Viñeta de Ferreres en el Diario "Público", Noviembre de 2009
Según datos del último informe de la FAO, de Octubre de 2009, en el mundo existen 1.029 millones de personas que padecen hambre. Es la peor cifra conocida desde 1970 y significa que en el último año esta triste nómina se ha visto incrementada en 100 millones de personas. Quiere decir esto que 1 de cada 6 seres humanos sufre la extrema carencia de la alimentación básica.
En términos absolutos la mayor cantidad de hambrientos se concentra en Asia y el Pacífico (642 millones) mientras que en términos relativos las notas más graves se manifiestan en África Subsahariana, con un tercio de la población afectada. Es importante en el contexto actual no perder de vista que en el mundo desarrollado el problema también se incrementa, afectando en la actualidad a unos 15 millones de personas. Existen algunas paradojas llamativas en la situación actual del mundo en relación a este tema: una es que la mayor concentración de hambrientos se encuentra en el mundo rural (allí vive el 70% de los pobres del mundo), otra que 2/3 de la población mundial que se dedica a producir alimentos pasa hambre y la última revela que el incremento en el número de personas que atraviesa esta realidad adversa ocurre precisamente en un año en el que la cosecha mundial de cereales ha registrado una cantidad record. Tampoco se debe perder de vista que si bien el hambre no es la precaria realidad que ensombrece la vida de todos los pobres, esta situación que se describe ocurre en un contexto mundial en el que la situación de carencia extrema cada vez afecta a más personas: más de la mitad de la humanidad subsiste al límite con menos de 2 dólares y medio al día.
Las causas estructurales basadas en las injustas relaciones internacionales, es decir la desigual y dispar distribución del poder, el dinero y los recursos, que están en el origen de este problema a nivel global, se han visto apuntaladas por las políticas liberales impulsadas e impuestas a los países pobres por el FMI y el Banco Mundial en los últimos años. Bajo la fallida proposición de que había que confiar en el mercado como la mejor estrategia para combatir el hambre, se guió por un camino equivocado a gran parte de los países que ahora atraviesan las situaciones más difíciles. Como causas más coyunturales, aunque sin duda derivadas de aquéllas, se deben situar también la crisis económica internacional y la subida de los precios de los alimentos básicos iniciada en 2007.
La primera es responsable de casi un 10% del incremento del número de desnutridos que se registrará este año y provoca que cada vez los alimentos sean más inalcanzables para la gente más necesitada, ya que a esos pobres les llegarán menos recursos (trabajo y remesas) en un marco mundial en que ha caído en picado la Ayuda Oficial al Desarrollo y específicamente la ayuda alimentaría mundial. El efecto de una ayuda escasa a estos países, incumpliéndose permanentemente los compromisos que libremente adquieren los países ricos en los foros internacionales y la muy mejorable eficacia de la misma explican, por otra parte, la gravedad que ha adquirido este problema.
El incremento de los precios de los alimentos es debido a diferentes factores: el aumento del precio del petróleo, la caída en la producción de materias básicas de los países productores, la disminución de las reservas de los países exportadores más pobres (siguiendo las recomendaciones del FMI de desregular los mercados interiores), el aumento de la demanda de bio-combustible, la caída del valor del dólar, las restricciones a la exportación por parte de algunos países y la especulación sustentada en las bolsas internacionales sobre mercados de productos básicos.
Otros factores contribuyen a debilitar aún más la seguridad alimentaría de muchas poblaciones del mundo, como el crecimiento demográfico, el cambio climático y los desastres naturales.
La concordancia en el mapa entre los países con más población hambrienta, los que sufren más corrupción y falta de democracia real y aquéllos en que el reparto de la tierra es más desigual, explica por sí sola en qué factores se basa la perpetuación de esta situación a nivel mundial.
Los grupos de población más afectados son los más vulnerables: trabajadores rurales sin tierra y pobres o que dedicaron su tierra a cultivos que no sirven para su alimentación por lo que son compradores netos de alimentos, familias con mujeres solas o pobres urbanos. Esta legión de seres humanos viviendo al límite se está viendo incrementada con rapidez por grupos nuevos, que hasta ahora habían salido indemnes, pero que están muy afectados por la crisis.
El hecho final de que haya excedentes de alimentos en los países productores (el grano en Canadá o USA, por ejemplo) que no puedan pagar los hambrientos de los países pobres en sus mercados locales (a donde se dirige la mitad de la producción) por el elevado precio que impone el mercado internacional, no es más que la expresión de esa evidencia tanta veces repetidas de que el problema del hambre no es de escasez de alimentos sino de problemas de acceso a los mismos. Esto es, que el hambre no es un problema de falta de comida sino de pobreza.
Frente al evidente fracaso del sistema de relaciones económicas internacionales y la inoperancia o ausencia de las medidas correctoras locales es preciso reforzar, desde el ámbito de la reforma de las Naciones Unidas, la gobernanza global frente a los imperativos del mercado. La puesta en marcha de algunas de ellas, entre las que destacan la conocida como tasa Tobin con la que se gravaría el trasiego financiero internacional para generar recursos que se destinarían al mundo en desarrollo, la imposición de aportaciones adicionales a aquéllos países que más se benefician del precio de los recursos en los países pobres, que más contaminan o que más energía consumen, se vislumbran en la coyuntura actual como recetas imprescindibles. El peso determinante de Europa en apoyo a la puesta en marcha de estas iniciativas es también urgente y muy ajustado al perfil social con que la UE debe situarse en el panorama mundial.
Quienes por su experiencia acreditada sitúan la base del problema en la esfera política nos recuerdan siempre que, por eso mismo, las soluciones deben ser también políticas. Existen en el mundo conocimientos, tecnología y potencial económico para erradicar este mal. Éxitos recientes como los cosechados por China e India en la reducción de este problema indican que el camino existe y es posible transitarlo. Pero falta decisión e interés. Si existieran se tomarían rápidamente medidas como estas:
Aportar recursos suficientes a la agricultura y la seguridad alimentaria mundial (los organismos internacionales la han cifrado en unos 83 mil millones de $ en los próximos 3 años), volver a acumular reservas de cereales en los países con mayores problemas de alimentación, apostar definitivamente por la innovación tecnológica agrícola e impulsar con decisión proyectos contra la desnutrición y la ayuda alimentria.
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