Por Alfredo Grande
(APe).- En una histórica definición, el
General Perón, aún despojado de sus honores militares, dijo: “soy un león
herbívoro”. Paradoja que es la marca registrada de la cultura represora. León,
o sea, el rey de varias selvas. Herbívoro, o sea: dieta a predomino de perejiles.
Una generación tuvo en la masacre de Ezeiza la marca indeleble de la más cruel
y humillante de las traiciones. Luche y vuelve se transformó en “volvió y
asesinó”. Obviamente, desde el poder del Estado. Lo cual simplemente ratifica
que cuando el Estado sale a matar se hace llamar Patria. En los 70, fue la
Patria Peronista. Fue el hecho maldito de lo que John William Cooke había
definido como el hecho maldito del país burgués.
Esperando a mis 70 y añorando las luchas de
los 60 y 70, creo que no hubo catástrofe política y cultural análoga. Hubo
otras masacres. Y no pocas. Pero todas perpetradas por los enemigos de la clase
obrera. En el nombre de revoluciones libertadoras, restauraciones
conservadoras, revoluciones argentinas, procesos de reorganización nacional.
Los fraudes de todo tipo,
incluso los patrióticos. Porque para la derecha y el fascismo la idea de patria
siempre ha sido funcional y necesaria. Nación, institucionalidad,
gobernabilidad, también tienen su cuota parte en la cobertura mediática de las
minorías saqueadoras, asesinas y ladronas. Pero la idea de Patria es el top
ten, la “primum inter pares”. La suprema. El fusil y la bandera. La cruz y la espada.
Nada de asambleas constituyentes. Nada de constituyentes sociales.
La Patria es el otro. ¿Cualquier Otro?
La patria soy yo. La patria es la tradición, la familia y la propiedad.
Privada, se entiende. La propiedad social es una herejía de los rojos. Haga
Patria. Mate un judío. Un negro. Un comunista. Un trosko. Un peroncho. Una
puta. Un mapuche. Un wichi. Un villero. Una trava. Algún puto. Pero haga
Patria. Entonces para que la Patria se vista de seda, las urnas son necesarias.
Obligatoriamente necesarias. Santiago Maldonado no podrá votar. Ninguna
votación es perfecta. Las mujeres secuestradas por la industria mixta
privada-estatal que algunos denominan “la trata”, tampoco podrán votar. Ni
podrán enterarse en sus mazmorras que afuera de sus cadenas hay democracia. Las
elecciones son la fiesta de todos. Las desPASITO quizá no convoquen a la pasión
de las multitudes, pero es mejor un piquito que nada. Para despuntar el vicio.
Las gargantas profundas se van preparando
para el gran tazón de 2019. Por ahora, una picadita para
entretener al estómago
institucional. Y para seguir con
entretenimiento: “La
convicción de que una mujer se embaraza para cobrar 1.246 pesos, no responde
únicamente a un mero dicho mediático. Encierra el poder, y la más descarnada
expresión del aniquilamiento del otro, en lo económico, en la dominancia de
género. Y desde luego en lo elemental y cultural, por miedo a perder el plato
bajo sus pies”. Certera reflexión de Ignacio Pizzo en su artículo
Propiedad Privada y Estatal de Vientres. Pero en todo caso, si así fuera: ¿a
quien acusa esa conducta? ¿A la que se embaraza o a un Estado Terrorista que
explota a los pobres para extraer plusvalía de sus cuerpos sufrientes?
El hambre sigue siendo un crimen en
nuestra Patria Exportadora. El asesinato más cobarde, más cínico, más impune,
más repugnante. Asesinar por hambre. Miserables caballeros los que organizan
ese genocidio. Pero el voto es sagrado. Obligatorio. El César se lava las manos
y de paso los pies, porque permite que la ciudadanía se exprese libremente.
Siempre que sea individualmente, anónimamente, reglamentariamente, civilmente.
De casa a la urna y de la urna a casa. No importa a que casa. Puede ser una
amueblada, un piso en una torre del Puerto Madero o una casilla alquilada en
una villa. La elección es un viaje de ida y vuelta.
Las urnas no dan mensajes: apenas
emiten débiles quejidos. Ningún escarmiento tronará desde las urnas. Por eso
fue necesaria la Alianza Anticomunista Argentina, que pasara a la historia de
las masacres como la Triple A. Las urnas habían plebiscitado a la Patria
Socialista. Décadas de resistencia peronista, radical, socialista, comunista,
juntos o separados, pero nunca enfrentados, fueron la forja de la más alta
conciencia política que se viera al menos desde 1945.
“¡Se van, se van y nunca volverán!”
cantaban los jóvenes maravillosos de la juventud maravillosa a los carniceros
de la revolución argentina: Onganía, Levingston, Lanusse. Pero volvieron. Y
arrasaron a los mejores. Y a las mejores. El asesinato del padre Carlos Mugica
quizá sea el emblema de la bestialidad del peronismo de derecha encaramado en
el poder del Estado.
En la Red contra la Violencia Institucional leemos: “Hoy acompañé en Tribunales de Lomas
de Zamora a Claudio Castro, quien al igual que su hermano Danilo Castro y
Matías Cerón fueron víctimas de una causa armada por la policía bonaerense.
Escuchar a quienes eran los principales testigos daba cuenta de lo grosero del
armado y del sufrimiento innecesario al que han estado expuestos vilmente los
acusados y por ende sus
respectivos
seres queridos”. La inseguridad tiene gorra. Las causas armadas
son la actualidad de ese rostro sanguinario de usar a las fuerzas de seguridad
como ejército de ocupación, exterminio, saqueo, tortura y muerte.
La democracia no está tutelada. No
está vigilada. No está corrompida. La democracia ha vendido su alma popular a
todos los diablos. Peor. La ha regalado. Ha dejado cuerpos sin alma, sin
deseos, sin espíritu. Zombis que necesitan de twitter, facebook, instagram,
para creer que aún siguen vivos. La democracia es un caníbal que nos promete
los beneficios de las dietas vegetarianas. Pero en los momentos en que cierta
lucidez me habita, pienso que enfrentar a esta democracia requiere pensarla
como una “dictadura de la burguesía”. Más dicta blanda o más dicta dura con
tortura. Y si de votar se trata, que solamente sea una táctica, sin beneficio
de inventario. Apenas una luz cegadora en un día soleado.
La estrategia es volver a inventar lo
inventado. Volver a pensar lo pensado. Volver a luchar lo luchado. Volver pero
sin la frente marchita. Volver como estrategia revolucionaria. No como jingle
para que aquellos y aquellas que les abrieron las tranqueras a estas bestias,
disfruten de impunidad política. Que haya peores no le da a nadie patente de bueno.
Y nadie tendrá que perdonarnos, porque siempre sabremos lo que hacemos.
Pintura:
Roberto Matta
Edición: 3414
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