“Las mujeres tuvieron un papel fundamental en las rebeliones
antineoliberales en América latina”, afirma Stella Calloni.
(Imagen: Dafne Gentinetta)
Necesito un día de 48 horas. Si no logro escribir
todo lo que tengo, voy a andar por ahí diciendo: ‘no me dieron tiempo’”. A los
81 años, Stella Calloni dice que vive como “una vieja adolescente, una vieja
dama indigna” que alza su voz como escritora, periodista, investigadora y
especialista en política internacional. Apenas volvió de La Habana, Cuba
–-donde participó como jurado del 58° premio literario Casa de las Américas–,
retomó la escritura de una novela sobre Francisco “Pancho” Ramírez que empezó
en 1993. Y tiene tanto material pendiente, entrevistas a muchas mujeres
olvidadas, que se queja que le falta tiempo con una dulzura acentuada por una
tonada entrerriana aquerenciada en su lengua. En la primera parte de Mujeres de
fuego. Historias de amor, arte y militancia (Peña Lillo, Ediciones Continente),
reedición corregida que incluye ilustraciones de Nora Patrich, Calloni dialoga
con la colombiana Gloria Gaitán –hija del revolucionario Jorge Eliécer Gaitán–,
la militante comunista argentina Fanny Edelman (1911-2011), la militante
comunista chilena Gladys Marín (1938-2005), la dirigente francesa Danielle
Mitterrand (1924-2011), la escritora brasileña Nélida Piñon, la salvadoreña
Nidia Díaz, fundadora del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN);
con la líder guatemalteca Rigoberta Menchú, con la ex detenida desaparecida
uruguaya Sara Méndez y con la poeta Olga Orozco (1920-1999). En la segunda
parte del libro, traza el perfil de tres mujeres que dejaron llamas a su paso:
la ecuatoriana Manuela Sáenz (1795-1856), las mexicanas Frida Kahlo (1907-1954)
y Rosario Castellanos (1925-1974).
“A Fanny Edelman le tenía un enorme respeto porque
fue una de las figuras más importantes y más desconocidas; tuvo una vida
inquietante y maravillosa con todo lo que le tocó vivir, como la Guerra Civil
Española. Fui eligiendo mujeres que fueron fundamentales, aunque estuvieron en
las sombras”, cuenta Calloni en la entrevista con PáginaI12. “Creo que Gladys
Marín fue unas de las mejores dirigentes comunistas que conocí; era muy
valiente, se jugaba mucho, tenía una simpatía arrolladora, y ella sí entendía
el marxismo latinoamericano, que debemos entender de una vez por todas. Fui a
la ‘Fiesta de los abrazos’ y me parecía fascinante que mucha gente la paraba a
Gladys y le decía: ‘Señora, yo no pienso como usted, pero la respeto mucho’”.
–Una de las
coincidencias entre estas mujeres es que varias fueron militantes del partido
comunista, como Frida Kahlo.
–Han banalizado tanto a Frida Kahlo que quería
mostrar esta otra cara, porque yo nunca me olvido que cuando fue la invasión a
Guatemala, Frida, que estaba en sillas de rueda, pidió que la llevaran a la
manifestación contra la invasión en julio del ‘54, poco antes de morir. De ella
quería contar también la mexicanidad de su vida, porque como digo en el libro
eran mexicanos sus peines, sus flores, su estilo, sus polleras, todo. Frida
rescató el proceso revolucionario mexicano, que tan dormido está en el
continente porque no se habla nunca de la Revolución Mexicana. Rosario Castellanos
vio a Chiapas antes de que nadie la descubriera. Las historias ocultas de este
continente están un poco en estas mujeres, como cuando Fanny Edelman me contó
que el Partido Comunista tenía escondido el sudario de Evita, algo que yo no
sabía.
–¿Encuentra algún
hilo que conecte la vida o la militancia de estas mujeres?
–Lo que me encanta de la historia de estas mujeres
es que siempre encontré un anti dogmatismo que es muy importante. Así como digo
que viví tantas vidas, las mujeres en sí vivimos tantas vidas: la vida de los
hijos, la vida de los compañeros; la mujer es el sostén fuerte de cualquier
sociedad. En este período histórico estamos viendo lamentablemente el trabajo
brutal de los entretenimientos televisivos. Después de que la mujer había ganado
sus lugares, la violencia contra la mujer volvió a partir del momento en que
filman en una playa a las mujeres y lo único que muestran es la cola. No
muestran los rostros; son objetos. Entonces salimos a las calles miles de
mujeres a decir “ni una menos” y volvemos a casa a mirar la televisión, y
sabemos que habrá una más cada día, si no nos damos cuenta de cómo se
vehiculiza este proceso de volverla a convertir en objetos. Las mujeres
tuvieron un papel fundamental en las rebeliones anti neoliberales en América
latina.
–¿Cómo aprendió a
entrevistar?
–La entrevista es un género maravilloso, que
aprendí a manejar haciéndolo a golpes, como aprendíamos los de nuestra
generación. Para mí fue fundamental elegir a estas mujeres, pero también tengo
muchas entrevistas a mujeres que lucharon en las guerrillas centroamericanas.
Tengo muchísimo material, lo que pasa es que me falta tiempo para conjugar una
vida de periodista hoy en día con una vida de escritora. Estuve en zonas de
conflicto y guerra, y pude ver el papel impresionante de las madres de las
víctimas en toda América latina. Acá hay mujeres muy valiosas como Marta Dillon
y tantas otras, que están luchando para que nuestra Latinoamérica vuelva a ser
lo que debimos ser, lo que nunca nos dejaron ser. Estamos en el siglo XXI, y
tenemos que una mujer por ser mujer y tener el valor de hacer algunas cosas,
como Milagro Sala, está en una cárcel. La forma en que la presentan a Milagro
Sala es la misma en que presentaban a las brujas que iban a quemar en la Edad
Media. Hemos vuelto a la Edad Media o, mejor dicho, algunos se han quedado en
la Edad Media.
–Después de leer
Mujeres de fuego queda claro que en los años ‘70 tanto los hombres como las
mujeres querían cambiar el mundo, pero la impresión hoy es que sólo las mujeres
quieren cambiar el mundo. ¿Coincide?
–Sí, me parece que esa percepción es correcta,
porque estamos viendo el regreso de un machismo talibán que debilita a los
hombres. Los hombres se debilitan cuando los ponen a jugar ese papel, cuando
son los que siempre deciden las guerras. Y estamos un poco cansadas de que no
existamos las que vamos a perder muchísimo en las guerras, porque mujeres y
niños son las víctimas más desoladas de toda esta situación. Las mujeres nos
animamos a decir que no es cierto que estas son guerras humanitarias y
democráticas; son guerras coloniales, son invasiones. Si la OTAN inventó un
ejército secreto allá en los tiempos de su nacimiento y puso andar operaciones
como la Operación Gladio, imaginate hoy en día ser invadido por estos
mercenarios contratados. Tengo el cable en que Arabia Saudita llama a
mercenarios de todo el mundo y les ofrece tanta paga por su trabajo. La mayoría
de las organizaciones anti guerra que han surgido en Europa están dirigidas por
mujeres. Y es evidente que se ha profundizado un odio contra las mujeres en el
poder, que es un odio de género. Y yo lo viví con Evita.
–¿En qué sentido
vivió ese odio?
–Una de mis tías, María Inés, que fue una maestra
rural, era peronista. Y con mi tía fui a ver a Evita cuando estuvo en Paraná.
Evita era bellísima, como una figura de cera, pero además la amé porque
iba todos los domingos a misa con mis tías a las seis de la mañana, porque para
sufrir teníamos que sufrir temprano (risas). Y llevaban a las niñas de los asilos
y yo me sentía tan mal con mi guantecito, un sombrerito y un tapadito, porque
entraban las niñas del asilo con sus cabezas rapadas y unos delantales grises.
Todos los domingos, después de misa, tenía fiebre porque siempre fui muy
sensible y muy rebelde, y había visto la desolación de los peones rurales que
iban de un lugar a otro. Evita puso un hogar de niños y terminó con los asilos.
Las señoras de la beneficencia tenían estos asilos con chicas del campo, ya
sean huérfanas o no huérfanas, y las preparaban para llevarlas a servir a su
casa. Todas terminaban sirviendo como criadas. El término criada significa que
no les daban un salario ni nada. Les daban una piecita, la comida, y en general
tenían que soportar ser las mujeres con las que se podían iniciar los hijos de
las señoras. Antes que ninguna otra cosa, diría que fui evitista. La alegría
que me dio cuando a esas niñas les hicieron vestidos bonitos, les dejaron
crecer el pelo... Y sabía por mi tía que Evita se presentaba a cualquier hora
en la noche para ver cómo las estaban cuidando. Qué percepción tenía Evita del
dolor de los otros y cómo devolvió la bronca que arrastraba de su niñez
haciendo justicia. Cuando vine a Buenos Aires en el ‘56, tenía a Evita en mi
cabeza.
El azul intenso de los ojos de Calloni parece un
océano de emociones que emergen a la superficie. “Después viví en la casa de
Ana María Pedroni, la hija del poeta José Pedroni, que era comunista, y en ese
momento tuve mucha relación con la gente del Partido Comunista. Nunca hay que
olvidar que el Partido Comunista tuvo un papel fundamental en la cultura,
porque casi todos los pintores y escritores de esos tiempos salieron de ahí
-recuerda la escritora y periodista-. Al peronismo todavía no se lo ha mirado
desprejuiciadamente, verdaderamente. Se lo mira desde un lugar de prejuicio
‘pro’ y de prejuicio ‘contra’. Pero al peronismo hay que estudiarlo por el
efecto que produjo a nivel de masas. Me acuerdo de que mi mamá le escribió una
carta a Evita. En la escuela tenía un solo libro que se llamaba Paso a paso,
porque nunca le mandaban libros. Mi mamá buscaba ese papel gris donde se
envolvían el arroz o los fideos en los almacenes del campo, y le pedía que le
dieran una cantidad. Los cortaba como en hojas y a la noche los cosía. Esos
eran los cuadernos que tenían los chicos del campo”. La mamá de Calloni era
“más bien radical”, pero le escribió a Evita y al poco tiempo llegó a La Paz un
camión con zapatos, ropa, libros, cuadernos, lápices. “Mi mamá me educó viendo
la injusticia y no dejándola pasar de largo. Yo admiraba a Evita y, como me
decía Fanny Edelman, es una figura que tenemos que reconstruir de otra manera,
porque fue inolvidable a nivel de masas –plantea–. Siempre respeté mucho al
Partido Comunista, porque capacitó a mucha gente, lo que pasa es que faltaba
que surgiéramos a partir en nuestro mundo latinoamericano. Nada puede surgir si
no conocés tu realidad. Ese tejido rumoroso que hay debajo de la sociedad es un
mundo de mujeres. Las mujeres tejen y destejen constantemente. Y, de alguna
manera, con Mujeres de fuego quise hacer un pequeño homenaje a algunas mujeres
que para mí son símbolos”.
–¿Por qué está
escribiendo una novela sobre “Pancho” Ramírez hace varios años?
–Mi familia era ramirista y artiguista; aunque
Ramírez se peleó con Artigas, eso era posible. Ramírez fue la principal
retaguardia que tuvo Artigas. No me gusta cómo los historiadores encierran en
una cajita la historia de los caudillos. Busqué un personaje muy especial que
se llama Vinicio Terza, hijo de un italiano que estaba en el ejército portugués
–esto es ficción–, que en una parte dice: “yo no quiero ser el juez, sino el
amante de aquellos días”. Yo no los estoy juzgando, los muestro como eran, con
sus altibajos, sus momentos heroicos y sus momentos de debilidad, porque no hay
nadie perfecto, por suerte. El narrador es un niño que pierde a sus padres en
Uruguay, lo adoptan unos franciscanos y lo educan. Cuando Aimé Bonpland estuvo
en la Argentina, Ramírez lo invitó a Entre Ríos; pero la ficción en mi novela
está en que hay un botánico que conoce al niño, que quiere salir del convento y
se escapa a Entre Ríos con el botánico. Y como el chico escribe, queda como
escribiente de Ramírez. La novela descontractura la historia y la cuenta desde
otra mirada. Ramírez y Artigas se enfrentaron al final, pero Artigas no quiso
volver a Uruguay no por Ramírez, sino porque muchos lo habían traicionado. Si
nosotros seguimos ocultando la verdadera historia, que tiene tantos recovecos,
tantos laberintos, nunca vamos a poder asumirnos como lo que somos.
–¿Cuándo terminará la
novela?
–En unos meses prometo que la termino (risas). Lo
que me divierte mucho es que soy víctima de percepciones equivocadas. A mí me
han puesto como “una militante desorbitada de la izquierda”, sin saber que a
los 16 años había leído a (Franz) Kafka. Que eso es lo que servía para el
periodismo que se hacía antes: el periodista tenía que ser un tipo culto. En
los años ‘60 o ‘70, para conquistar a alguien necesitabas tener un libro en la
mano. Soy una mujer con todas sus imperfecciones, pero muy divertida, porque si
hay algo que me ha mantenido en este mundo horroroso es un humor que no me
puedo sacar de encima nunca. Tengo 81 años y ahora que estuve de jurado en Cuba
en el premio Casa de las Américas con varios jóvenes, me decían: “Estela,
estamos hablando todos como si fuéramos de la misma edad”. Como vivo como una
vieja adolescente, como una vieja dama indigna, nunca voy a dejar de tener buen
humor. Nunca me lo van a sacar porque también creo, como (Arturo) Jauretche,
que la revolución no la hacen los pueblos tristes.
La ficha
Stella Calloni nació en Pueblo Leguizamón (La Paz,
Entre Ríos) en 1935. Cuando llegó a Buenos Aires, se relacionó con poetas como
Olga Orozco, Héctor Negro y Alfredo Carlino, y entabló relación con varios
miembros del Partido Comunista Argentino, y con peronistas de la resistencia y
trabajadores. En los años ‘60 participó en el proyecto del Movimiento de Unidad
Latinoamericana junto con Gregorio Selser, uno de sus grandes maestros. Trabajó
en diversos medios de prensa de América latina y colaboró en revistas de
Estados Unidos, Francia e Italia. Fue corresponsal en zonas de conflicto y de
guerra; es corresponsal de La Jornada de México en América del Sur. Durante la
dictadura cívico-militar se exilió en México y Panamá, donde trabajó como
editora de la revista Formato 16 y como guionista del Grupo Experimental de
Cine Universitario de la Universidad de Panamá. Como corresponsal del periódico
mexicano Unomásuno, cubrió la Revolución Sandinista desde Nicaragua. Publicó
los libros de poesía Los Subverdes (1975), Carta a Leroi Jones y otros poemas
(1983) y Poemas de Trashumante (1998). El libro de relatos El hombre que fue
yacaré, finalista en Casa de las Américas en 1992, fue publicado en la
Argentina en 1998 y en Cuba en 2014. Es autora de Nicaragua: el tercer día
(1992), Operación Cóndor (1999), que reeditará de manera ampliada y con nuevo
título: Operación Cóndor: pacto criminal (2001); La invasión a Irak: guerra
imperial y resistencia (2003), Recolonización o independencia: América latina
en el siglo XXI (2005), junto con Víctor Ego Ducrot; y Evo en la mira. CIA y
DEA en Bolivia (2009), entre otros. Ha recibido numerosos premios y
distinciones como el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí, (Cuba,
1986), el Premio Rubén Darío (Nicaragua, 2008), el Premio de la Escuela de
Periodismo TEA (2003) y el Premio Rodolfo Walsh de la Universidad de La Plata
(2012), entre otros.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario