por José A. Delgado / Resumen Latinoamericano/ 30 de
Enero de 2017 .-
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Por vez primera, Clarisa López
Ramos sale de ver a su padre con una sonrisa.
Todo es distinto. Las caricias clandestinas en el pelo y el poderse
recostar de su hombro cuando esquivaban la mirada del guardia penal o cuando
este se hacía la vista larga.
Pero, en 107 días, a más tardar, todo será apenas un recuerdo.
Después de más 150 visitas a la cárcel de Terre Haute en los últimos
18 años, llegó la hora de planificar el futuro.
Oscar López Rivera, el último revolucionario boricua de la guerra fría
que está en prisión y el preso político puertorriqueño que más tiempo ha
pasado en cárceles estadounidenses, va a ser excarcelado a más tardar el 17
de mayo, luego de casi 36 años.
“Está feliz, súper alegre”, dijo el sábado López Ramos, al concluir la
primera visita de dos que le daría este fin de semana.
Cuando el pasado 21 de enero entró por vez primera a la cárcel, luego
que el presidente Barack Obama conmutara la sentencia a su padre, el crisol
del mundo se veía distinto.
Las vicisitudes no han cambiado. Después de todo, para el gobierno
federal sigue siendo el antiguo militante de las Fuerzas Armadas de
Liberación Nacional (FALN), un grupo que reclamó la autoría de decenas de
atentados con bombas, que causaron cinco muertes.
López Rivera nunca ha negado su vinculación con las FALN. Pero,
rechaza a capa y espada tener sangre en sus manos.
Como en otras visitas, su hija – que le conoció en una cárcel de
Chicago meses después de su arresto el 29 de mayo de 1981-, tiene aún que
cumplir con la rutina que impone el carcelero. Reportarse ante un intercom
que le autoriza su entrada formal al complejo correccional de Terre Haute,
ubicado en la localidad del mismo nombre en el estado de Indiana, con unos
62,000 habitantes, y a tres horas y media y al sur de la ciudad de Chicago.
A los prisioneros les desnudan para registrarles antes y después que
salen de recibir la visita. Cuando Clarisa entró el sábado a la sala de
visitas, junto a la presidenta del Concejo Municipal de Nueva York, Melissa
Mark Viverito, como es usual, un guardia penal le dijo donde sentarse.
Los oficiales de custodia determinan dónde colocan a los prisioneros y
sus familiares. El prisionero y su visita se sientan hombro con hombro, en un
salón que puede parecer la sala de espera de una oficina o un hospital.
Los visitantes pueden saludar al prisionero al entrar. Después se
interpone una barrera hasta el momento de decir “hasta la próxima vez”.
Para, Clarisa López Ramos hasta el sistema le dice cómo y cuándo
abrazar a su padre, aunque lo tenga a su lado durante casi siete horas.
“Estamos ambos contando los días, los segundos, los momentos para
cumplir más sueños. Por fin hablamos de las cosas que tenemos pendientes
fuera de la prisión”, dijo López Ramos, en una entrevista con El Nuevo Día en
la escuela Roberto Clemente del barrio boricua de Chicago,cuando habló sobre
su primera visita a la cárcel después de recibir “las buenas noticias”.
El fin de semana anterior fue a ver a su padre junto a su abogada, Jan
Susler. El sábado la acompañó la concejal Mark Viverito. Ayer, junto a la
concejal, se sumaron a la visita la abogada Susler, el congresista demócrata
Luis Gutiérrez, su tío José López Rivera y el secretario de la Junta de
Directores del Centro Cultural Puertorriqueño de Chicago, Alejandro Molina.
Una vez el presidente Barack Obama conmutó a López Rivera el pasado
día 17 su sentencia, que era de 70 años de cárcel, no se supone que
permanezca en la cárcel de Terre Haute.
Por lo tanto, López Rivera tuvo que iniciar de inmediato la solicitud
del proceso de transición hacia una institución carcelaria de tiempo parcial
–que le permitiría salir a trabajar-, o bajo arresto domiciliario.
Su intención es terminar de cumplir su sentencia en Puerto Rico, donde
la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz, le ha ofrecido trabajo. “El
deseo de mi papá es vivir conmigo”, dijo López Ramos.
Pero, no hay certeza de que se encuentre un espacio o se finalice el
trámite burocrático antes del 17 de mayo.
De todos modos, López Rivera ya comenzó a hacer su mudanza. Sus
pertenencias, las acumuladas durante los pasados 35 años en cautiverio, se
empaquetan en cajas, algunas con destino a Chicago. Otras ya las embarca
hacia San Juan.
López Rivera no saborea las delicias de la cocina puertorriqueña hace
más de tres décadas, pero planifica con su hija -amante de la cocina-, las
recetas que quiere degustar.
“Me preguntó si me acordaba de hacer los buñuelos de ñame de mi
abuela. Me pidió que hiciera un vinagre de piña. Él dice que es vinagre, pero
en verdad es pique”, sostuvo su hija.
La cuenta atrás está en marcha. Para acabar, de una vez y por todas,
con las despedidas. (El Nuevo Día/Foto: Teresa Canino)
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