Donald Trump va a ser el nominado en la Convención Nacional Republicana en julio próximo y enfrentará en noviembre a Hillary Clinton, quien desde el pasado 26 de abril se convirtió a todos los efectos en la candidata de su partido. No obstante, en razón del calendario elaborado para las primarias, Trump y Clinton solo alcanzarán el próximo 7 de junio los
1 237 y 2 383 delegados que, respectivamente, requerirán para ser electos en las respectivas convenciones nacionales.
1 237 y 2 383 delegados que, respectivamente, requerirán para ser electos en las respectivas convenciones nacionales.
Pero eso es una mera formalidad y así lo entendieron el senador Ted Cruz y el gobernador John Kasich, los únicos otros aspirantes republicanos activos, cuando anunciaron el 3 y el 4 de mayo, respectivamente, su retirada de la contienda luego de ser apabullados por Trump en las primarias de Indiana. Estas decisiones ponen punto final a la posibilidad de una “convención negociada”, pero no implica que con ello se haya logrado unificar las distintas tendencias republicanas a favor de Trump.
Se abre ahora una nueva temporada de episodios que durará hasta las convenciones nacionales, lo cual amerita un recuento, aunque sea breve, sobre el personaje que ha acaparado la atención y el interés de aquellos que siguen de cerca esta campaña electoral y que a partir del 3 de mayo se ha convertido de hecho en el líder nacional del Partido Republicano.
¿Por qué triunfa Trump, quien en un inicio fue considerado como el más ridículo de los 17 principales aspirantes republicanos?
La respuesta está en la profunda crisis que en el ámbito nacional está atravesando el Partido Republicano. Tras dos desastrosos periodos presidenciales del republicano George W. Bush (enero 2001-enero 2009) y de la llamada “gran recesión” cuyo inicio marcó los últimos meses de su presidencia, era necesario para los grupos dominantes en esa colectividad un replanteo de sus proyecciones y enfoques políticos acorde con las nuevas circunstancias sociales y económicas de los Estados Unidos, sobre todo a tenor del movimiento Tea Party que sacudió las bases republicanas desde el 2010 en adelante. Sin embargo, el liderazgo republicano no logró formular una estrategia efectiva que a su vez le facilitase conectarse y comunicarse con esas bases, las cuales reaccionaron “castigando” electoralmente a muchos líderes conservadores republicanos.
La situación fue aprovechada hábilmente por Donald Trump, al lanzar en junio del 2015 su aspiración a la presidencia del país por el Partido Republicano, al cual se había afiliado en abril del 2012, a pesar de muchas posiciones contrarias a las profesiones de fe conservadoras en aspectos muy controvertidos, tales como el control de armas, el aborto, el libre comercio o los impuestos federales.
En esencia, el “por qué” del éxito de Trump radica en saber explotar el descontento de las bases republicanas ante lo que perciben como incapacidad de los líderes del partido. Pero esa crisis no la crea Trump, simplemente se aprovecha de ella para usarla como elemento clave de su campaña. Ningún otro de la docena y media de aspirantes tuvo la habilidad de establecer una comunicación tan fuerte y directa con el electorado republicano.
¿CÓMO LOGRÓ TRUMP APLICAR ESTA EXITOSA ESTRATEGiA?
Desde el anuncio oficial de su aspiración, Trump se presentó como un candidato totalmente diferente del resto de sus rivales. Empleó como armas y herramientas principales su extensa experiencia como empresario y las relaciones y vínculos con la élite de poder de los Estados Unidos de la cual forma parte, incluyendo el hecho de haber sido donante de muchas campañas políticas, entre ellas la de su próxima rival presidencial, Hillary Clinton, así como la experiencia histriónica adquirida durante más de una década como anfitrión de las conocidas series The Apprentice y su variante The Celebrity Apprentice. Al analizar la actuación de Trump salta a la vista que lo hizo de manera sistemática, apoyándose en un relativamente reducido grupo de colaboradores y aplicando tácticas ajustadas a cada momento, guiado por la concepción de “divide y vencerás”, particularmente buscando eliminar los aspirantes más débiles y neutralizar al comité nacional del Partido Republicano. Durante la mayor parte de la etapa de primarias, Trump concentró sus esfuerzos en fortalecer su influencia sobre una tercera parte de los afiliados republicanos, particularmente (pero no exclusivamente) entre los blancos, de bajos ingresos y de nivel educacional medio y ya en los finales de la etapa de primarias incorporó a su equipo a individuos con amplia experiencia en el manejo electoral.
¿Para qué gana Trump? Esta es una interrogante que abre una amplia gama de respuestas y especulaciones, por lo que es preferible circunscribirse al papel de Trump en la próxima etapa que cubre desde el fin de las primarias hasta la celebración de la Convención Nacional Republicana. La respuesta es precisa. La victoria de Trump evita una confrontación interna en la Convención Republicana. Este propósito está claramente expresado en las declaraciones formuladas por Reince Priebus, el presidente del Comité Nacional Republicano, el martes 3 de mayo, inmediatamente después de que Ted Cruz anunciase que daba por terminada su aspiración. En un tuit, Priebus dijo: Donald Trump es el supuesto nominado del GOP, todos debemos unirnos y enfocarnos en derrotar a Hillary Clinton. Al día siguiente, en una entrevista con CBS This Morning, repitió su llamado a la unidad, expresando que “necesitamos tiempo para unificarnos y nos unificaremos... pero eso es lo que hoy comienza. Es este proceso de unificación”.
Por tanto, el problema que subsiste es el de la unidad de las fuerzas republicanas. Ese es el “para qué” a lo cual Trump debe dedicar sus esfuerzos en su recién adquirida condición de líder nacional del Partido Republicano. Un indicio de ese nuevo estatus es que las encuestas en la semana precedente colocan a Trump con un 56 % de preferencia entre los votantes republicanos. La unidad de los distintos grupos republicanos alrededor de la candidatura de Trump será objetivo permanente e ineludible del magnate convertido en político en esta nueva etapa y en lo que resta de campaña
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