Ha
sido señalado hasta el hartazgo que por primera vez en un siglo el 10 de
Diciembre de 2015 la derecha llegó al gobierno sin ocultar su rostro, sin
fraude, sin golpe militar, a través de elecciones supuestamente limpias, se
trataría de un hecho novedoso.
Es necesario aclarar tres cosas:
En
primer lugar resulta evidente que no se trató de “elecciones limpias” sino de
un proceso asimétrico, completamente distorsionado por una manipulación
mediática sin precedentes en Argentina activada desde hace varios años pero que
finalmente derivó en un operativo muy sofisticado y abrumador. Consumada la
operación electoral la presidenta saliente fue destituida unas pocas horas
antes de la transmisión del mando presidencial mediante un golpe de estado
“judicial” demostración de fuerza del poder real que establecía de ese modo un
precedente importante, en realidad el primer paso del nuevo régimen.
Esto
nos lleva a una segunda aclaración: el kirchnerismo no produjo transformaciones
estructurales decisivas del sistema, introdujo reformas que incluyeron a vastos
sectores de las clases bajas, reclamos populares insatisfechos (como el
juzgamiento de protagonistas de la última dictadura militar), implementó una
política internacional que distanció al país del sometimiento integral a los
Estados Unidos y otras medidas que se superpusieron a estructuras y grupos de
poder preexistentes. Pero no generó una avalancha plebeya capaz de neutralizar
a las bases sociales de la derecha quebrando los pilares del sistema (sus
aparatos judiciales , mediáticos, financieros, transnacionales, etc.)
desarticulando la arremetida reaccionaria. La alternativa transformadora
radicalizada estaba completamente fuera del libreto progresista, la astucia, el
juego hábil y sus buenos resultados en el corto y hasta en el mediano plazo
maravilló al kirchnerismo, lo llevó por un camino sinuoso, acumulando
contradicciones marchando así hacia la derrota final. Nunca se propuso
transgredir los límites del sistema, saltar por encima de la institucionalidad
elitista-mafiosa de las camarillas judiciales apuntaladas por el partido
mediático componentes de una lumpenburguesía que aprovechó el restablecimiento
de la gobernabilidad post 2001-2002 para curar sus heridas, recuperar fuerzas y
renovar su apetito.
Como
era previsible las clases medias, grandes beneficiarias de la prosperidad
económica de los años del auge progresista, no se volcaron de manera agradecida
hacia el kirchnerismo sino todo lo contrario, azuzadas por el poder mediático
retomaron viejos prejuicios reaccionarios, su ascenso social reprodujo formas
culturales latentes provenientes del viejo gorilismo, del desprecio a “la negrada”
enlazando con la ola regional y occidental en curso de aproximaciones
clasemedieras al neofascismo. No se trató entonces de una simple manipulación
mediática manejada por un aparato comunicacional bien aceitado sino del
aprovechamiento derechista de irracionalidades ancladas en los más profundo del
alma del país burgués.
La
tercera observación es que el fenómeno no es tan novedoso. Si bien es cierto
que el proceso de manipulación electoral se inscribe en el marco del declive
del progresismo latinoamericano y que fue realizado de manera impecable por
especialistas de primer nivel seguramente monitoreados por el aparato de
inteligencia de los Estados Unidos, no deberíamos olvidar que antes de la
llegada del peronismo en 1945 la sociedad argentina había sido moldeada por
cerca de un siglo de república oligárquica (que no fue abolida durante el
período de gobiernos radicales entre 1916 y 1930) dejando huellas culturales e
institucionales muy profundas atravesando las sucesivas transformaciones de las
elites dominantes como una suerte de referencia mítica de una época donde
supuestamente los de arriba mandaban mediante estructuras autoritarias
estables. Constituye una curiosa casualidad cargada de simbolismo pero lo
cierto es que fue el presidente “cautelar-instantáneo” Federico Pinedo impuesto
por la mafia judicial el encargado de entregar el bastón presidencial a Macri.
Federico Pinedo: nieto de Federico Pinedo, una de la figuras más
representativas de la restauración oligárquica de los años 1930, bisnieto de
Federico Pinedo Rubio intendente de Buenos Aires hacia fines del siglo XIX y
luego diputado nacional durante un prolongado período como representante del
viejo partido conservador. Seguir la trayectoria de esa familia permite
observar el ascenso y consolidación del país aristocrático colonial construido
desde mediados del siglo XIX. El lejano descendiente de aquella oligarquía fue
el encargado de entregar los atributos del mando presidencial a Mauricio Macri,
por su parte heredero de un clan familiar mafioso de raiz italo-fascista1,
instaurador de un “gobierno de gerentes”. Los avatares de un golpe de estado
instantáneo establecieron un simbólico lazo histórico entre la lumpenburguesía
actual y la vieja casta oligárquica.
La
crisis
El
contexto económico internacional viene dado por una crisis deflacionaria
motorizada por el desinfle de las grandes potencias económicas. Estados Unidos,
la Unión Europea y Japón navegando entre el crecimiento anémico, el
estancamiento y la recesión, China desacelerando su crecimiento y Brasil en
recesión sobredeterminan una coyuntura marcada por el enfriamiento de la
demanda global lo que deprime los precios de las materias primas y estanca o
achica los mercados de productos industriales. En suma un panorama mundial
negativo para un país como la Argentina principalmente exportador de materias
primas y en menor escala de productos industriales de mediano-bajo nivel
tecnológico.
Ante
ese ciclo internacional adverso, desde el punto de vista teórico la economía
Argentina para no caer en la recesión debería apoyarse cada vez más en la
expansión y protección de su mercado interno, su tejido industrial, su
autonomía financiera. Sin embargo el gobierno de Macri inicia su mandato
haciendo todo lo contrario: achicando el mercado interno mediante la reducción
drástica en términos reales de salarios y jubilaciones, aumentando el
endeudamiento externo, desprotegiendo al grueso de la estructura industrial. A
ello apuntan sus decisiones económicas iniciales como la megadevaluación, la
eliminación o disminución de impuestos a las exportaciones, la suba de las
tasas de interés, la liberalización de importaciones, y pronto la eliminación
de subsidios a los servicios públicos con el consiguiente aumento de sus
tarifas. Se trata de una gigantesca transferencia de ingresos hacia los grupos
económicos más concentrados (grandes exportadores agrarios, empresas y
especuladores financieros poseedores de fondos en dólares, etc.), de un saqueo
descomunal que se irá prolongando en el tiempo al ritmo de las subas de
precios, las depresiones salariales, las devaluaciones y los tarifazos. Crecerá
la desocupación, la pobreza y la indigencia, la concentración de ingresos
avanzará (ya está avanzando) rápidamente, el crecimiento económico nulo o
negativo serán inevitables.
Según
ciertos expertos estaríamos embarcados en una vorágine completamente irracional
marcada por la declinación del grueso de la industria y la desintegración de la
sociedad resultado de la aplicación ortodoxa de recetas neoliberales
“equivocadas”. Pero el gobierno no se equivoca, actúa según la dinámica de una
lumpenburguesía portadora de una racionalidad instrumental cuyo fin no es otro
que el de la acumulación rápida de riquezas saqueando todo lo que se le cruza
en el camino. La racionalidad de los bandidos dueños del poder no es la del
desarrollo económico armonioso y general que anida en la cabeza de ciertos
economistas.
Así
es como hemos pasado de una versión suave de la política económica
contra-cíclica (desde el punto de vista de la tendencia de la economía global)
a una política pro-cíclica que se incorpora con notable ferocidad a la
degeneración general (financiera, institucional, ideológica, etc.) del mundo
capitalista.
El
progresismo gobernó entre 2003 y 2015 restableciendo la gobernabilidad del
sistema, todo anduvo bien mientras la bestia lamía sus heridas en un contexto
de relativa prosperidad recomponiendose del terremoto de los años 2001-2002,
pero desde 2008 las cosas fueron cambiando: el achatamiento del crecimiento
económico exacerbó su voluntad por acaparar una porción mayor de la torta, en
ese sentido el 10 de diciembre de 2015 puede ser visto como el punto de
inflexión, como un salto cualitativo del poder draculiano de las elites
dominantes inaugurando una etapa de decadencia de la sociedad argentina. Las
fuerzas entrópicas, devastadoras, lograron imponer su dinámica.
Dos
escenarios
Nos
encontramos ante los primeros pasos de una aventura autoritaria de trayectoria
incierta. No se trata de un hecho producto del azar sino del resultado de un
prolongado proceso de maduración (degeneración) de las elites dominantes de
Argentina convertidas en jaurías depredadoras coincidente con el fenómeno
global de financierización y decadencia. Basta con echarle una mirada al
gobierno y sus respaldos donde sobreabundan personajes acusados de ser
delincuentes financieros como Prat Gay, Melconian o Aranguren, o “padrinos”
como Cristiano Rattazzi, Paolo Roca, Franco Macri (y su hijo-presidente) o de
otros señalados como agentes de la CIA como Susana Malcorra o Patricia
Bullrich2, para percibir que la tragedia local no es más que un apéndice
periférico de un capitalsimo global embarcado en una loca carrera liderada por
lobos de Wall Streeet, militares delirantes y políticos corruptos destruyendo
países enteros, triturando instituciones, saqueando recursos naturales
imponiendo un proceso de destrucción a escala planetaria.
La
lumpenburguesía argentina, su articulación mafiosa en la cúpula del poder
(empresario, judicial, mediático) y sus prolongaciones institucionales y
abiertamente ilegales ha dejado de ser la fuerza dominante en las sombras,
jaqueando, condicionando, bloqueando, imponiendo, para asumir abiertamente el
gobierno. Esto puede ser atribuido a varios motivos entre otros a la
inexistencia de un elenco de “políticos” con capacidad de decisión como para
implementar el mega-saqueo en curso, entonces son los gerentes los que deben
hacerse cargo de manera directa del Poder Ejecutivo, es decir “técnicos”
completamente ajenos al embrollo electoral.
El
nuevo esquema resulta sumamente eficaz a la hora de adoptar medidas
contundentes contra la mayoría de la población pero aparece muy poco útil para
amortiguar el inevitable descontento popular (incluido el de una porción
significativa de incautos votantes de Macri). Las camarillas sindicales podrán
durante un corto período generar inacción, algunos políticos provinciales
empujarán en el mismos sentido, los medios masivos de comunicación buscarán
distraer, confundir, justificar (ya lo están haciendo) intensificando la
campaña de idiotización pero todo eso es insuficiente frente a la magnitud del
desastre en curso.
Por
otra parte el carácter lumpen, inestable del régimen macrista afectado por
previsibles disputas internas, golpes financieros, turbulencias exógenas de
todo tipo propias de un sistema global a la deriva y además (principalmente)
presionado por una base social cuyo descontento irá ascendiendo como una
avalancha gigantesca, va dejando al descubierto la única alternativa posible de
gobernabilidad mafiosa.
Se
trata de la formación de un sistema dictatorial con rostro civil y de
configuración variable. Tiene claros antecedentes internacionales recientes,
viene guiado por el aparato de inteligencia de los Estados Unidos y se apoya en
la llamada doctrina de la Guerra de Cuarta Generación cuyo objetivo central es
la transformación de la sociedad objeto de ataque en una masa amorfa,
degradada, acosada por erupciones “desprolijas” de violencia caótica y en
consecuencia impotente ante el saqueo. Irak, Libia, Siria aparecen como
experiencias de manual extremas y lejanas, por el contrario México o Guatemala
son paradigmas latinoamericanos a tener en cuenta aunque la especificidad
argentina aportará seguramente rasgos originales. Tenemos que pensar en una
combinación pragmática de distintas dosis de represión directa “clásica”,
judicialización de opositores sindicales, políticos, etc., bombardeo mediático
(diversionista y/o demonizador), represión clandestina, incentivos a la
rivalidades intrapopulares (cuanto más sanguinarias mejor), irrupción de bandas
que aterrorizan a la población (como las “maras” en América Central o los
batallones de narcos de México), fraudes electorales, etc. De ese modo
Argentina entraría de lleno en el siglo XXI signado por el ascenso del capitalismo
tanático.
Sin
embargo esa estrategia no se puede instalar plenamente de un día para otro,
requiere tiempo y una cierta pasividad inicial de las bases populares, además
encontraría serias dificultades ante una sociedad compleja como la Argentina, con
un amplio abanico de clases bajas y medias portadoras de culturas, capacidad de
organización, de historias que desde la mirada superficial de los gerentes
financieros y de los expertos en control social no aparecen como amenazas
visibles (o aparecen como resistencias o nostalgias impotentes) pero que
constituyen latencias, bombas de tiempo de enorme poder que pueden estallar en
cualquier momento. Este desafío desde abajo converge con el temor de los de
arriba a puebladas inmanejables conformando grandes interrogantes gelatinosos
que generalizan la incertidumbre en las elites, deterioran su psicología.
La
no viabilidad de ese escenario siniestro, su posible empantanamiento, dejaría
abierto el espacio para el desarrollo de un segundo escenario: el de una crisis
de gobernabilidad mucho más devastadora que la 2001. En ese caso la fantasía
elitista de la recomposición dictatorial-mafiosa del poder político no habría
sido otra cosa que una ilusión burguesa acompañando al fin de la
gobernabilidad, al comienzo del un período de alta turbulencia, de
desintegración social de duración impredecible. El progresismo tan despreciado
por las elites y sus preservativos de clase media habría sido un paraíso
capitalista destruido por sus principales beneficiarios.
Como vemos el infierno mafioso no es inevitable aunque no deberíamos subestimar
la capacidad operativa de sus ejecutores locales y su mega padrino imperial,
los Estados Unidos están lanzados a la reconquista de su patio trasero
latinoamericano.
¿Hacia donde va esta historia?: la resistencia popular tiene la respuesta.
Foto:
Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs M.A.f.I.A
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