Autor: Nuria Barbosa León | internet@granma.cu
Foto: Cortesía del entrevistado
Guillermo Cabruja asegura que la idea de alfabetizar a los presos parte de una experiencia anterior cuando se aplicó el Yo sí puedo en diferentes zonas de Argentina y se graduaron miles de personas. A finales de 2013 se proponen enseñar en lugares muy vulnerables y con las mayores carencias, a chicos excluidos totalmente de la vida social y víctimas del sistema capitalista, acentuado en sus políticas neoliberales.
Para lograr sus propósitos sumaron a la iglesia evangélica, quien desarrolla una ardua faena en los lugares de encierro y facilitó la comunicación con las autoridades del penal, generándose un vínculo muy estrecho con esa institución religiosa y la posibilidad de desarrollar un grupo de actividades pedagógicas, válidas para la reflexión colectiva.
En julio de 2014 se gradúan los primeros 18 jóvenes. Acto que recibió elogios por la prensa y por las jerarquías eclesiásticas. Cada egresado tuvo la oportunidad de invitar a dos familiares, lo que valoraron como un gran acontecimiento en su vida. Además sirvió para demostrar la validez del método cubano que llegó a prohibirse su uso por parte de las entidades educativas municipales, alegando excusas banales y tergiversadas.
Con el pedido puntual de los reclusos de recibir un diccionario para la comprensión del significado de las palabras surgió la iniciativa de regalar un libro donado por la población. Con la cantidad recibida también lograron forjar una biblioteca ambulante bien dotada de literatura diversa y a la cual nombraron Federico Pagura, en honor al Obispo que colaboró para insertar el Yo sí puedo en la cárcel, y muy amigo de Cuba.
En las redes sociales de la Internet, Guillermo Cabruja publicó varios materiales referidos al tema de la alfabetización en los correccionales y convocó a una reunión para captar más colaboradores. Pensó juntar unas diez personas y se presentaron más de 80 de diferentes profesiones. Entonces surge la iniciativa de continuar la enseñanza a partir de talleres de formación vocacional en literatura, pintura, música, yoga, autoestima, violencia de género y de familia, entre muchos otros.
Con los escritos recibidos del taller literario se compiló el libro: Entre mandarinas y tumbas, una antología de poesía y relatos (un ejemplar firmado se le envió al líder de la Revolución Fidel Castro en gesto de agradecimiento). Cuatro de los autores aprendieron a leer y escribir con el Yo sí puedo. Uno de ellos escribió: “Mi nombre es Iván Ezequiel Galarza. Muchos no me conocen. Siempre fracasando, hoy gané”.
La principal enseñanza en este proceso, Guillermo Cabruja la define: “Esos adolescentes sentían no ser queridos por nadie. Ellos no eligieron con cinco o seis años dejar de ir la escuela. Sufrieron la falta de cariño, la violencia y la carencia de ser protegidos por la sociedad. Nuestra principal meta es ayudarlos a lograr sus deseos de ser mejores personas”.
Foto: Cortesía del entrevistado
El método cubano lo creó en el 2001 la eminente docente, ya fallecida, Leonela Relys, en el Instituto Pedagógico Latinoamericano y Caribeño, fue premiado en el 2006 por la UNESCO.
En Argentina laboró el pedagogo Angel Raimundo Alvárez Alonso, quien describe su función en llevar los materiales docentes y preparar a los facilitadores que trabajan frente a los diferentes grupos.
El también máster en Ciencias de la Educación: asegura: “El Yo sí puedo en Argentina se aplicó en 17 provincias, en 76 municipios y se maneja a nivel nacional una cifra superior a los 30 000 alfabetizados. Las 65 clases están grabadas en 17 CD a proyectar en un televisor y se contextualizan de acuerdo a las características propias del lugar, considerando los giros idiomáticos de la localidad en específico”.
Con lágrimas en los ojos dice sentir una gran nostalgia por la labor iniciada y luego continuada por el asesor Mario Salas Coteron, lo define en una frase: “Aprendí mucho con los argentinos”.
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