sábado, 28 de mayo de 2016

Francia: No es el 68 pero se le parece

por Carlos Aznárez /CLATE/ 27 mayo 2016.-
Como en aquellos gloriosos días de mayo del 68, ahora, 48 años después, toda Francia está en la calle, demostrando que sus trabajadores y trabajadoras tiene un punto de paciencia frente a la voracidad capitalista, que ya ha sido superado con creces. La razón fundamental de estas gigantescas movilizaciones, surcadas por cientos de enfrentamientos cuerpo a cuerpo con los gendarmes enviados por el Gobierno de Francois Hollande, es una controvertidísima reforma laboral que ya en el mes de febrero, cuando todavía no se había presentado al Parlamento, había recibido el rechazo de las organizaciones sindicales. Hollande no quiso escuchar la queja de ese momento, y con total desprecio por la voluntad popular puso primera con su habitual altanería.
No es para menos lo que ahora ocurre: el texto de esta ley, que el mandatario dice estar dispuesto a defender hasta “las últimas consecuencias”, contempla la primacía de la negociación directa entre empresario y trabajador, por encima del código de trabajo y los convenios colectivos; establece un techo en las indemnizaciones por despido improcedente e impone las condiciones que justificarían el despido económico. El texto va en la línea de las reformas que Bruselas exige a Francia y tanto el primer ministro Manuel Valls como Emmanuel Macron, ministro de Economía, la defendieron porque otorga flexibilidad a las empresas. Además, como si fueran el argentino Mauricio Macri o el brasileño Michel Temer, los que estuvieran hablando, aseguran que “es beneficiosa para los más jóvenes y da más garantías a los trabajadores”. Sin duda, son tiempos en que las medidas más brutales se tratan de vender en un paquete con hermoso moño, acompañado de gestos que edulcoren la tragedia.
El anuncio de dicha legislación causó conmoción en las alicaídas centrales sindicales francesas, que venían arrastrando crisis tras crisis, un comportamiento no acorde a las demandas de sus afiliados, en especial la reformista Confederación Francesa de Trabajadores (CFDT), que sólo atinó a pedir suaves cambios en la ley, sobre todo en lo que hace a la retirada del límite de las indemnizaciones. Sin embargo, las otras entidades del movimiento obrero, con más intuición o históricamente inclinadas hacia la izquierda, no dudaron que tal provocación del Gobierno no podía tener otra respuesta que la lucha organizada y en la calle. Tanto la CGT como Fuerza Obrera, FSU y SUD comenzaron a reunirse con organizaciones estudiantiles y movimiento sociales para preparar el “levantamiento generalizado” como definió un veterano dirigente obrero.
Frente a las primeras escaramuzas sindicales, el Gobierno apuró el trámite y este mismo mes de mayo en lugar de ponerla a debate en el Parlamento, aplicó de urgencia una legislación que le permite dar por válido el texto sin mayores modificaciones y sin necesidad de que los diputados la discutan. O sea, pase directo al Senado y en poco tiempo retorno a Diputados, donde si hubiera objeciones sería aprobada “manu militari”.

La ley, que ha provocado que el 70 por ciento de la población muestre de distintas maneras su descontento, cuenta obviamente, con el apoyo total del núcleo duro del Movimiento de Empresas de Francia (Medef), dirigida por la millonaria derechista Laurence Parisot, aunque paradójicamente los principales partidos de derecha se oponen, ya que la consideran muy “suave” para la realidad que vive el capitalismo francés.
Cansados de esperas y chicanas que retardaban definiciones que los favorezcan, y convencidos de que la ley es sólo el comienzo de una política destructora de todos los lazos de solidaridad social y preservación de las conquistas históricas de la clase obrera, las centrales sindicales decidieron jugarse el pellejo en un enfrentamiento a gran escala. Desde ese momento, ya se han producido ocho grandes jornadas de protesta nacional. En términos concretos, esto ha significado masivas manifestaciones de obreros, estudiantes y luchadores sociales diversos que tanto en la capital francesa como en las grandes ciudades están dispuestos a demostrarle al gobierno falsamente socialista que la fuerza de los de abajo no es algo que se pueda pasar fácilmente por alto.
Así las principales terminales petroleras y centrales nucleares han quedado paralizadas, mientras que se producen numerosos bloqueos en las principales autopistas, acompañados de la aparición de un fenómeno que no es exclusivamente europeo sino que recorre todo el mundo: miles de jóvenes se lanzan a las calles, encapuchados para defender su identidad frente a la represión, y producen choques de gran dimensión con los policías y gendarmes gubernamentales. Reaparecen las conocidas imágenes del Che Guevara entre el humo de las barricadas, acompañadas de puños en alto y maldiciones al imperialismo yanqui, a la socialdemocracia francesa y hasta vivas al Comandante bolivariano Hugo Chávez. Otra vez, los pueblos saben de qué lado de la vereda está cada protagonista.
Al calor de estas protestas también comienza a adquirir potencia un movimiento como el Nuit Debout, surgido a consecuencia de la gran movilización del 31 de marzo en la Plaza de la República, y que recuerda mucho a los mejores tiempos de los “indignados” madrileños. Se trata de un núcleo juvenil, informal y «sin etiquetas», que se propone construir una “convergencia de las luchas”. Organizado en comisiones (coordinación, logística, recepción y sanidad, comunicación, etc.), las tomas de decisiones se hacen por consenso en asambleas generales.
Al calor de la “batalla”, a la que se han sumado también los conductores de las grandes compañías ferroviarias y los controladores aéreos (logrando paralizar gran parte de los vuelos internacionales, algo que van a repetir el próximo 14 de junio), se anuncia también una huelga en todos los aeropuertos del país para el 1, 2 y 5 de junio. La RATP, la compañía que gestiona la red de metro de París y otros transportes urbanos de la capital, ha convocado una huelga indefinida a partir del próximo 2 de junio, y la empresa de trenes SNCF paraliza sus labores todos los miércoles y jueves aunque podría también convertirse en indefinida a partir del 1 de junio. Por el momento, los bloqueos en depósitos de carburantes y refinerías, a pesar de los intentos de las autoridades por evacuar las zonas cortadas, han dejado desabastecidas al 30% de las gasolineras del país. La situación ha motivado al gobierno a hacer uso de las reservas de las que dispone el país.
Si esta pueblada no fuera suficiente para la pulseada que libra con las políticas neoliberales representadas por Hollande (al que ya se le pide la renuncia en cada acto callejero), los sindicatos saben que tienen otra llave de presión, y es el refuerzo de las medidas de fuerza que ya se anuncian durante la celebración de la Eurocopa, cuya iniciación está anunciada para el 10 de junio. Para ese momento, los gremios sostienen que se llegará al clímax del enfrentamiento, y suponen que el Gobierno tendrá que aflojar en su tozudez o “arderá el país” por sus cuatro costados.
El desafío está planteado y no es menor lo que pueda derivar del mismo. Por un lado, saber si el movimiento de protesta tiene aguante suficiente como para, dentro de la gradualidad que se ha impuesto, obtener una victoria, o si por el contrario, como ocurriera en otras oportunidades, las políticas de “ablandamiento”, cooptación o directamente el auge represivo a nivel masivo, no deviene en un nuevo retroceso. Las espadas están en alto, y por ahora, la calle sigue siendo el termómetro de la inmensa respuesta que genera el capitalismo con sus provocaciones.


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