Por Mariano Pacheco, Revista Zoom,
Resumen Latinoamericano/ 26 de junio 2017 .-
A 15 años de la Masacre de
Avellaneda, entrevista a Alberto, el papá de Darío Santillán: la lucha de los
familiares, las responsabilidades políticas y el legado más allá de las
idealizaciones.
Desde que con sus muletas se puso al
frente de aquella inmensa movilización que el 3 de julio de 2002 partió desde
Puente Pueyrredón, bajó la lluvia, hacia Plaza de Mayo para repudiar la
represión, a hoy, Alberto Santillán no ha cambiado ni de trabajo, ni la forma
en que se peina o se recorta la barba, ni siquiera su manera de vestirse, pero
sí su modo de hablar, que suele ser sereno, pausado y reflexivo en el “mano a
mano”, y enérgico. cuando no encendido. Al momento de hablar frente a muchas
personas. En este caso, a días de conmemorarse el decimoquinto aniversario del
asesinato de su hijo Darío, Alberto se reúne con este cronista en un bar del
barrio porteño de Monserrat, cerca de su casa y no tan lejos de donde trabaja
desde hace décadas: el hospital Argerich.
Enfermero de
oficio, como la madre de Darío (Mercedes, fallecida en el año 2000), Alberto
recuerda que de chico Darío les había pedido permiso para hacer un curso de
primeros auxilios. Y que nunca pudo dejar de pensar en eso una vez que vio la
foto de su hijo, en el hall de la estación de trenes de Avellaneda, tomándole
el pulso a Maximiliano Kosteki, el otro joven de barba ya entonces herido de
muerte aquel 26 de junio de 2002. Ese día, un operativo conjunto de la Policía
Bonaerense, la Prefectura, la Policía Federal y la Gendarmería avanzó sobre una
columna de integrantes de movimientos de trabajadores desocupados que
intentaron cortar el Puente Pueyrredón, en coordinación con otros puntos de
protesta, en una jornada en la que se reunían prácticamente todos los
movimientos sociales que entonces reclamaban un cambio en las políticas de
ajuste y represión llevadas adelante por el presidente interino Eduardo
Duhalde. La represión se cobró la vida de los dos jóvenes militantes, pero
también dejó el saldo de 33 personas heridas con balas de plomo, disparadas por
las fuerzas de seguridad en un operativo policial que incluyó también un
operativo político de declaraciones de altos funcionarios nacionales y de la
provincia de Buenos Aires hablando de una “interna piquetera” a partir de la
cual se había desatado la violencia, e incluso un papel activo de medios
hegemónicos de comunicación, que intentaron desdibujar las evidencias de las
responsabilidades estatales, como fue el caso del diario Clarín, que tituló su edición del 27 de junio con el lema de “La crisis causó
dos nuevas muertes”.
Desde entonces, un juicio que culminó
en la condena a cadena perpetua de un comisario general de la Policía
Bonaerense y su chofer; el cambio oficial del nombre de la estación de trenes
donde ocurrieron los hechos y una pelea incansable de los familiares, amigos y
compañeras de militancia de Kosteki y Santillán por denunciar la impunidad y
obtener justicia por aquellos trágicos sucesos recordados bajo el nombre de
“Masacre de Avellaneda”.
La lucha por justicia y contra la
impunidad
Foto: Georgina García | Zoom
Desde el mismo día en que tuvo que
reconocer el cadáver de su hijo, Alberto Santillán se puso al frente de la
lucha por llevar a la cárcel a los asesinos de Darío y Maximiliano. Junto con
Leo (uno de los tres hermanos de Darío) y en su momento con Mabel (mamá de
Maxi, fallecida en septiembre de 2003, quien de hecho había iniciado la causa
judicial ese mismo año), encabezaron una pelea que no sólo los vinculó de otro
modo con la historia (breve pero intensa) de sus familiares asesinados, sino
que los transformó a ellos mismos.
¿Cuáles son las luces y sombras de
toda esta lucha por justicia y contra la impunidad que han emprendido como
familiares?
Siempre sostengo que las condenas a
Franchiotti y Acosta se han conseguido no tanto por la acción del juez o de la
fiscalía, sino por la tremenda presión que hemos realizado los familiares, la
militancia y una parte importante de la sociedad que se manifestó entonces
frente a los tribunales de Lomas de Zamora. Porque más allá del inmenso trabajo
realizado por los abogados, fue esa presión en los cortes de calles y otras
acciones de protesta la que conquistó estas condenas a cadena perpetua, por
primera vez, a un comisario general que reprimió una manifestación provocando
dos muertes. Y creo que todo este trabajo que hemos realizado entre los
abogados, los familiares, los amigos, la militancia de los movimientos valió la
pena, porque sienta un precedente. Aunque claro, del lado político tanto como
del judicial se ha pretendido que esto quede como un mero hecho policial,
cuando ha quedado más que demostrado que fue también y sobre todo un hecho
político. Hace poco Aníbal Fernández, fiel a su estilo de que se le va la
lengua, dijo, cuando reprimieron a los maestros, que sin una orden clara del
Estado la policía no reprime. Y bueno, él fue el que salió a dar la cara en
nombre del gobierno de Duhalde cuando mataron a Darío y a Maxi, así que el pez
por la boca muere. Haciendo un poquito de memoria, recordemos que no solo
mataron aquel día a mi hijo y a Maxi, sino que también hirieron con bala de
plomo a otros 33 manifestantes, con todo el daño no solo físico sino psíquico
que eso implica. Y Fanchiotti, si bien pertenecía a la “maldita policía”, era
un comisario de carrera. Por eso siempre hemos denunciado que hubo una
complicidad entre la policía, el poder político y el judicial. Apenas mataron a
los chicos, todo el entorno de Duhalde y de Felipe Solá salió a decir que las
muertes habían sido producto de una interna entre piqueteros, que se mataron
entre ellos, que había armas entre los manifestantes. Así que yo siempre
insisto en que hubo una clara responsabilidad del Estado. Y hemos insistido en
plantear los crímenes de la Masacre de Avellaneda como “delitos de lesa
humanidad”, pero este reclamo no tuvo eco, porque los jueces y fiscales nos han
dicho que los crímenes de lesa humanidad pertenecen al momento del terrorismo
de Estado. Otra cuestión respecto de la lucha por justicia es la del paso del
tiempo, porque las causas prescriben. Yo hace unos días fui al juzgado y el
juez Ariel Lijo, que lleva la causa, no estaba, pero al otro día me mandó a
decir por su secretaria que mientras él fuera el juez no iba a permitir que la
causa prescribiera.
“Las
condenas a Franchiotti y Acosta se han conseguido no tanto por la acción del
juez o de la fiscalía, sino por la tremenda presión que hemos realizado los
familiares, la militancia y una parte importante de la sociedad”
¿Y qué pasó respecto del planteo que
han hecho durante años sobre la necesidad de avanzar en un juicio contra las
responsabilidades políticas de la Masacre de Avellaneda?
Bueno, ahí la justicia ha dejado
mucho que desear. Recordemos que en 2010 archivaron la causa. En ese momento el
fiscal Miguel Osorio y el juez Lijo consideraron que no había elementos
suficientes para apuntar o demostrar la responsabilidad de los funcionarios del
Estado Nacional y Provincial que nosotros señalábamos como involucrados en los
crímenes, empezando por el entonces presidente Duhalde. Así que después de
cuatro largos años de lucha logramos desarchivar la causa. En el medio yo
cambié de abogado. Y el hecho de haber estado desde entonces con la APDH de La
Matanza y con la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, considero, nos ha
ayudado a abrir muchas puertas. Pero nada fue fácil. Una vez que logramos
desarchivar la causa, después nos cambiaron tres veces de fiscal en unos pocos
meses. Y nos decían que no podían avanzar porque no iban a ser ellos los que
siguieran con la causa. Así que, como te decía hace un rato, si no hubiese sido
por el trabajo de los abogados, de los familiares y la colaboración de la
militancia, todo hubiese quedado estancado. Y hemos avanzado en presentar siete
testimoniales. Pero la actual fiscal, Paloma Ochoa, dijo que ninguno servía,
porque eran más de lo mismo de lo que ya se había dicho y que ella necesitaba
que le dieran nombres y apellidos. Así que fuimos y hablamos con el entonces
intendente de Avellaneda, Oscar Laborde, que después fue y declaró. Y dijo
claramente las apretadas que había recibido de parte de Juan José Álvarez y del
jefe de Gendarmería, pero no pasó nada. También había otro comisario, del cual
ahora no recuerdo el nombre, que decía que no se acordaba de nada, pero al
final después de varias preguntas punzantes de los abogados de la Procuvín sí
se acordaba. Así que tengo que reconocer que, si bien yo tengo mis diferencias
con Alejandra Gils Carbó, el hecho de que ella haya puesto a estos abogados de
la Procuvín a trabajar con la fiscalía, por orden directa de ella como
Procuradora General de la Nación, fue un gran aporte.
Foto: Georgina García | Zoom
Respecto de las conquistas de este proceso de lucha emprendido, también
cabe destacar el hecho de que se haya cambiado el nombre de la estación
Avellaneda, tal como hemos narrado alguna vez en
revista Zoom. ¿Qué sentís al pasar por ahí en tren y escuchar por
los autoparlantes que anuncian el arribo a la estación Maximiliano Kosteki y
Darío Santillán?
En esta búsqueda de justicia de la
que hablábamos uno siempre suele mirar hacia lo que falta: meter presos a los
autores intelectuales de la masacre. Pero en ese camino a veces uno se olvida
de los logros que hemos conseguido: que se haya desarchivado la causa; que haya
quedado firme la condena a Franccioti y Acosta, cuestiones no menores, como
esta otra del cambio de nombre de la estación, que es un logro muy grande de
toda la militancia, un logro que ya es historia. Porque este fenómeno va a ser
un tema de estudio: cómo cambió el nombre de una estación que llevaba el nombre
de un genocida al de dos luchadores sociales. Y ahí se va a saber quiénes
fueron Darío Maxi, cuáles eran sus sueños, sus peleas, y quienes fueron sus
asesinos. De ahí la importancia de la condena social, que con el paso de los
años logró instalarse respecto de Duhalde, pero también hay que enfocarse en
Solá, que parece que ahora no tuvo nada que ver, y él sin embargo era
gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pero todo se compensa de algún modo
al escuchar el anuncio de la llegada a la estación, incluso a más de uno se les
planta un lagrimón. Porque nos recuerda dónde y cómo murieron Darío y Maxi,
pero sobre todo, como vivieron.
“Como
papá yo a mi hijo lo recuerdo todos los días, lo sueño muchas noches”
Multiplicar su ejemplo, continuar su
lucha
Si bien entiendo que Darío debe estar
presente cada día en tu vida, supongo que con las actividades previas al 26 de
junio, todos los homenajes y conmemoraciones que se realizan, Darío está de
alguna manera aún más presente. ¿Qué rescatás de él en días como estos?
Creo que no soy yo principalmente
quien mantiene vivo el recuerdo de Darío, sino la militancia y toda esa gente
que no los deja caer en el olvido. Como papá yo a mi hijo lo recuerdo todos los
días, lo sueño muchas noches. Y si bien uno sabe que está muerto, es como si
estuviera ahí, vivo. Y creo que vivo sigue en sus hermanos, en sus compañeros,
en quienes como vos fueron sus amigos, lo conocieron en la intimidad. Y para mí
vive también en cada banderita que veo con su rostro, y no solo en el Gran
Buenos Aires sino también en otros lugares del país, en los sitios más
humildes, en donde yo veo la cara de satisfacción de la gente cuando me ven
llegar, ver que ahí está el papá de Darío con ellos, eso a mí me da también
mucho orgullo. Y ahí veo que Darío no estaba equivocado y que se encontraba en
un camino en el que todos deberíamos estar. Porque él estuvo codo a codo con
los que menos tienen. Con ellos se cagó de hambre, se cagó de frío en invierno
y se cagó de calor en verano. Y claro, Darío aparece idealizado, pero como
todos era un ser humano y tenía sus cosas también, sus errores, sus berrinches.
Pero evidentemente, en su corta pero intensa vida marcó un camino. Él se
consideraba parte de la sangre de los caídos en otras luchas, y hoy 15 años
después de su asesinato veo cómo otros jóvenes recogen su ejemplo, sus sueños,
sus ideales. Su impronta la veo en su último acto, llevando a cabo eso que él
tomaba del Che y que siempre decía: tomar como propia la injusticia ajena. Y
por eso volvió a la estación. Y de no haber vuelto se hubiese sentido
seguramente traicionado por él mismo. Porque todos sabemos que en las
situaciones límites, por instinto natural, uno quiere preservar su vida, pero
Darío aprendió a vencer el miedo, algo que aprendió en las jornadas de
diciembre de 2001. Una vez me contó que ese día un compañero se le acercó y le
comentó que tenía miedo. Y él le respondió que todos tenían miedo, pero juntos
lo tenían que vencer. Y por eso él, como tantos otros, se quedó: venció su
miedo y tiró piedras y enfrentó la represión. Y esto me recuerda qué parecidos
son tantos otros luchadores sociales: Mariano Ferreyra o el Pocho Leprati, o
tantos otros caídos. Los ves y tienen todos la misma pinta: flacos, barbudos, de
una madera muy especial. Una madera que no es para cualquiera. Como el Pocho,
levantando la mano y diciendo: “Hijos de puta, no disparen, acá hay pibes
comiendo”. Y Darío, levantando la mano y también diciendo: “no disparen, que
acá hay un pibe que se está muriendo”. Tanto amor por el prójimo, al punto de
entregar su vida para ser fieles a lo que siempre dijeron. Y sí, siempre está
el deseo de que vuelva, de que aparezca y venga a darme esos abrazos que me
daba, desde el alma. Pero no es la primera vez que lo digo: mientras él se
estaba desangrando en la estación, estaba pariendo miles y miles de hijos, con
una semilla de conciencia distinta, que hoy se ve en el compromiso totalmente
jugado de los jóvenes, los solidarios, los que se embarran las patas y generan
conciencia de por qué nos pasa lo que nos pasa. Yo lo extraño. Se cumplen 15
años y yo qué más quisiera que hacer el duelo y que los responsables políticos
de los asesinatos estén en donde tienen que estar: en la cárcel; y no como
están ahora, amparados por el gobierno de turno, y los jueces y todo este
aparato de los medios que le dan lugar para que se presenten nuevamente como
candidatos. Pero bueno, también a 15 años están todos esos jóvenes que leen su
biografía, que ven sus videos y retoman sus palabras, como las del video ese en
donde sale hablando en el corte de la autopista, y ya nombra a Macri como parte
de esas mafias de empresarios, y ahora lo tenemos como presidente. Así que
nada, qué te puedo decir: tengo el enorme honor de ser su papá. Y no tengo su
abrazo, pero tengo las palabras de esa gente que viene y me dice: “Gracias.
Gracias por el hijo que tuvo”. O que vienen y me abrazan. Y en esos abrazos
encuentro mucho más que si viniesen y me dijeran mil palabras.
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