Hace 67 años, un 10 de julio de 1949, la Plaza “9 de
septiembre”, situada en el corazón de
Sofía, la capital de Bulgaria, rebosada de gente. Decenas de miles de personas
habían acudido allí para rendir homenaje a un hombre de leyenda:Jorge
Dimitrov, quien falleciera en el Sanatorio de Borovija en Moscú, ocho días antes, un 2 de
julio de ese año, cuando acababa de cumplir 67 años.
Jorge Dimitrov fue una de las más destacadas figuras del
movimiento obrero y revolucionario del siglo XX. Nacido en la aldea de
Korvachevtzi, comarca de Radomir el 18 de junio de 1882, bien puede ser
considerado; una de las más
calificadas figuras de la historia.
Podría decirse mucho del Titán de los Balcanes, como se le
conoció también, pero basta recordar algunos episodios de su vida para tener
una idea de la proyección de su ejemplo, que puede servir a las nuevas
generaciones.
Quizá si el episodio inicial de su convulsa trayectoria, estuvo
vinculado a la primera insurrección antifascista de la historia,
ocurrida en septiembre de
1923, y que fuera liderada por él, y por Vasily Kolarov su compañero de lucha.
Esta acción heroica, estuvo precedida por diversos
acontecimientos. La Insurrección de Vladaya, en 1918, signado por el alzamiento de un contingente de
soldados que buscó abrir camino a la justicia, y a la modernización del país promoviendo una
transformación revolucionaria
como la ocurrida en la Rusia de los Zares pocos meses antes. Como consecuencia
de esa acción pudo
instalarse por algún tiempo el Gobierno de la Unión Agraria Búlgara, encabezada por
Alexander Stamboliinski y Raiko Daskalov.
Eran los años de la post guerra europea, cuando la crisis
golpeaba muy fuerte a todos
los países, y la clase dominante, desesperada ante el avance de los pueblos y
asustada por la Ola Revolucionaria derivada del Octubre Rojo; preparaba el
ascenso de fascismo.
La expresión del terror se vivió en el pequeño país balcánico
sobre todo a partir del 9 de junio de 1923, cuando los militares más
reaccionarios, bajo el mando de Alexander
Tzankov decidieron instaurar el salvajismo convertido en política de Estado.
Contra ese terror desenfrenado fue que se alentó la
insurrección popular de
septiembre de 1923, y en la cual el pueblo combatió heroicamente. Aunque la
lucha no fue coronada por el éxito, dejó invalorables lecciones tanto a los
comunistas como a todos las fuerzas avanzadas de la sociedad. Sirvió, sobre
todo, para confirmar la
idea que sólo la unidad más amplia podría ser herramienta de victoria en el
combate contra el fascismo.
Aun se recuerda que en aquellos años el proceso social fue
férreamente controlado por el régimen. En todo el país, el terror blanco se
instauró con el mayor furor. Miles de personas fueron asesinadas y colgadas de
los postes en las ciudades y de los árboles en las zonas agrarias, con la idea
de exterminar a los insurrectos y escarmentar al pueblo.
Dimitrov luchó en la circunstancia palmo a palmo en suelo
búlgaro, pero se vio forzado a abandonar el país a la cabeza de un contingente
de casi mil combatientes; no sin antes escribir su célebre Carta Abierta a los Obreros y
Campesinos de Bulgaria, en a
que dijo: “La venganza contra
revolucionaria ante la fuerza del proletariado en derrota, será cruel, bárbara,
bestial, superará por todos sus horrores las crueldades del terror blanco en
todos los demás países, pero por eso precisamente abrirá un abismo
sangriento más profundo aún, entre la clase opresora y explotadora, por
una parte, y el pueblo trabajador por otra parte. Y nunca jamás habrá paz entre
ellos y nosotros”. Y concluyó con una frase
rotunda. ¡Fuera todo desaliento. Arriba la cabeza, gloriosos luchadores!
José Carlos Mariátegui, en su momento, se ocupó de esta tumultuosa parte de la historia
búlgara.. En la revista “Variedades, correspondiente a enero de 1924, escribió:
“Stamboliinski era el líder de la Unión Agraria, partido en el cual
se confundían terratenientes y campesinos pobres”, Luego de admitir que
bajo su gestión se “había perseguido y hostilizado a los comunistas” “y
había enemistado con su gobierno a los trabajadores urbanos sin desarmar a la
burguesía que pugnaba por derribarlo”; el Amauta denunció y combatió firmemente el terror
fascista desatado en ese país a partir de junio de 1923
Diez años más tarde, Dimitrov fue protagonista de una nueva
hazaña. Responsable del Buró de la Internacional Comunista para Europa
Occidental, y radicado en Berlín, donde vivía clandestinamente, fue capturado
el 9 de marzo de 1933 por la Gestapo en el restaurant “Bayernhof” y sometido
luego a un juicio que hizo historia.
“El Proceso de Leipzig”, se llamó al
procedimiento judicial incoado contra él, el dirigente comunista alemán Ernest
Torgler, y los búlgaros Bladoi Popov y Vasily Tanev, a más del holandés Van der
Lubbe, un sicópata usado como elemento provocador por el régimen Nazi, y
acusados todos de incendiar el Parlamento Alemán -el Reichstag-, hecho
ocurrido el 27 de febrero de ese año. El episodio principal de ese juicio, tuvo
lugar el 4 de noviembre de 1933, cuando el gobierno de Hitler, empeñado en
demostrar la culpabilidad de los comunistas, presentó como “principal testigo”
al Ministro del Interior del régimen, el siniestro Herman Goering. La
comparecencia del funcionario acabó con una estrepitosa derrota de los
acusadores. Cuatro días después, el Jefe de Propaganda, Joseph Goebbels sufrió otro apabullante contraste.
Dimitrov y sus compañeros fueron exculpados en diciembre de ese
año, y poco después -en febrero del 34- el
búlgaro viajo a Moscú donde desempeñó otras altas funciones. Fueron esos, los
años duros de la Rusia Soviética en los que la industrialización forzada y la
colectivización forzosa de la tierra, pusieron en tensión todas las fuerzas en
la etapa previa a la II Gran Guerra.
Para el Movimiento Comunista Internacional y para el Partido
Soviético, lo fundamental era sumar fuerzas para resistir la amenaza fascista.
Eso implicó un cambio en la estrategia global y la revisión de
concepciones básicas aprobadas en el VI Congreso de la IC celebrado en 1928. Se
preparó, de ese espíritu, el VII Congreso, que tuviera lugar en la capital
soviética entre julio y agosto de 1935.
El informe central, en ese evento, estuvo a cargo de Jorge
Dimitrov, quien desarrollo la tesis del Frente
Ünico. Esta concepción,
objetivamente, cambió la política mundial y abrió el camino para la derrota
nazi. La unidad más amplia de todas las fuerzas antifascista, fue la viga maestra
que permitió a la humanidad hacer frente a la barbarie parda. “La
ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional Comunista en la
lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo”, fue el titulo de este documento que
mantiene la mayor vigencia y que en cada país nutre las más autenticas
concepciones revolucionarias de los pueblos. Es un trabajo excepcional que debe
ser leído y estudiado por todos los luchadores sociales de todos los pueblos.
Después de la II Gran Guerra, vino la victoria del socialismo.
En varios países de Europa del Este triunfó la clase obrera. Y en Bulgaria la
unidad de los comunistas, los socialistas y los agrarios, permitió construir un
orden nuevo. En él, Jorge
Dimitrov brilló con luz
propia. Trabajó en tareas decisivas virtualmente hasta el día de su muerte, el
2 de julio de 1949.
Aunque hoy su legado ha sufrido un nuevo contraste, su llamamiento para
alzar la cabeza mantiene vigencia plena tanto
en su país como en el mundo. Por la concreción de sus ideales, aún luchan los
pueblos. Y con esa bandera habrán de vencer (fin)
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