El bautismo de Bolsonaro en el río Jordán. El apoyo evangélico fue clave para el triunfo en primera vuelta del candidato ultraderechista. |
08 de octubre de 2018
Las iglesias evangelistas jugaron un papel clave en la campaña electoral del candidato ultraderechista
Controlan una quinta parte de la Cámara de Diputados. Orillan el 29 por ciento de la población. Sólo la IURD tiene 6000 templos.
Por Gustavo Veiga
Es uno de ellos, que lo elevaron al sitial de candidato más votado en la primera vuelta. Católico formal, aunque evangélico por conveniencia política, Jair Bolsonaro hasta tiene un segundo nombre bíblico: Messias. El huevo de la serpiente traía en la cáscara una religiosidad a medida que ahora - acaba de comprobarse- rindió sus frutos. En mayo de 2016, el pastor y líder del Partido Social Cristiano (PSC) Everaldo Dias Pereira, lo sumergió en el río Jordán durante una visita a Israel. Antes de terminar el bautismo le preguntó: “¿Usted acredita que Jesús es hijo de Dios?”. “Acredito” respondió el diputado y militar retirado que hizo campaña basándose en su credo xenófobo, misógino, homofóbico y tan reaccionario, que podría haber sido parodiado por Charles Chaplin en su célebre “El gran dictador”. Aquella ceremonia había sido un acting memorable. El error político de sus adversarios fue haberlo subestimado cuando no superaba el dígito en la intención de voto. Tanto a él como a las poderosas agrupaciones religiosas que lo respaldan. La principal es la Iglesia Universal del Reino de Dios fundada en 1977 por dos cuñados: Edir Macedo y Romildo Ribeiro Soares. La IURD es una maquinaria poderosísima de recaudar dinero que controla la segunda cadena de televisión del país, Record. La misma que entrevistó en exclusiva al aspirante a presidente de Brasil más votado a la misma hora en que los demás candidatos debatían sus propuestas electorales por TV.
Si Bolsonaro –o Bolso-nazi, como le dicen sus detractores– llegó tan alto es porque las iglesias electrónicas jugaron un papel clave en la campaña. En el país vecino son una fuerza política respetable. Controlan una quinta parte de la Cámara de Diputados. Los evangélicos distribuidos en diferentes expresiones de la fe (pentecostales o neopentecostales, bautistas, presbiteranos) orillan el 29 por ciento de la población y siguen todavía de lejos a la feligresía católica mayoritaria. Hasta 2015 y solo a la IURD, se le atribuían unos 6.000 templos en todo Brasil. Macedo sigue a su frente, aunque no su cuñado que en 1980 fundó la Iglesia Internacional de la Gracia de Dios. Los fieles tienen fijado un diezmo que se calcula en el 10 por ciento de sus ingresos. Ahí radica la fortaleza económica de las más poderosas iglesias evangélicas. En Argentina la IURD se expandió con un aparato de comunicación que se sintetiza en tres palabras: Pare de sufrir, un clásico de las madrugadas televisivas.
Versátil y amoldada a los tiempos políticos, durante el gobierno de Dilma Rousseff era uno de sus principales aliados. Llegó a tener un par de ministros en el gabinete del Partido de los Trabajadores (PT): el pastor George Hilton, a cargo de la cartera de Deporte y antes Marcelo Crivella, un sobrino de Macedo que ocupó el ministerio de Pesca y que hoy es el cuestionado alcalde de Río de Janeiro. La alianza que había tejido la Iglesia Universal por el Reino de Dios con el PT se terminó después del impeachment a la ex presidenta. El Partido Republicano Brasileño (PRB) de Macedo y ligado a su propia iglesia apoyará a Bolsonaro en la segunda vuelta. Había coqueteado con Geraldo Alckmin primero, pero se acomodó de nuevo detrás del candidato más votado.
Otro pastor, Robson Rodovalho, declaró que “cuando se divide entre derecha e izquierda, uno no puede quedarse sentado en el muro”. Es el fundador de la iglesia Sara Nossa Terra de Brasilia, a la que se atribuyen 1,6 millones de seguidores. Los evangélicos aumentaron su base de fieles en forma metódica y en el censo de 2010 alcanzaban el 22 por ciento de la población (unos 42 millones de entonces), pero lejos de los católicos con el 64 por ciento y unos 123 millones de creyentes. Lanzados a la política sin necesidad de tender puentes con ella o delegar en sus emisarios, formaron un frente en el Congreso allá por 2003, en el apogeo de Lula. Aunque tienen un bloque considerable en la Cámara Baja –casi un quinto de los 513 diputados– en el Senado su presencia es minoritaria. De 81 bancas ocupan apenas cinco.
“Bolsonaro tiene un pensamiento cristiano: defiende la familia tradicional, está contra el aborto, la ideología de género y es un candidato honesto. Después de toda la corrupción de los últimos años, ese es un factor de peso”, dijo Ulisses de Almeida, pastor de la Asamblea de Dios, cuando justificó su voto dos semanas antes de la elección. La iglesia evangélica de Brasil es un factor de poder muy tangible y ha conseguido avanzar a expensas de la iglesia de Roma en el país del mundo con más fieles católicos.
El Partido Social Liberal (PSL) del militar ultraderechista se ha nutrido de su apoyo en la recta final hacia el Palacio del Planalto. Es la misma iglesia que tiene su propia tropa uniformada, de un estilo que haría regocijar al capitán del ejército que casi muere acuchillado en plena campaña electoral. En la IURD los llaman Gladiadores del altar. Marchan a paso marcial. Aunque últimamente perdieron visibilidad, en 2015 irrumpieron en parques y plazas de Porto Alegre, Goias y Fortaleza. Lucían uniforme con remera verde musgo y pantalones oscuros, más una inscripción en el pecho que decía: “Yo positivo”.
Son soldados de la fe que siguen hoy a Bolsonaro. Junto a él pueden cambiar el futuro de Brasil y extender por su extenso territorio el virus de la intolerancia y el racismo. Acompañan cada intervención del candidato del partido militar, los medios hegemónicos, los terratenientes y su brazo confesional, la iglesia evangélica. “Brasil por encima de todo, dios por encima de todos”, es su slogan principal. Puede escucharse en un mitin electoral como en una ceremonia religiosa. Sería como el “cristofascismo” a la brasileña, un término que acuñó la teóloga de la liberación alemana Dorothee Steffensky-Sölle en la década del 70.
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