31/07/2016 por alineperezneri
Ciento veinte días después de una apretadísima visita a Ciego de Ávila, el Héroe de la República de Cuba, Gerardo Hernández Nordelo vuelve aInvasor. Ahora, desde sus confesiones y con la libertad que siempre tuvo. Siempre
Con tantos periodistas antecedidos era (es) muy probable que Gerardo Hernández Nordelo lo hubiese dicho (casi) todo 15 meses después de andar descontándole días a sus cadenas perpetuas, pero renunciar, incluso, a las reiteraciones, me parecía menos probable, de modo que pedí unos minutos. Minutos que serían, finalmente, horas amputadas por tres días y dos noches; justo el tiempo que permaneció en Ciego de Ávila su última vez, y del que obtuve más de lo que esperaba: siete respuestas una tarde, dos a la siguiente, luego otras a petición suya, aclaraciones, bromas…un diálogo hilvanado desde circunstancias poco favorables que intenté sortear con Lo que yace a través del mar, el texto del canadiense Stephen Kimber que días antes leía sin sospechar que sería un pretexto. Otro.
Marzo 27 de 2016: Gerardo posterga su almuerzo y nos regala unos minutos
Según René González es “el mejor libro que he leído sobre el caso de Los Cinco” así que lo llevo y Gerardo lo ve, también en eso coinciden. Me disculpo ante las probabilidades de lo común y él me observa despreocupado, con ese brillo en los ojos que ni su calvicie lograría opacar con el sol al cenit. Es un hombre bello, ya lo saben, pero toda su dulzura y afabilidad encantan menos que su historia. Podría ser un hombre déspota, iracundo, de horribles facciones y aun costaría obviarle sus palabras, no mirarlo cuando habla. Le hago preguntas en ráfagas y contesta, aparentemente, sin pensar.
Vamos rápido porque no quiero ser inoportuna y él no quiere llegar tarde, pero logra alcanzarnos el reloj para que vuelva, angustiado, a las horas amargas de prisión “donde vio más muertos que en Angola” y a las cumbres, en las que escuchó a Fidel diciendo ¡Volverán! Conversa del periodista que le hubiera gustado ser, de su asignatura preferida en el Instituto de Relaciones Internacionales (Análisis de la información), de los bates que diseñó por placer… y necesidad, y con los que el equipo avileño le ha caído “a batazos” a su Industriales; se carcajea de haberle dado “armas al enemigo” y se ufana de querer ser, donde sea, un hombre útil. Habla, por supuesto, de Gema, de la belleza, de sus pequeños tropiezos detrás de alguna gallina en el patio, de lo que han sido sus últimos días.
No todo está escrito, esta no es una entrevista en profundidad, apenas conversamos. Marzo acababa y él estaba allí, sentado.
—¿Cómo lidiar con la soledad, la dureza que le impuso su trabajo siendo un hombre tan sensible? Está la historia del gorrión, los mimos a Adriana en sus cartas, Gema…
—A mí me cuesta trabajo la otra parte. Mi personalidad no era aquella. Adriana me dice, incluso, que yo siempre soy conciliador, pero tenía que combinar las dos cosas, no quedaba otro remedio.
—Pero en algún momento le hace un informe a la Seguridad cubana explicándole por qué era conveniente procesar a Adriana para que se le uniera. Leí en el libro que nunca recibió respuesta.
—La gente que nos dirigía en Cuba, en su mayoría, no tenía la experiencia en el terreno y, a veces, se tiene que lidiar con situaciones de tus agentes desde el punto de vista humano, no solo operativo. Y yo me veía reflejado. Era una lucha constante defendiendo los diferentes puntos de vista. A los ojos de tus vecinos tenías que ser normal y andar siempre solo podía llamar la atención. Y llegó el momento en que, efectivamente, hice la petición.
—Y al saber que cuatro veces el FBI entró a su departamento sin que lo sospechara siquiera… ¿No sintió frustración por ser descubierto?
—Obviamente la sentí, nos agarraron. Nosotros sabíamos que una vez que ellos se “te montan” no hay ningún escape, y lo mismo les ocurre aquí. En aquellos primeros meses una de las angustias principales era esa, que la operación había fracasado. Pero la satisfacción nuestra está en el hecho de que hay muchas cosas que nosotros conocemos y que ellos nunca supieron. No hablamos.
—Ahí está la grandeza, aunque hay gente a la que le cuesta imaginar que lo hayan condenado a dos cadenas perpetuas, que pudiendo “negociar” haya preferido la muerte en prisión. Eso no es normal, no se aprende en el entrenamiento.
Gerardo, en diálogo con Invasor
—No sabría qué decirte, porque los compañeros que se dedican a captar personas para este trabajo no improvisan, cuando se te acercan es porque llevan años estudiando tu trayectoria, pero después viene la preparación. Y hay mucho de trabajo profesional, pero hay “algo” también con lo que se nace. A veces me pongo a pensar en eso, en lo que hice y todavía me asusto. Estuve 17 meses en un pedacito, en el hueco, y es difícil. Me preocupaba mucho mi familia, me creaban angustias adicionales, era duro pero no quedaba remedio. Uno lo analiza desde aquí y se asombra, pero cuando estás allí no valoras otras alternativas.
—¿Y cómo vive ahora que pasó de ser un hombre clandestino, de estar preso, a ser un hombre que acapara la atención por donde quiera que pasa? Ahora tampoco lleva una vida común.
—Al principio chocó un poco, porque en mi caso yo estuve 16 años en prisiones de máxima seguridad, donde la gente habla y no te toca, no se te acerca mucho, si alguien camina por detrás tú te viras… pero a lo bueno uno se acostumbra rápido. Lo menos que puedo hacer es tirarme una foto con alguien, es la gente que iba a las tribunas abiertas debajo del sol, o estaban pendientes de ti. No me molesta, es una satisfacción que todavía nos den muestras de cariño y de reconocimiento.
—¿Pudo traer a Cuba algo de la correspondencia que le llegaba a prisión, cuántos aún le escriben?
—No me dejaron sacar absolutamente nada. A Ramón y a Antonio los sacaron el día 15 de sus prisiones, el 16 nos vemos los tres y el 17 llegamos a Cuba, a mí me sacan el día 4 y estuve en un hueco 11 días sin saber nada, adónde iba, por qué estaba allí…Pero sí, luego, recogieron mis cosas y las mandaron a Cuba. Venían muchísimas cartas que conservo y algunos presos me siguen escribiendo. Hace poco recibí la de un colombiano que está condenado a cadena perpetua, acusado de un crimen que cometió una persona que, creen, es él, y lleva más de 10 años tratando de demostrar que su identidad no es la que le adjudican.
—¿Y cuánto le queda a usted de aquella identidad, de Manuel Viramóntez? ¿No le perturba ese otro yo?
—Si me dices Many, puede que me vire más rápido que si me dices Gerardo, pero eso no me perturba, ninguno de los Cinco recibió atención psicológica, llegamos bien. Al menos yo no tengo ningún trauma, excepto, cosas como lo que contaba hace poco y que Adriana una vez me dijo: “¿por qué te bañas al revés, de espaldas al chorro, a la pared, y no de frente, como todo el mundo?” Pero eso tiene su explicación, la ducha es un momento muy vulnerable en prisión, la gente recibía hasta puñaladas… No he podido evitarlo, fueron muchos años bañándome de esa manera.
—A veces cuesta entender cómo, si amaba (y ama) tanto a Adriana no estuvo determinado (no digo sugerirlo, como sí lo hizo en las cartas) a apartarla de usted cuando pensó que moriría en prisión. Hubiese sido un acto de amor…
—Yo exploré esa posibilidad al principio, hubiera sido muy egoísta de mi parte pedirle, exigirle… Y la volví a explorar cuando perdimos todas las apelaciones, porque desde el punto de vista legal ya no había prácticamente esperanzas. Lo que pasa es que ella siempre fue muy clara en su resolución de que ese tema ni siquiera lo tocara.
—¿Cómo fue su último día en Estados Unidos?
—Después de trasladarme me comunicaron que querían verme y cuando me aproximo por un pasillo veo a Antonio y a Ramón, ¡imagínate! Ahí nos explicaron que tendríamos una videoconferencia con Cuba y sale una persona en la pantalla diciéndonos que “ (…) después de un largo proceso, el presidente Obama ha firmado la libertad de ustedes con X condiciones, ustedes van a leer el documento en inglés y nosotros en español, revisen bien para que firmen lo que en realidad se aprobó…” Empiezo a leer y fue muy simpático porque decía “estarán llegando a Cuba el 17 de diciembre” y yo le pregunto a Tony (llevaba 11 días en el hueco y estaba perdido en la fecha), ¿qué día es hoy? y él me responde 16. Y yo me sorprendo: ¡Uf, pero eso es mañana!
“Luego, empiezo a leer la explicación de todo por lo que me habían acusado y Tony interrumpe la videoconferencia: “Oye, ahí falta el inciso C”, y yo le digo, cállate la boca, muchacho. Más adelante se especificaba que la Corte había emitido su veredicto en agosto y salta Tony otra vez: “permiso, permiso, en realidad eso fue en septiembre”.
“Esa noche, por supuesto, no dormimos. Bien temprano, al tomar el vuelo, nos aclararon que solo debíamos hablar inglés, pero hay un momento en el que cuando voy llegando digo: ‘Qué emoción, ver a Cuba desde el aire…’ y ahí mismo cerraron las ventanillas. Yo bromeé y les dije (en inglés) que eso era porque no querían que me aprendiera el camino de regreso.”
—¿Esa imagen, al regreso, en que besa a Adriana suave, en la frente, fue realmente la primera, luego de 16 años sin verse ni tocarse?
Su última noche en Ciego de Ávila, con artistas y periodistas, instantes después del diálogo con Invasor
—Ese sí fue el primer momento de nuestra llegada, lo que pasa es que yo (vaya, no estoy criticando a mi hermano Ramón, jajaja) tampoco me hubiese dado un beso tan efusivo ante las cámaras. A esa parte del libro, por lo que veo, no has llegado. Sucede que se había coordinado con el servicio secreto y sin otorgarle visa se había aceptado que Adriana me visitara. Debíamos mantenerlo en secreto y nos generó un conflicto porque de cierto modo íbamos a mentir.
“Estábamos haciendo una campaña para que ella pudiera visitarme y la solución que encontramos fue seguir diciendo, exigiendo ‘el derecho de visa’, que no era lo mismo que decir ‘el derecho a que se vean’, era una cuestión semántica. En realidad, pudimos vernos unas tres veces, la última fue en septiembre, tres meses antes de venir, y pude verla con su pancita. Fueron visitas normales, en presencia de alguien del Departamento de Estado, sin poder tocarnos siquiera, pero sí, nos vimos.”
—¿Sobre qué le incomoda que le pregunten?
—No recuerdo que nadie haya hecho alguna pregunta que me incomode, no porque no hayan hecho preguntas difíciles, sino porque es difícil incomodarme, pero confieso que no me gustan mucho las que tienen que ver con las otras cinco personas que traicionaron. Como quiera que sea son personas con las que uno trabajó, las conoció desde el punto de vista humano… No me regocijo mucho en hablar de ellos, esa fue la decisión que adoptaron.
Tomado de Invasor
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