Cuando dentro de 50 o 100 años los historiadores se encarguen de revisar lo ocurrido en Venezuela en las primeras dos décadas del siglo XXI, seguramente se preguntarán (si son medianamente objetivos) qué situación tan particular se daba en ese país caribeño para que no pasara un día sin que se pergeñara un nuevo ataque contra la estabilidad del gobierno y de quienes democráticamente lo eligieron. No hay que ser adivino para imaginar la sorpresa que esos investigadores se llevarán cuando observen que a pesar de toda la artillería pesada descargada, el país resistió con una cuota superlativa de coraje y dignidad. La historia, así como hizo con Fidel absolverá al chavismo y rescatará todo lo bueno realizado, eso que tanto enfurece a sus enemigos.
Así es la particular coyuntura que actualmente enfrenta el pueblo bolivariano y su mandatario legítimo Nicolás Maduro. Resistir hora tras hora el clima de acoso e intento de derribo que se viene produciendo en las últimas semanas. Muchos son los protagonistas de esta escalada pero la gran mayoría están fronteras afuera, porque puertas adentro el pueblo sabe qué es lo que está defendiendo, y una oposición dividida y varias veces derrotada en las urnas no encuentra el rumbo y se sumerge en un odio de clase cerril en sus sectores más extremistas o en intentar resucitar un Parlamento que no representa a nadie ni sirve por lo tanto para nada.
Afuera es otra cosa. Hay más bullicio y show mediático. Con un Luis Almagro, como capataz de una OEA más que devaluada (y repudiada) exigiendo en su último-último twitter, urgir “a la Comunidad Internacional desconocer al dictador Maduro, y abstenerse de proveer ayuda financiera y militar”. O a la “Club de Presidentes con Prontuario Judicial y Policial”, que se hacen llamar “Grupo de Lima”, mintiendo a los cuatro vientos que “el proceso electoral llevado a cabo en Venezuela el 20 de mayo de 2018 carece de legitimidad por no haber contado con la participación de todos los actores políticos venezolanos, ni con la presencia de observadores internacionales independientes”. Lo declaran a sabiendas que sí hubo partidos y candidatos de oposición, que por supuesto fueron derrotados por miles de votos, y también múltiple e imparcial control internacional, además de los consabidos representantes de medios hegemónicos que se encargaron de insultar e intentar desvalorizar el proceso eleccionario.
Otra pleyade de ex presidentes de derecha, fracasados y repudiados por sus pueblos (desde el patético Fernando de la Rúa, hasta el boliviano Tuto Quiroga, pasando por el mexicano Vicente Fox y la panameña Mireya Moscoso) le escribieron al Papa Francisco, enojados porque el hombre del Vaticano llamó a “la concordia en Venezuela”. Parece que los “ex” querían que convocara a la guerra civil y a llenar las calles de Caracas de cadáveres como hicieron ellos en sus respectivos mandatos.
A este coro de crápulas se suma otro que bien baila: el presidente de la Conferencia Episcopal de Venezuela, José Luiz Azuaje Ayala, tildando a Maduro de “ilegítimo y moralmente inaceptable”. Hablar de “legitimidad” y recurrir a la “moral”, siendo el representante de una institución cuyas jerarquías (la mayoría de ellas) se hallan salpicadas por haber cometido múltiples acciones “non santas”, suena peor que una guitarra desafinada. Pero allá ellos, que en su necesidad de obedecer las instrucciones del Comando Sur y del Gobierno tramposo de Trump, no se cansan de inventar acusaciones, fabricar noticias falsas o alertar apocalípticamente (al decir del entorchado Azuaje Ayala) que “Venezuela acabará en el abismo”. Algo parecido escribieron en su mensaje los señoritos de la Unión Europea, donde en sus patios internos tienen broncas todos los días porque sus poblaciones están hartas de tanto neoliberalismo. Que se lo pregunten a Macrón, que desde hace 8 semanas tiene pesadillas “amarillas”.
Por las dudas, para completar el plan desestabilizador urdido en Washington y voceado por Macri, Bolsonaro o Duque, algunos helicópteros USA artillados han aterrizado en la base aeronaval panameña de Darién para hacer maniobras conjuntas USA-Panamá, y algunos buques petroleros de la Exxon Mobile, invadieron mar territorial venezolano, como parte de una provocación repudiable del gobierno títere de Guyana.
Toda esta parafernalia bélica para responder a un hecho de máxima legitimidad institucional como es la asunción del cargo presidencial por quien se impusiera (nuevamente, y eso es lo que no se tolera) ampliamente a sus adversarios. Pero en realidad, el 10 de enero es solo una burda excusa: no les interesa ni la democracia, ni el pueblo de Venezuela, ni la “catástrofe humanitaria” que tanto pregonan, ni los políticos presos por terroristas, ni los reclamos histéricos de María Corina o de Capriles Radonski. A ellos, a los que quieren poner Venezuela otra vez en el escenario desolador de la Cuarta República, lo único que les viene bien es cortar de raíz al mal ejemplo generado por un pueblo, un Gobierno y unas Fuerzas Armadas que no solo revolucionaron Venezuela, sino que la bolivianizaron y además extendieron esa luz a todos los pueblos del continente y del mundo. Desean sí, los golpistas, injerencistas y fascistas, apoderarse del petróleo, el gas y demás riquezas, pero esencialmente quieren (como vanamente lo han intentado con Cuba durante 60 años) demostrar que el capitalismo que tanto defienden puede derrotar al socialismo que tanto anhelamos.
No podrán, lo saben, pero seguirán insistiendo y matando aún más, si hiciera falta. No podrán, repito, porque Martí, Bolívar, Fidel y Hugo Chávez no araron en el desierto. Sus enseñanzas son nuestras ganas de luchar. Sus legados, son la indiscutible solidez de la victoria que nos merecemos. Este 10 de enero, como ayer y como siempre, hasta que lo disponga el bravo pueblo, Maduro asumirá el cargo, y con ese gesto imparable nos representa a todas y todos. No le fallemos a la Revolución y ratifiquemos en los escenarios que sean nuestro compromiso solidario.
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