Texto: Laura Mor, Corresponsalía en Cuba Resumen Latinoamericano. Resumen Latinoamericano
La Habana, 14 de septiembre de 2017.- “Irma, mujer furiosa que con su arrollador andar nos da una lección de política práctica. Anuncia que va para Cuba y que de ahí viajará, como cualquier balsero, rumbo a Florida a buscar el sueño americano. Oh, sorpresa! El sueño americano consiste en un grito que dice “viene Irma, sálvese quien pueda”.
Así empezaban los versos de un escrito de Sergio Serrano, que se viralizó por las redes sociales, hasta más a prisa que Irma y que nos llegó a través de amigos solidarios el mismo sábado donde se esperaban las consecuencias en La Habana.
Amigos que viven del otro lado del mundo -al que no alcanzamos a responder pues el corte de electricidad programado para evitar mayores estragos había comenzado-. La entrada de un fenómeno como Irma obliga a observar con más detenimiento del usual nuestro alrededor.
A los cubanos y cubanas se los veía apurados pero sorprendentemente tranquilos, como quien sabe que a pesar de todo, no estarán solos. Cristales asegurados con cintas plásticas “de la de color carmelita”, las marrones, como recomendaban a cada paso; puertas y ventanales tapiados, árboles que se veían podados, tejados reforzados, botes de basura recogidos. Todo indicaba que Cuba se preparaba una vez más para los embates de la naturaleza.
Siendo mi segundo huracán viviendo aquí en la isla, Irma fue el primero vivido solo como ciudadana y no inmersa en una cobertura en otras ciudades como fue la primera experiencia el año pasado. Lo que hizo que la apreciación tomase otras aristas.
Ver como la llamada sociedad civil actúa, sea albergando a algún vecino o ayudando a otro a crear las condiciones en su casa para que los vientos no le hagan tanto daño a la estructura, es algo que a cualquiera de los que venimos de una sociedad capitalista, y por consecuencia individualista, emociona; como emociona la solidaridad de tus vecinos y de gente que quizás has visto alguna vez por el barrio o que quizás no te vio nunca, y aun así te tiende la mano a la par, sin esperar nada a cambio.
En Cuba, a diferencia de otros países, la sociedad -además de las Fuerzas Armadas y la Defensa Civil- se organiza colectivamente, sea por medio de los centros de trabajo, las organizaciones de masas a las que pertenezcan, la Universidad, el barrio, la cuadra o el edificio donde vivan. Todo el mundo colabora, de una u otra manera para dejar listas las condiciones para cuando el paso del huracán sea inminente, pero también en la recuperación posterior, tarea tan necesaria como la prevención.
En las calles habaneras se ven aún restos de árboles arrancados de cuajo por la furia de Irma, escombros de partes de paredes que no resistieron, cables,…pero también se ve un ir y venir de carretillas, de escobas y de haraganes -como le llaman aquí al secador de piso-, vecinos ayudando a los jóvenes soldados a quitar del camino los cuantiosos árboles, postes y cables caídos, limpiando desagües; se ve al pueblo devolviendo la normalidad a sus casas y también a sus calles.
Sergio, en su escrito, relataba lo que ocurría en las costas de Estados Unidos, paradigma del capitalismo, ilustrándose con gente que corre al supermercado a pelearse por comida hasta desabastecerlo totalmente, gente autoevacuándose en una cantidad tan grande de automóviles que bloquearon las vías de salida, gente pensando si la cuota del seguro estaría al día para no quedar, como se dice en Argentina, “en Pampa y la vía” cuando quedas desamparado.
Ese darwinismo social moderno, en donde sobrevive el que más tiene, en Cuba no funciona. Tampoco nadie queda “en Pampa y la vía”, pues además de esta sociedad civil que se solidariza en brigadas de trabajo, como forma organizada de defender al otro como si fuera uno mismo, el Estado está presente y se nota a cada paso.
Antes que llegue el día anunciado donde el huracán tocará tierra cubana, se ponen al resguardo comida, medicinas y la mayor cantidad posible de producción del campo; se hace mantenimiento al alcantarillado para mitigar las inundaciones; se podan los árboles; se evacúa la población de las zonas que se prevee serán las más afectadas hacia instalaciones seguras que les brindarán todo lo necesario para pasar los días de huracán a fin de evitar desastres mayores; lugar donde se quedarán si se hace necesario hasta que puedan ser reubicadas o sus casas reconstruidas si la pérdida inevitable fue demasiado grande.
Es así que Irma, como otros huracanes anteriores, se encuentran con una sociedad movilizada desde el Estado y en permanente alerta, con una población que es disciplinada y que sabe cómo actuar ante las inclemencias de la naturaleza, tal como comentaba Leoni -mi vecino del piso de abajo- cuando pasó por mi casa, como otros vecinos, a ver si necesitaba ayuda para asegurar las ventanas, o como me explicaba una señora de lo más alegre y simpática en la “guagua” – transporte de pasajeros- que se llamaba Irma, pero en nada se parecía al huracán.
Muchos llevan recipientes con comida que han preparado para más de una familia que no tenía gas en su casa; aunque ellos mismos, como Yayma, no tuvieran electricidad ni agua.
Ella no se quejaba, como no se quejaba Maikel ni “Chiqui” al ayudar a subir varios pisos por escalera cubos de agua para garantizar que no te falte, o Ernesto –Brú, como le decimos con cariño al encargado de poner la bomba de agua en el mismo momento que vuelva la electricidad para que “todos puedan resolver”- que alojó no sólo a su familia del Cerro, otro municipio habanero distinto al de él, sino a familias amigas que debieron dejar sus casas por el alerta de penetración del mar.
Que en Cuba no exista ese darwinismo social y que en cambio, exista solidaridad es consustancial al Socialismo. Que Irma, como decía Sergio, haya encontrado un pueblo por amor y por deber reunido, es Humanidad…y también es Revolución.
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