10 de enero de 2019
En una batalla sin cuartel para ocupar el lugar del lamebotas mayor del imperio un grupo de gobiernos latinoamericanos ha resuelto desconocer la legitimidad del proceso electoral que consagró la reelección de Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela y fijar sanciones contra sus ministros y altos funcionarios. Los autoproclamados integrantes del Grupo de Lima, cuyo nombre más apropiado debido a la fuerte presencia del narco en casi todos esos gobiernos sería el “cartel de Lima”, compiten para lograr la anhelada presea otorgada por la Casa Blanca. Un supuesto que une a estos obsecuentes es que cuanto más servil sea un gobierno ante Washington tanto mayor será la recompensa (económica, financiera, diplomática, etcétera) que recibirá a cambio. Craso error: como todo imperio, el norteamericano respeta el dictum clásico según el cual “Roma no paga a traidores”. De éstos está repleta la historia latinoamericana pese a lo cual nuestros pueblos siguen sumidos en la pobreza, la desigualdad y la ignorancia. Los traidores que se pusieron al servicio del emperador no lograron otra cosa que enriquecerse. Sus pueblos, nada.
Algunos de los escribas del cartel dicen que las elecciones en Venezuela fueron fraudulentas. Desoyen a sabiendas la sentencia de James Carter cuando aseguró que: “de las 92 elecciones que hemos monitoreado, yo diría que el proceso electoral en Venezuela es el mejor del mundo”, superior, por supuesto, al de EE.UU. Mienten cuando hablan de la escasa representatividad del nuevo gobierno debido a la elevada abstención registrada en esa elección: 54%, en medio de una infernal guerra económica, sabotaje a los transportes y todo tipo de inconvenientes para concurrir a votar. Sin embargo, la abstención del 53,4 % que hubo en Chile meses antes y que consagró la reelección de Sebastián Piñera no generó inquietud alguna ni en la Casa Blanca ni entre sus sumisos lacayos. Se pliegan con entusiasmo a tan infame campaña el actual gobierno brasileño, remate final del “golpe blando” que destituyó a Dilma Rousseff y surgido de un fraudulento proceso en donde el candidato que encabezaba las encuestas fue encarcelado e impedido de postularse en las elecciones. La estafa mereció las felicitaciones de eminentes demócratas como Donald Trump y Benjamin Netanyahu. También participa del cartel el corrupto e inepto gobierno de Mauricio Macri, cuyo incumplimiento de todas y cada una de sus promesas de campaña ya figura en los libros de ciencia política como uno de los fraudes post-electorales más escandalosos de la historia. O el presidente Juan O. Hernández, de Honduras, surgido de un comicio tan corruptos y viciado que fue objetado por la mismísima OEA y que el Departamento de Estado demoró casi un mes en reconocer. Pese a ello Hernández no se arredra y se erige como un campeón de la democracia latinoamericana. Como Iván Duque, peón de brega de Alvaro Uribe, asesino serial de líderes políticos y sociales en Colombia, lúgubre coleccionista de fosas comunes y siniestro creador de los “falsos positivos” que exterminaron a miles de jóvenes campesinos inocentes en todo el país para demostrar la supuesta eficacia de su criminal política de “seguridad democrática.”
En suma, estos malos gobernantes han montado un espectáculo que sería cómico si no fuera por la tragedia que ocasionan día a día a nuestra gente. Con sus errores y sufriendo toda clase de arteros ataques, desde dentro y fuera del país, la Revolución Bolivariana acabó con el analfabetismo, entregó a su pueblo más de dos millones y medio de viviendas y se emancipó del yugo colonial al que están deshonrosamente sometidos sus críticos, que nada hicieron por sus pueblos salvo mentirles y oprimirlos. Impertérrita, la patria de Bolívar y Chávez sigue su curso. “Ladran Sancho, señal que cabalgamos”, dicen que dijo el Quijote. Más allá del debate actual sobre si lo dijo o no, flota en la obra del gran Miguel de Cervantes Saavedra la idea de que “cambiar el mundo, amigo Sancho … no es locura ni utopía, sino justicia”. Dejemos que los paniaguados del imperio ladren y que la Revolución Bolivariana continúe avanzando con más bríos que nunca, corrigiendo errores y profundizando los aciertos.
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