Por Laura V. Mor, ResumenLatinoamericano Cuba, 3 de agosto 2016-Aunque
se conozca de primera mano la realidad del país y se tenga una visión lo
bastante ampliada, la experiencia de vida inmersa en el día a día del pueblo
cubano, escapa a todo horizonte pensado.
Situaciones tan simples
para un extranjero como intentar descargar Facebook en tu móvil desde el Google
Play que solías usar y caer en cuenta de que “no está disponible para tu
país” o
actualizar Adobe Flash en tu notebook son tareas dignas de un ilusionista de
primera línea.
Hacer
comprender a familiares y amigos que están a 6900 km de distancia que debe ser
uno quien los llames por IMO -esa nueva aplicación de Android que acaban de
descubrir junto contigo- cuando tenga conexión; que no deben enojarse ni
preocuparse porque haya acontecido algún evento si no respondes una llamada de
whatsapp o si no contestas un chat que te enviaron en varios días…
Desarrollar
paciencia al intentar mirar un video de Youtube que alguien te envió, escribir
mails desde tu casa en Gmail y que se envíen automáticamente cuando logres tener
conexión a internet, o incluso conseguir alguna actualización para el Windows
con el que tu computadora llegó del capitalismo dependiente, son algunas de las
tantas cosas que se aprenden viviendo en Cuba.
Parece
surrealista, pero no lo es. Cuba es un país declaradamente socialista que
eligió forjar su propio destino a noventa millas de su antiguo opresor.
Eso es algo que el Imperio no iba a perdonar fácilmente…y no lo hizo.
Interrumpió relaciones unilateralmente y legalizó un bloqueo genocida ilegal
contra una isla de tan sólo 11 millones de habitantes con la esperanza de
verlos fenecer, además de organizar y financiar sistemáticas acciones
subversivas que continúan intentando cambiar el rumbo político y social de una
Nación que se autodeterminó libre hace ya 58 años.
Suele
escapar a nuestro imaginario colectivo la forma en que ese bloqueo influye
diariamente en la vida de los cubanos, más allá de lo meramente macroeconómico.
Muchas veces creemos que es un tema entre Estados, y hasta incluso que ya no es
real, dado el reciente reinicio de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados
Unidos. Otras veces, cuando visitamos Cuba y vemos cientos de jóvenes
conectados en las zonas Wi-fi a través de celulares Smartphone, sus tablets o
computadoras Mac, o disfrutando de una tarde de sol y rumba en plena Avenida de
los Presidentes, tendemos a pensar que el problema no es tan grave como nos
cuentan.
Quizás
no alcancemos a darnos cuenta, en una primera mirada, cómo el bloqueo
obstaculiza el desarrollo del país, sea que pensemos en conseguir un
medicamento que no es de los miles que se producen en Cuba o un repuesto para
algún artefacto que casualmente contiene más del 10% de producción
estadounidense. Quizás tampoco comprendamos, en esa primera aproximación a la
realidad cubana, el esfuerzo que realiza el gobierno revolucionario tanto en
obtener esos productos en mercados lejanos a tasas altísimas como en mantener
el carácter universal de los derechos conquistados.
No
es descabellado que no lo notemos, somos extranjeros y vamos conociendo la
singularidad del pueblo cubano y la Revolución poco a poco, desde nuestra
propia idiosincrasia y perspectiva, incluso sin darnos cuenta, intentando
comparar lo incomparable. Los medios hegemónicos juegan su rol desinformador,
máxime cuando de Cuba se trata; pero como decía Aristóteles, la única verdad es
la realidad; y es esa realidad la que golpea a los cubanos hace más de
cincuenta años, la del recrudecimiento del bloqueo en un mundo ya no bipolar.
Lo
que relato más arriba parte de mi experiencia personal, al compararla con las
situaciones que voy descubriendo en lo cotidiano, siento rubor por estas
“banalidades” que no trascienden más allá de las nuevas formas de comunicación
que hemos adoptado a partir del uso de las nuevas tecnologías.
Mi
impaciencia al intentar conectarme es una “bobería” como dicen los cubanos, en
comparación a la infinita paciencia que ha tenido que desplegar todo el pueblo
en la construcción una sociedad más justa en medio de la voracidad de un
bloqueo que debe terminar ya.
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