Por: Rolando Rodríguez
10 enero 2016
Después de la huelga de hambre, Mella tuvo que escapar de Cuba y refugiarse en México. Machado lo hubiera mandado a asesinar. En México el cubano se integró a la sección mexicana de la Liga Antimperialista de las Américas, y entró a formar parte de su comité ejecutivo. Como él mismo refirió lo hicieron miembro de la redacción de su órgano de prensa, El Libertador.
En aquel periódico escribiría lo más granado de América y Europa. Entretanto, sus amigos venezolanos Gustavo y Eduardo Machado y Salvador de la Plaza, serían admitidos como integrantes del Partido Comunista mexicano, sección de la III Internacional. Mella no lo podría hacer de inmediato porque a raíz de la huelga de hambre el Partido Comunista cubano lo había separado de sus filas por indisciplina, y solo una apelación a la Internacional le permitió más adelante reingresar en el Partido Comunista de Cuba e integrar el Partido mexicano. También el cubano entró en la Liga Pro Luchadores Perseguidos, y en la Liga Anticlerical.
Los venezolanos crearon en tierra azteca el Partido Revolucionario Venezolano y Mella ingresó en este. La idea concebida por los venezolanos y Mella para dar al traste con la dictadura de Juan Vicente Gómez era organizar la lucha por la vía armada, pero no quedaba ahí: el cubano no abandonaba un segundo el proyecto de lanzarse al combate directo contra Gerardo Machado, y si antes no se le presentara otra oportunidad de entrar en liza contra este, una vez eliminada la dictadura de Caracas todos irían a liberar a Cuba de su régimen oprobioso. “En todas partes del mundo donde hemos estado los venezolanos, siempre hemos estado con los cubanos”, afirmaría Eduardo Machado, años después”.
Poco después Mella pasó a formar parte del Comité Central Ejecutivo del PRV. Acorde con las concepciones de la época, el Partido Comunista mexicano aprobaba la doble militancia, en sus filas y en un partido nacional revolucionario. De esa forma aquel joven, carismático y de una lucidez poco común, llegaría a ser no solo miembro del comité central del PRV, sino también del Buró Político del Partido Comunista de México, y cuando Rafael Carrillo Azpeitía, el secretario general de ese partido, tomó rumbo a Moscú para participar en el Sexto Congreso de la Internacional Comunista Mella lo sustituyó durante varios meses.
A cada momento la figura del líder cubano se iba elevando sobre las fronteras nacionales y se dibujaba en el continente. En julio de ese año Sandino había retado a las fuerzas invasoras yanquis, que habían hollado el suelo nicaragüense con el fin de imponer allí la voluntad golosa del imperio. Mella, desde la Liga Antimperialista, de la que era Secretario Continental, y el Socorro Rojo Internacional, participó en la fundación y dirección del Comité Manos Fuera de Nicaragua (MAFUENIC).
No obstante, derrocar a Gómez continuaba constituyendo el objetivo cardinal del PRV, y para eso se necesitaban armas. Una vez obtenidas los venezolanos y Mella contratarían una embarcación y con ellas marcharían a Venezuela, y una vez derrocada la dictadura emproarían rumbo a Cuba con el propósito de echar a Machado del poder. “Nosotros éramos tan cubanos como Mella”, declararía muchos años después Eduardo Machado. Con el propósito de allegar las armas sus dirigentes tenían contacto con el general Álvaro Obregón, ex presidente de la república mexicana y, con toda seguridad, presidente de México en una segunda ocasión. A las entrevistas con Obregón asistió Mella. Al salir de la última entrevista, en la que Obregón les mostró las armas, Mella abrazó a Eduardo Machado. “Ya tenemos las armas”, le dijo, “Venezuela será libre”.
Pero un error del general venezolano Emilio Arévalo Cedeño, quien para aumentar los fondos del PRV ingresó en Tampìco con una goleta motorizada, cargada de ron Negrita, que introduciría en México de contrabando y los aduaneros detectaron la bebida, a Arévalo Cedeño no se le ocurrió otra salida mejor que aducir que la nave pertenecía al general Obregón. Indignado, Obregón les anunció a los venezolanos, que ya no les entregaría ni un fusil ni una bala.
A poco, en febrero de 1927 Mella llegó a Bélgica para participar en el Congreso Mundial contra el Imperialismo y la Opresión Colonial, que se celebraría entre los días 10 y 15 de ese mes en Bruselas. Al terminar el congreso Mella fue invitado a viajar a Moscú. Permaneció varias semanas en el país soviético. En Moscú tuvo contactos con representantes de la KOMINTERN, de la Internacional Sindical Roja (participó en su IV congreso), y de la Internacional Campesina y del Socorro Rojo Internacional.
El 29 de agosto Mella viajó a Estados Unidos, con la aparente intención de estabilizar su situación económica y una vez encaminado poder llevar junto a él a su esposa. Pero, en realidad, sus planes estribaban en la prosecución de la lucha contra Machado y, para ese fin, guiado por su robusto pensamiento revolucionario, pasó a Nueva York y buscó la colaboración con Unión Nacionalista, aunque supiera que esta organización no trascendía los horizontes liberal-burgueses, pero esta era una fuerza poderosa que hubiera servido de trinquete para hacer caer al régimen de Machado. Para ese fin, se entrevistó con Carlos Mendieta.
Aquella amplia coalición que Mella pensaba atar para atacar al régimen, estaba perfectamente enlazada en esa fecha con la postura que todavía sostenía la KOMINTERN y que, por cierto, por orientación de Stalin no tardaría en echar a un lado y asumir la tesis de clase contra clase. La entrevista con el gran colono de Cunagua le costaría a Mella, pocos después, una acusación del italiano Vittorio Codovilla, representante de la KOMINTERN en Argentina, ante el partido Comunista de México, de que había actuado inconsultamente, sin autorización del partido y era un indisciplinado. Pero el partido mexicano tenía una excelente opinión de Mella, al extremo de que, al ser atacado por Codovilla, por su viaje a Estados Unidos y haber escrito el año anterior la crítica favorable a Trotski, en un artículo sobre la crisis de Inglaterra, y quien, además, había torpedeado a Mella, como aspirante al miembro del secretariado del PROFINTERN (Internacional Sindical Roja), el partido mexicano dijo que Mella había viajado con su autorización y en el partido no había ninguna corriente trotskista.
Entretanto, la situación en Cuba se iba tornando crítica, y ya entonces el joven antillano, en el que la idea de la lucha contra Machado no cejaba, puso, en primer orden el combate por la liberación de la Isla. En los primeros meses de 1928, Mella fundo la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (ANERC), una organización de carácter democrático y amplio, en la que tuvieron cabida todos los que estuviesen por plantarle cara a la dictadura cubana, transformar radicalmente la condición semicolonial de Cuba y llevar adelante numerosas reformas sociales. Mella, en abril de ese año, en su artículo “¿Hacia donde va Cuba?” publicado en Cuba Libre…, hizo explícita su concepción de que el derrocamiento del gobierno machadista sería por la vía armada y en el enfrentamiento -según proyectaba lograrlo- participarían unidos los integrantes de Unión Nacionalista y los obreros. Según sus palabras, había que llevar a Cuba por el camino de una “revolución democrática, liberal y nacionalista, ya latente en los hechos”. Mella, más que talentoso pensador y teórico, fue indiscutiblemente uno de los primeros en echar a un lado las visiones eurocentristas que en ese momento sostenía la Internacional Comunista y concluir que en el continente no habría liberación social sin liberación nacional.
Cuando Machado en julio de 1928 se proclamó candidato único a las elecciones de noviembre de ese año, para un nuevo período que ya contenía la extensión en dos años del mandato presidencial, la famosa prórroga de poderes que no era solo eso, Mella vio llegado el momento de poner definitivamente en marcha sus planes. A esa altura, ya había logrado que las armas que Obregón había dispuesto inicialmente entregar al PRV fueran a parar a la lucha contra Machado. Leonardo Fernández Sánchez, su segundo, muchos años después afirmaría que disponían de las armas de un alijo primitivamente destinado a la lucha contra Juan Vicente Gómez.
Mientras, en agosto, Mella había viajado en el mayor de los secretos, al puerto de Veracruz para tratar de hacerse de los medios con que transportar la expedición a Cuba. Entonces decidió enviar a Fernández Sánchez a Cuba. El 10 de octubre este llegó a la isla, con la misión que Mella le había encomendado de establecer contacto con Martínez Villena, el líder del Partido Comunista de Cuba, para lograr la participación de esa organización en el combate venidero. Objetivo primado era también entrevistarse con Mendieta, la figura central de los Nacionalistas, para alinear por fin a esas fuerzas en una carga compacta contra la dictadura. Pero Fernández Sánchez solo pudo encontrarse con el viejo y noble general independentista Fermín Peraza, en el local del periódico Unión Nacionalista. Trágicamente, en la entrevista participó Rey Merodio, administrador del rotativo y soplón encubierto de la policía. El jefe de la policía secreta, Santiago Trujillo, conoció del hecho y de inmediato puso en conocimiento del dictador Machado los planes de Mella. La noticia selló la determinación definitiva del déspota: Mella debía morir.
Machado buscó a un hampón conservador para amar el asesinato del líder. En persona le explicaría la misión a José Magriñat. Debía aprovechar el contacto que a título de oposicionista había hecho con Mella en México y dirigir la acción de dos sicarios, Arturo Sanabria y Agustín López Valiñas, que serían enviados a México con la misión. Entretanto, habían llegado noticias de los agentes de Machado en tierra azteca de que Fernández Sánchez había desaparecido de allí y debía estar en Cuba. Leonardo fue capturado el 1ro. de noviembre. En La Habana pasaron días hasta que, por fin, Fernández Sánchez, el 27 de noviembre, luego de múltiples gestiones de familiares con personajes influyentes del régimen, fue expulsado hacia Nueva York, con lo que salvó la vida casi de milagro. En sus apuntes señaló que la policía lo llevó al barco y alguien del propio cuerpo le comentó de un plan para asesinar a Mella. Esa información venía del mismo palacio presidencial. De inmediato, le escribió a Mella para alertarlo. Todavía Leonardo volvió a escribir a Mella para decirle que Magriñat había ido a México a matarlo. Esta carta llegaría al D.F el 11 de enero de 1929, demasiado tarde. Todavía se armó una provocación, mediante un tal Amaral, para desprestigiar a Mella con el embuste de que había ultrajado la bandera cubana.
En enero de 1928 Mella había sido separado del partido Comunista mexicano, cuando defendió su tesis de abandonar el apoyo a la Confederación Regional Obrera de México (CROM), y fortalecer un movimiento sindical obrero pluriclasista, con los sindicatos que abandonaran la organización oficialista. El 10 de enero Mella trabajó buena parte del día junto al muralista David Alfaro Sequeiros, en la consolidación de la Confederación Sindical Unitaria de México (C.S.U.M.), que ambos habían fundado, contra la opinión del Comité Central, del partido mexicano, que había seguido atado a la C.R.O.M., y que le había costado una buena polémica con el representante de la KOMINTERN, en México, Edgar Woog (Max Stirner) y el comité central, y contra una carta de los comunistas cubanos que lo acusaban de comprometerlos criminalmente, al obrar por su cuenta y riesgo, por lo que evidentemente ofuscado había enviado una carta de renuncia al P.C.M., que después repudió, mientras el partido mexicano daba marcha atrás en la sanción siempre que aceptara no ocupar cargos de dirección durante tres años.
Mella, en la noche del 10 de enero de 1929, concurrió a una cantina en la esquina de Bolívar y República de El Salvador, en la que se había citado con Magriñat, porque este le había hecho llegar un mensaje de que quería informarle de un asunto que había conocido en Cuba. Hasta ahí Mella lo había eludido, pues el líder le había comunicado a Fernández Sánchez, en Nueva York, que Magriñat le parecía sospechoso. Sin embargo, en esa ocasión transigió con verlo quizás para conocer qué podía decirle. Mella no había comprendido que la entrevista era parte de la trampa. Como Judas con el beso, la compañía del hampón tenía el propósito de identificarlo a los asesinos. Mella salió del lugar y recogió a Tina Modotti, su mujer, en las oficinas del Commercial Cable Co., en San Juan de Letrán, en la que por sus instrucciones la fotógrafa había impuesto un despacho dirigido a Sergio Carbó, director de La Semana, único órgano de la prensa cubana todavía no sometido a Machado, en el que le pedía desmintiese el infundio del ultraje de la bandera y le informaba que enviaba por correo los detalles del incidente.
Mella, cuando aún no había cumplido 26 años, cerca de las 11:00 pm. le relataba a Tina la conversación con Magriñat, mientras caminaban por Avenida Morelos, y le hacía conocer sus suspicacias hacia ese individuo, cuando tomaron por la calle Abraham González, donde estaba el domicilio de la pareja. Habían caminado solo unos cuantos metros en los momentos en que a sus espaldas, desde detrás de un vallado que cercaba en la esquina un solar yermo, emergieron dos sombras armadas y se escucharon dos disparos. Al parecer fue únicamente López Valiñas quien disparó en ambas ocasiones porque el otro asesino, Sanabria, no consiguió reunir el valor para hacerlo. Herido de muerte el líder cubano, instintivamente, en busca de amparo, trató de atravesar la calle que no era demasiado ancha y llegar a la otra acera, pero no llegó a cruzarla, se derrumbó junto al contén, en tanto los sicarios huían hacia Morelos, y Tina comenzaba a pedir ayuda. En el suelo Mella comenzó sus acusaciones: Machado y la embajada tenían que ver con la agresión, afirmaron los testigos que había señalado. También, que había declarado: “Muero por la Revolución”. Fue transportado a la Cruz Verde, y antes de ser intervenido quirúrgicamente repitió las acusaciones contra Machado y apuntó que Magriñat tenía que ver con el atentado. Mella no pudo sobrevivir a sus heridas. Después de la medianoche del 10 de enero, aquel joven precoz, de solo 25 años, expiró. Con su holocausto Cuba había perdido en ciernes al más extraordinario paladín surgido después de José Martí.
Cubadebate
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