufrimiento absoluto genera el terror. Ese terror con nombre desorganiza la
subjetividad individual, vincular y social. Insisto en diferenciar la violencia
de la crueldad.
El tabú de la violencia, incluso como defensa
propia y resistencia al represor, apenas logra que la víctima quede a completa
merced del victimario de turno. La insistencia en la protesta pacífica, las
campañas contra forma de justicia por mano propia, el espanto ante la venganza
de los condenados y esclavizados, son todos artificios de la cultura represora
para mantener, con prisa y sin pausa, sus siniestras parejas: Tortura e
Impunidad / Terror y Crueldad.
Sigo pensando y sigo sintiendo que
la violencia es la partera de la historia, pero no de cualquier historia. Si el
parto no es para que nazca una historia de ternura, de responsabilidad, de
placer y de amor, entonces hemos luchado contra el represor solamente para
convertirnos en uno más. No será un parto, sino un aborto. Y no de la
naturaleza sino de la cultura. Por eso es necesario el análisis de nuestra
implicación en toda lucha libertaria. Deseamos derrotar al victimario o lo
combatimos porque nos genera envidia su situación de poder.
La traición es la consecuencia inevitable de
esta paradoja. Porque cuando decimos victimario, yo al menos, no pienso en un
determinado gobierno. Por detestable que sea. Pienso en un modo de producción
social, de personas y de cosas, de ideas y de valores, que necesita determinado
tipo de gobiernos. Maldecir las consecuencias no impide que las causas sean
combatidas. Por eso no se trata de combatir al capital, necesario incluso para
la más modesta cooperativa. De lo que se trata es de combatir al capitalismo, o
sea, a la clase que a través de la tortura, impunidad, terror y crueldad, se
hizo dueña de todas las formas del capital. Desde la tierra hasta el
equivalente general dinero. “A Dios rogando y el con el mazo dando”, ha sido la
política pública más consistente para el ejercicio del poder absoluto. Votando
y aterrorizando, otra fórmula ganadora.
Si bien el terror es
absoluto en el bien llamado Terrorismo de Estado, nunca deja el
Estado de administrar diferentes dosis de terror. Algunos llaman a esto
modernización del Estado. Flexibilización laboral. Nuevas leyes jubilatorias.
Actualización tarifaria. Sobran nombres para dar impunidad al terror.
Incluyendo la desaparición de un submarino, de una persona, de un pueblo
originario. La Desaparición siempre forzada, pero no solamente de personas,
convoca a las dos parejas siniestras para su máximo despliegue.
El terror se despliega como terrorismo
ambiental, alimentario, habitacional, laboral, sanitario, educacional,
vincular. El terror atraviesa todo el entramado político y social, incluso de
agrupaciones y partidos políticos. La cultura represora y el terror han hecho
una alianza estratégica para todas las formas del retroceso. El atravesamiento
colectivo del terror, con el pueblo en las calles, tiene su forma más
restringida: la reactiva. Incluso diciembre 2001 fue lentamente domesticado. Y
el terror nuevamente implantado con el asesinato de Kosteki y Santillán,
permitió que la cultura represora pudiera ocultarse con su disfraz más
simpático: la democracia representativa. Esos asesinatos siguen impunes y
seguirán impunes.
Nuevas formas del terror se fabrican todos
los días y todas las noches. Ojalá el problema fuera el ataque de pánico y su
santo grial, el rivotril. Pánico es la denominación encubridora del terror. Y
no es un ataque. En un momento de lucidez donde sentimos, percibimos,
comprendemos que nuestro fundante subjetivo sigue siendo el terror. No hay
rivotril que aguante.
Las políticas libertarias deben intentar
responder a la pregunta no del millón, sino para que seamos millones. ¿Cómo
enfrentar a la “terrorcracia”? Al menos sabemos cómo no enfrentarla. Con
slogans vacíos, con intentos de volver sin saber por qué se tuvieron que ir,
repitiendo textos valiosos de tiempos pasados, confundiendo efectos con causas,
gobiernos con Estados, Naciones con Corporaciones, víctimas con victimarios,
alimentando fascismos de consorcio y retroprogresismos hasta que llega a pedido
del público el fascismo económico y político, con todo eso y mucho más que eso,
no enfrentamos sino que alimentamos a la cultura represora.
Los autodenominados ciudadanos del
mundo no son más que los privilegiados esclavos de las poderosas corporaciones.
Nosotros no somos ciudadanos. Somos luchadores. Y revolucionarios. Y otra tarea
de los revolucionarios es ponerle nombre y apellido al terror. Para sacarlo de
su clandestino anonimato. No sigamos viendo al lobo como si fuera un cordero.
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