Foto: Internet
A finales de 1977 me trasladé a París con el fin de entrevistar a
Frederic Rossif, entonces una celebridad gracias, sobre todo, al documental que
había filmado a lo largo de 1962 contra la España franquista con el título de
“Morir en Madrid”. Fue un acontecimiento mundial, ya que las imágenes que
exhibía apagaban los deseos del régimen de mostrar una cara más amable y
democrática, máxime cuando estaban a punto de entrar en el gobierno de Franco
los primeros ministros del Opus Dei –los llamados tecnócratas- y con ellos
darse los primeros pasos para una hipotética integración de España en la
Comunidad Económica Europea.
Lo peor
no fue que Rossif hiciera un documental cargado de imágenes y textos explosivos
contra ese régimen, sino que lo filmara engañándolo con la promesa de que iba
rodar una película que se iba a llamar “La España eterna” ensalzando lo mejor
del país y de sus habitantes. Así se lo hizo saber, en primer lugar, al
embajador francés en Madrid, que le creyó. Luego éste trasladó la petición a
las autoridades españolas, que también se tragaron el timo, hasta el punto de
otorgar a Rossif y a su equipo todos los permisos y parabienes necesarios para
rodar libremente en todo el territorio nacional.
“Yo hice
esta película –nos dice Rossif– por razones bien precisas. Había comenzado a
planteármela a finales de los años cincuenta; incluso había encontrado el
título: “Morir en Madrid” y no “Morir por Madrid”. Las Brigadas Internacionales
fueron a morir a Madrid, fueron a ganar, pero fueron a morir. Es la única vez
en que el combate está claro. Fueron a morir de alguna forma por el honor, no
para enriquecerse. Y es la última vez en la historia que se fue a morir por el
honor, por la libertad, por el sentimiento histórico. Existía en esos momentos
el sentimiento de la Historia que después desapareció: la Historia vista como
la fuerza de un mito. La Historia era todavía un mito de la fecundidad: el mito
del amor, como los mitos griegos. Es estar en la Historia y morir por ella. Eso
ya se ha terminado, Ahora no se muere por la Historia. Y mi película es, en
definitiva, un documental sobre la muerte, la muerte de los brigadistas de todo
el mundo, sobre la de morir de su manera y no de otra”.
“Mi
película fue un éxito en el mundo entero: en Estados Unidos, Japón, las dos
Coreas… porque había algo de universal en ella cuando hablaba de España. Yo
quise rodar solamente una película sobre España, sobre su historia civil. Y es
que a través de esa España del sentimiento trágico de la vida, nosotros
descubrimos que todo el mundo se sensibilizaba. España era el viejo gran país
que interesaba al mundo. España es el país histórico por excelencia”.
“No
existen películas objetivas en el terreno de la historia –sigue diciéndonos–.
El cine no es objeto, es sujeto. “Morir en Madrid” es subjetiva,
antifranquista, a favor de las Brigadas Internacionales. Es antifascista para
ciertas ideas de la libertad. Yo hablo de la muerte de Unamuno, de la de García
Lorca; no hablo de la ejecución de José Antonio Primo de Rivera. Hablo de la
España franquista. Para hacer una película sobre España, la mejor manera de ser
objetivo es la no objetividad”.
“Una vez
que el engaño surtió efecto, nos dieron todas las facilidades del mundo. Me
recibió una persona muy simpática que se llamaba de la Fuente. Fue un tipo que
nos acompañó por toda España para eliminar burocracias y dificultades. Nos
acompañaba de parte de Manuel Fraga Iribarne, entonces Ministro de Información,
encargado de darnos todos los permisos. Se creyó que íbamos a rodar una
película a favor de su España, un documental con el título de “La España
eterna”. Siempre estaba pendiente de lo que filmábamos, pero puede filmar
muchas escenas paralelas a escondidas. Así rodé las iglesias”.
“La
verdad –segura– no tuve problemas para rodar. Los verdaderos problemas surgían
cuando me proponía hablar con la gente, pues iba acompañado por la guardia
civil y esto los retraía. Así que tuve que disimular, convertirme en otro
hombre. Fuimos a Asturias coincidiendo con numerosas huelgas, pero no las filmé
porque estaba la guardia civil y prefería sacrificar esa noticia que no servía
para mis propósitos y filmar otras escenas, aparentemente más inocentes, pero
que le iban como anillo al dedo a mi película”.
“La mayor
parte de los documentales e imágenes de archivo que utilicé en “Morir en
Madrid” los encontré en Francia, Estados Unidos, URSS, Alemania del Este y
Yugoslavia. A pesar de ser una película antifranquista no gustó en la URSS
porque no utilicé los esquemas soviéticos habituales. No se hace crítica al
capitalismo y a ellos eso les parece vital para pensar que es una película de
izquierdas. Las películas que se rodaban en la Unión Soviética eran paranoicas.
En los totalitarismos y dictaduras, sus autoridades están sujetas a paranoias
de izquierda o de derecha. Ciertos documentales rusos son completamente
desequilibrados, excéntricos, como otros españoles, porque se da esa paranoia
anticapitalista o anticomunista. Hay una locura franquista como otra
estalinista”.
“Gracias
a “Morir en Madrid” hice muchos amigos en todo el mundo. Además, gracias a ella
he podido viajar por todos los países y seguir haciendo documentales. Es la
película que me abrió las puertas de la profesión. Después de rodarla he vuelto
a España, antes de morir Franco, en dos ocasiones: una vez a Madrid y otra a
San Sebastián. En esta última ciudad, llegaron al hotel en el que me alojaba
dos policías, que me pidieron que les acompañar a la frontera. De una forma muy
amable me dijeron que era una persona non grata y que no tenía permiso para
entrar en España. Esto fue tres años antes de que muriera Franco”.
“Yo
encuentro que España ha salido maravillosamente bien de su dictadura. Los
españoles tienen mucha suerte. Creo que el franquismo ha servido a todo el
mundo. Pero hay franquistas que no lo son o lo han dejado de ser por amor a su
país y a la libertad. Ahí está Adolfo Suárez que sale del franquismo y no es
franquista; o a los socialistas que han surgido del país y no en el exilio… El
único que viene de fuera es Santiago Carrillo, que es de lejos el líder
comunista más inteligente de todos los líderes comunistas europeos. ¡Ay, si
Marchais fuera un Carrillo! No tendríamos los problemas que tenemos ahora en
Francia. Pero estos son otros temas”.
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