Todo sumado da exceso. Exceso para que sea verdad, exceso para que este país sea el mismo que el de hace trece meses y sin embargo nos lo hayan cambiado por su reverso. Exceso para que un gobierno que ganó por un punto y medio sostenga esa gélida mueca en la que se va transformando la simulación de la alegría. Es demasiado, o es demasiado rápido, o es demasiado torpe. Pero a la vez todo esto no da error. Da modelo, da proyecto, da especulación. El desastre económico se asoma monumental mientras en una cárcel de Jujuy un chico de 21 años aparece muerto en esos ahorcamientos de las celdas que después desmienten las autopsias. Jujuy se salió de madre, y desde este espacio hace muchos meses se viene afirmando que el macrismo mira a Jujuy y privilegia a Morales con recursos porque ahí tiene su mano de obra ocupada para escenificar, en la figura de Milagro Sala, el desquicio criminal al que están dispuestos. Jujuy no es un accidente. No parece un accidente. Es una vidriera.
Uno no diría que este rumbo y este ritmo provengan de la torpeza de un gabinete, aunque cuando uno los escucha hablar tampoco aparece ningún matiz de pericia oratoria, de manipulación argumentativa exitosa, de seducción. Todos los dirigentes del Pro que desfilan diariamente por los canales de televisión, incluso la mayoría, que asiste a puestas en escena periodísticas que forman parte de la misma posición que van a defender ellos, exhiben una torpeza inconcebible, a esta altura que sus dichos son actos que ya modificaron la vida de millones de personas. Todos son visiblemente cínicos, repiten sus latiguillos prefreudianos con vehemencia, actúan hasta su manera de parecer seguros y convencidos. Nunca hemos presenciado un desfile de pavadas, aberraciones, mentiras a repetición tan obvio. Llama la atención esa obviedad que se permiten, muy parecida a la impunidad. Es la impunidad de clase lo que las insufla. Y la vergonzosa cobertura mediática lo que la posibilita. Morales no es un sacado: es un soldado al servicio de la demolición de la idea de la organización social.
Decía que todo esto sumado da exceso, pero que no parece un exceso sino el resultado de algunas decisiones innegociables, como haberles devuelto las retenciones al agro y a las mineras, y que como todo este desastre y el que se asoma proviene de decisiones que no se pueden tocar, la maquinaria del desguace argentino ya está en marcha y en tiempo de descuento, y eso también forma parte de lo que no se discute. No admiten ni aceptan ni creen visible la destrucción total del país que encontraron y su retracción al país de los mayores dolores y sufrimientos históricos. No lo admiten porque lo saben y han llegado al gobierno precisamente para eso, porque eso que nos duele son los costos de este modelo, y a ellos los costos jamás les interesaron. Es más: su férrea posición ideológica, que es tan revulsiva que no asciende a la superficie del relato Pro, como sí ha dejado Trump que emergiera la suya y así fue que ganó las elecciones, tiene una base de desprecio supino por el pueblo. No le dicen pueblo. Dicen la gente. Pero la gente es la que meten en sus afiches o spots, representaciones de gente real encarnando roles a los que ellos les quieren hablar. Cacho y María nunca existieron. La idea de pueblo incluye a muchos más argentinos a los que esa posición ideológica no considera compatriotas ni sujetos de derecho, sino desperdicios de la especie humana a los que el Estado que se mueve con las contribuciones de “la gente” –no la de ellos, ni la de sus beneficiarios, que son y han sido siempre evasores–, no les debe nada. No hay responsabilidad social. No hay sociedad, yendo más lejos aún, a la que tengan que enfrentar ni a la que se deben como funcionarios públicos. Hay decisiones que tomar, y recursos que hay que extranjerizar muy rápido.
El exceso no es exceso sino la medida alocada de su falta de empatía. El error no existe, porque los costos que se les reprocha no son experimentados como costos. Por eso siempre fue absurdo “acompañar” en lo bueno este modelo, porque sus proyectos de leyes nunca fueron ni son iniciativas que puedan analizarse aisladas unas de otras. No hay manera de que le vaya bien a Macri y al pueblo, porque hoy ésa es la vereda antagónica por excelencia. Macri o el pueblo. Es la síntesis de democracia o corporaciones. Es el amargo pan nuestro de cada día. Macri hoy descansa. Nunca supo en toda su vida nada relacionado con pan amargo. Viene de un mundo sin códigos en el que se espía a los familiares y se sospecha que los ex socios de negocios frustrados son capaces de mandar a secuestrar. Viene de su fiesta de egresados de colegio de elite que incluye soberbio fracaso pedagógico, vistos sus exponentes. Llega directamente de la fiesta de egresados, con todos sus compañeros, a la fiesta del gobierno de un país que no entienden ni quieren ni conocen.
En 2012 publiqué una nota que se llamaba “No amar al prójimo” sobre Ayn Rand, una de las ideólogas de fondo que le dieron corpus a las nuevas derechas neoliberales de Estados Unidos para abajo, merced a la divulgación de su pensamiento, conocido como “objetivismo”, a través de decenas de fundaciones. La autora de La Rebelión de Atlas, vendido por millones de ejemplares en la década del 50, inauguró el “coraje” de lo antipopular. Le dio letra. Alisa Zinovievna, su verdadero nombre, exiliada rusa, había llegado a Hollywood pero fracasó como actriz y se dedicó a darle forma a un resentimiento político de vértices tan radicales que daban escalofrío. Los políticos eran la gente que venía a arruinarles la fiesta a los empresarios. No había por qué amar al débil, ya que si el débil no se convierte en fuerte por sus propios medios, merece hundirse. Concibió una categoría ontológica ahora expandida: “el egoísmo racional”. Fue la musa del Tea Party. En una entrevista dijo: “Soy ante todo la creadora de un nuevo código de moralidad, que hasta ahora ha sido considerada imposible. Esto es, una moralidad no basada en la fe ni en ningún otro aspecto arbitrario, ya sea místico o social”. El periodista le oponía lo que se decía de ella: con Newsweek en la mano, decía: “Aquí dice que usted ha llegado para destruir prácticamente todas las instituciones del modo de vida norteamericano contemporáneo. Nuestra religión judeo-cristiana, nuestro capitalismo modificado, regulado por el gobierno. Nuestra forma de gobierno, que se rige por la ley de la mayoría. ¿Son justas estas críticas?” Ella respondía: “Bueno, sí. Estoy desafiando el código moral del altruismo. El precepto de que el deber moral del hombre es vivir para otros. Que el hombre debe sacrificarse por otros”. “¿Qué significa sacrificarse por otros”, le repreguntaban. Y ella decía: “Que el hombre tenga que ser responsable por otros. Yo digo que nadie debería sacrificarse por la felicidad de los otros”. Sus ideas flamean hoy en medio mundo, incluido este país, cuyo presidente descansa con su familia del ajetreo público que lo agota tanto.
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