Hoy, en esta fecha tan significativa para todos los luchadores
de la vida, se hace difícil no pensarlos, no recordarlos, no extrañarlos. Se
hace imposible. Militantes populares, ambos, fueron mucho más que “dos víctimas
de la crisis”. Fueron nuestros hijos, fueron nuestras hijas, fueron 30 mil
compañeros detenidos desaparecidos, fueron gargantas poderosas. Algunos,
distraídos, podrán pensar que ya no están acá, pero nosotros sabemos que sí, que nos acompañan ahora y
siempre, porque ellos han sido tan importantes como lo siguen siendo, para que
todos podamos alcanzar por fin una vida verdaderamente digna. Son ellos, los
jóvenes que luchan día a día, quienes dan el presente cuando el Estado está
ausente. Y somos nosotros, quienes debemos valorarlos, recordarlos y honrarlos,
a toda hora. Porque no sólo le dieron un ejemplo a las nuevas generaciones: le
dieron su vida a la militancia, defendiendo la Patria para incubar justicia
social, esa misma justicia social que exigía mi hijo Gustavo junto a tantos
compañeros. Y entonces no, no me pidan que les responda quiénes fueron Maxi y
Darío, porque Maxi y Darío no fueron: Maxi y Darío son… Maxi y Darío somos
todos nosotros.
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