lunes, 1 de octubre de 2012


Con Vicente Feliú a unas cuadras de la Casa Blanca (+ Video)

1 OCTUBRE 2012 José Pertierra
Vicentre Feliú en Washington. Foto: Bill Hackell
Vicente Feliú en Washington. Foto: Bill Hackell
I
Washington, D.C.- El público lo había ovacionado después de cada canción que Vicente Feliú ofreció en el Salón Bolivariano de la Embajada de Venezuela en la capital de los Estados Unidos. Ya era tarde en la noche. No quedaba público en el salón, pero el trovador aún sentía la adrenalina de la actuación y necesitaba relajarse. Además, tenía hambre y sed.
Fuimos a una cantina del barrio Georgetown de la ciudad de Washington. Nos atendió un camarero estadounidense, seco, que quería salir de nosotros lo antes posible para poder cerrar el lugar, pero el ayudante de mesero era otra cosa. Un joven salvadoreño, humilde, cariñoso y curioso de saber quienes eran esos tres latinoamericanos que reían y hablaban con un extraño (para él) acento.
“Somos cubanos”, le dijo Vicente Feliú al joven, quien no podía creer que se había encontrado con unos cubanos que viven en la isla. “Jaaa, ¿de verdad son cubanos de Cuba? ¿Qué hacen aquí?”, preguntó asombrado. “Estamos en Washington para cantar por la liberación de Cinco hermanos que los yankis mantienen presos en los Estados Unidos”, respondió Vicente. “Somos dos trovadores y un abogado”.
Incrédulo, el salvadoreño dudaba de las palabras de Vicente. Jamás había visto a un cubano revolucionario en la capital de los Estados Unidos. “Creéme”, le dijo Vicente y sacó de su bolsillo su pasaporte cubano y lo puso en la mesa para que el dudoso lo examinara. Los dedos del mozo tocaron una por una las cuatro letras del nombre del país prohibido, C-U-B-A. Fue entonces que creyó, agarró confianza, y mirando hacia atrás para asegurarse de que nadie lo podía escuchar nos confió: “Yo soy farabundista y 70% de mi familia también. No quería venir a este país, pero la guerra me obligó a salir de El Salvador. ”
“Yo tampoco quería venir a los Estados Unidos: ni a cagar”, le respondió Vicente Feliú. “Pertierra me recordó que los Cinco me necesitan y por eso vine”. El restaurante ya estaba a punto de cerrar y los únicos clientes que quedaban éramos Vicente, el guitarrista cubano Alejandro Valdés y yo.
Con el salvadoreño, hablamos de Martí, los Cinco, Cuba, El Salvador, la Revolución, Shafick, y por supuesto de Fidel. Cuando nos íbamos, mientras Vicente se despedía del mozo a puro abrazo, Alejandro me dijo: “Vicente es así. Si lo dejamos conversar un rato más, recluta a todo los empleados del restaurante para liberar a los Cinco ”.
II
El independentista boricua, Rafael Cancel Miranda, tiene 82 años, pero no lo parece. Es un hombre que mide casi dos metros, con el pecho macizo y la mirada intensa. Cancel Miranda fue sentenciado a 85 años de cárcel por haber tiroteado al Congreso de los Estados Unidos el 1ro de marzo de 1954, junto a Lolita Lebrón, Andrés Figueroa Cordero, e Irving Flores Rodríguez. Entre los cuatro, dispararon 30 tiros e hirieron a 5 congresistas estadounidenses –a uno de ellos la bala se le incrustó en una nalga.
Las experiencias vividas en su niñez lo marcaron para siempre. Cuando tenía 7 años, Rafael acompañó a sus padres a Ponce para participar en una manifestación a favor de la independencia de Puerto Rico. La protesta se convirtió en una masacre cuando el gobernador yanki de Puerto Rico, el General Blanton Winship, dio órdenes de dispararle a los manifestantes. Las tropas bajo su comando mataron a 19 personas e hirieron a 235. Al niño nunca se le olvidaría la sangre que corrió en las calles de Ponce ese día.
Cuando lo declararon culpable de haberle disparado a los congresistas en el Capitolio, Rafael Cancel Miranda ni titubeó, ni se ablandó. Lo mandaron a cumplir 85 años de cárcel en Alcatraz, la prisión federal famosa porque ningún preso se había escapado de ella. La misma prisión donde estuvo preso el mafioso Al Capone. Varias veces, le ofrecieron excarcelarlo siempre y cuando pidiera disculpas por sus acciones revolucionarias y prometiera renunciar a la lucha por la independencia de Puerto Rico. “Ustedes son los que nos deben disculpas a nosotros. Al pueblo puertorriqueño. Ustedes son los que nos han masacrado”, era su respuesta invariable.
El Presidente Jimmy Carter liberó a Cancel Miranda (y a cuatro otros independentistas) en el año 1979 a cambio de cuatro agentes de la inteligencia estadounidense que estaban presos en Cuba. El puertorriqueño había cumplido 24 años de prisión. Hasta ese momento, los independentistas puertorriqueños llevaban más tiempo presos que nadie, y su prolongada detención estaba dañando la imagen de la supuesta democracia que Washington quiere imponerle al mundo. Por eso, y también para poder canjearlo por los agentes de la CIA que estaban presos en Cuba, lo soltaron.
Cancel Miranda vino a Washington para ayudar a liberar a los Cinco, y de paso fue al concierto de Vicente Feliú, quien le dedicó una canción de Pablo Milanés: “Cuba y Puerto Rico son/ de un pájaro las dos alas./ Puerto Rico, ala que cayó al mar,/que no pudo volar,/yo te invito a mi vuelo/ y buscamos juntos el mismo cielo”.
Vicente la cantó a capela. A viva voz. Yo estaba sentado al lado del independentista boricua, mientras el cubano cantaba. Me volteé a ver a Rafael Cancel Miranda. Ese hombre inconmovible e irreverente, recio como la Ceiba puertorriqueña, tenía los ojos llenos de lágrimas.
III
Su gira pasó por Washington, Nueva York y San Francisco. Vino a cantar. Trajo su guitarra, trajo un virtuoso acompañante –Alejandro Valdés– y trajo a Cuba. La noche antes del concierto, me dijo: “Aquellos viejos trovadores sabían muy bien que no puede haber canción cubana sin patria cubana. Por eso, pelearon por la independencia de Cuba en el siglo XIX machete en mano y guitarra en hombro. Gracias a ellos, nosotros hemos hecho lo mismo.”
Comenzó su concierto en el Salón Bolivariano de la Embajada de Venezuela en Washington con una preciosa canción de su autoría, Que me cuenten. Luego, acompañado de Alejandro, Vicente cantó a Corona: “Por ese cuerpo orlado de bellezas,/ tus ojos soñadores y tu voz angelical;/ por esa boca de concha nacarada,/ tu mirada imperiosa y tu andar señoril,/ te comparo con una santa diosa,/ Longina seductora, cual flor primaveral …”
A César Portillo de la Luz, “Siempre tú estas conmigo en mi tristeza,/ estás en mi alegría y en mi sufrir,/ porque en ti se encierra toda mi vida/ si no estoy contigo, mi bien no soy feliz …” Se detuvo en una gran canción de Marta Valdés, y entonó “las caras conocidas/me parecen raras./ Las cosas más absurdas/me resultan claras./ Camino cuadras y cuadras/cantando en voz alta,/nadie se explica lo que me pasa./ El mundo está al revés para mí/ … resulta que me quieres.”.
Nos dio una canción “descomunalmente maravillosa” de Juanito Márquez, “Como un milagro”. Con las canciones de Vicente esa noche, caminamos la memoria de nuestro país hasta llegar a sus “hermanos de generación”: Silvio, Pablo, Noel.
Contó que conoció a Silvio en la secundaria en el año 62. En la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR). “Nos caíamos a cancionazos en el balcón de la calle Neptuno”, dijo Vicente. “Los dos crecimos en la adolescencia de la Revolución”. Debido a los grandes antebrazos que tiene, los amigos bautizaron Popeye a Vicente. Silvio y Popeye son, desde entonces, inseparables.
De Silvio, Vicente le cantó a Rafael Cancel Miranda, “Te doy una canción”. De Pablo Milanés, “Mírame bien”. De Noel Nicola (le decían El Drácula por sus afilados colmillos), vocalizó la eterna canción del perdón a la alevosía de un beso.
Ya con el público de pie y en la palma de su mano, Vicente arrancó con la canción más conocida de él: “Cuando te diga que el amor me espanta,/ que me derrumbo ante un ‘te quiero’ dulce,/ que soy feliz abriendo una trinchera/ Créeme …”
La audiencia gritaba, aplaudía y silbaba. Ese fue el momento que el trovador escogió para hablar de los Cinco y cantarnos un poema escrito por Antonio Guerrero –“cuánto de sed sufrí hasta lograr tu beso, tu boca seductora, agua fresca de un río”, al que el propio Vicente le puso música:

Son pocos los músicos que pueden tocar tan hondo como Vicente Feliú. Sabiendo que habíamos conectado ya con su corazón, el trovador cerró a capela el concierto, diciéndonos, en Washington y a pocas cuadras de la Casa Blanca:
Soy de donde soy, aunque me encuentre donde esté,
aunque la noche cubra el cielo y haya crisis con la fe.
Soy de donde soy, de donde habita el corazón,
donde se sueña con palomas y se muere por amor.

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