Resumen Latinoamericano, 15 diciembre 2016.-Hay hechos, imágenes, gestos que sirven a la perfección para graficar lo que significa la intolerancia, la bestialidad de ciertos individuos, incluido la buena dosis de fascismo que circula por sus venas. La Argentina actual está infectada de esas y otras lacras. Responden al tiempo político que ha caído como un golpe de maza sobre los hombros de sus habitantes. No alcanza con decir tarifazo, inflación que se desborda mes a mes, despidos al por mayor, destrucción de programas, instituciones y servicios comunitarios. Todo ello sazonado con protocolos represivos, detenciones arbitrarias, amenazas y otras enojosas variantes de ataque directo a los derechos de cada persona. Sí, se sabe que el capitalismo que hoy impera no puede andarse con sutilezas. Es transparente en su brutalidad. Y a partir de allí, proclama ser impune y no preocuparse por ello.
Toda esta introducción no alcanza para transmitir la vergüenza ajena que se pudo sentir este pasado miércoles frente al tratamiento hostil y violento que sufrieron la Canciller venezolana Delcy Rodríguez y su par boliviano David Choquehuanca. El resultado no pudo ser más lamentable: en nombre de querer impedir que Venezuela participara en la reunión del Mercosur (entidad que para más datos, preside desde hace meses) la denominada Triple Alianza + uno (Argentina, Paraguay, Brasil + Uruguay) optó por mandar a sus bulldogs a cortar el paso de una ministra que además de ser insobornable discípula de Hugo Chávez, es mujer con agallas y dotada de una conciencia política digna de imitar, y del canciller boliviano, brazo fundamental en política exterior del gobierno de Evo Morales.
Delcy sabía muy bien que poco podía esperarse de su concurrencia a una reunión de cancilleres de países gobernados por dos mandatarios golpistas, otro que es furioso integrante de la derecha más cerril y socio dilecto de ilegales empresas of shore y un cuarto, individuo de comportamiento taimado, de esos típicos que suelen subir por izquierda y bajar por derecha. Sin embargo, Venezuela Bolivariana es todo lo contrario a lo que Washington y los medios hegemónicos propagandizan. La Patria de Bolívar y Guacaipuro tiene tal apego a la legalidad, que impuso que la Canciller no se arredrara ante los posibles desprecios que podría sufrir y se dispusiera a reclamar diálogo y una mejor explicitación del comportamiento expulsivo adoptado por sus otros agresivos colegas.
En el peor de los escenarios imaginados podían caber todo tipo de chicanas y actitudes de desconocimiento del rol importantísimo que viene jugando Venezuela en lo que hace a la integración regional, pero de allí a que se pudiera pensar en lo que realmente ocurrió hay un largo trecho. Es verdad que Macri no llegó por un golpe de Estado, pero a partir de su instalación en el gobierno no se puede dudar que hay golpes para todos y todas. Eso mismo habrá pensado la valerosa Delcy Rodríguez (digna hija del fundador de la Liga Socialista venezolana, Jorge Rodríguez, quien fuera asesinado por la policía política en 1976) cuando junto con Choquehuanca y arropada por los vítores y consignas de una multitud de manifestantes de organizaciones populares argentinas, intentó traspasar un nutrido contingente de policías federales armados de pistola, cachiporras y escudos que le cortaron el paso. De nada sirvió que se diera a conocer como “la Canciller de Venezuela” para evitar que sobre ella cayeran golpes, violentos zarandeos e incluso patadas para su comitiva diplomática. Tampoco salió airoso el ministro de Bolivia que fue empujado y maltratado ostensiblemente. Pero Delcy es Delcy y como a cualquier mortal del Bravo Pueblo no se la detiene fácilmente. “No retroceder ni para tomar impulso” habrá pensado en el medio del tumulto, mientras los federales repartían escudazos y golpes a montones. Siguió para adelante, y una vez traspasada la muralla de uniformados giró sobre sus pasos y mirando a los compañeros y compañeras que gritaban “Venezuela es Mercosur”, levantó primero el puño y luego hizo el saludo de la victoria, con una sonrisa que no pudieron quitarle de su rostro en ninguno de los tristes momentos que tuvo que vivir.
En el interior de la Cancillería no le fue mejor a la combativa mujer bolivariana. Allí, un típico y servil “hombre de la Seguridad” intentó convencerla de que (como dijo la ministra argentina recomendada por la Embajada de EEUU, Susana Malcorra) “no estaba invitada” a la reunión. Delcy puso primera, y eludió que la tomaran del brazo, llegó hasta la sala de reuniones, donde los súbditos brasileños, argentinos, paraguayos y uruguayos del Imperio se disponían a deliberar, y de paso deglutirse los sadwichitos y pasteles, además de beberse el té y los jugos que posaban sobre la mesa. Al ver a ingresar a los dos cancilleres de la dignidad, sin mediar palabras se pusieron de pie e hicieron mutis por el foro, como si hubieran visto al mismísimo Belcebú.
Si no fuera trágico para nuestros pueblos, todo lo relatado serviría de guión a una película, pero la realidad es otra. Por el maltrato policial sufrido, la ministra Rodríguez hoy exhibe un brazo entablillado, lleno de moretones. Lo que en otro siglo hubiera derivado en una guerra, en Macrilandia solo produjo otra provocativa declaración de Malcorra, donde justifica el accionar policial. No es exageración decir que cualquier observador desprevenido podría pensar, sin temor a equivocarse, que si a una ministra le magullaron un brazo por querer transitar libremente, qué le puede esperar a una ciudadana o ciudadano común de este país.
A pesar de lo ocurrido, Delcy Rodríguez y también Choquehuanca, deben saber que los argentinos y argentinas se sienten orgullosos de su rebelde comportamiento. De saber decir las cosas por su nombre, de no dudar en qué sitio colocarse cuando se juegan los destinos de la integración de los países del continente. De ser chavistas, bolivarianos, revolucionarios. Pasarán los años y cada vez que alguien opte por rebelarse frente a la opresión y alistarse en el campo de los que pelean por la emancipación de los pueblos, seguramente recordará para animarse, esa imagen de Delcy, magullada pero entera, con su puño en alto apuntando al cielo. Invicta, como su padre.
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