40 AÑOS DEL CRIMEN DE BARBADOS
Mirando a los ojos de los terroristas que volaron el avión cubano
Los terroristas de origen cubano Orlando Bosch y Luis Posada Carriles, autores confesos del crimen, fueron protegidos por el gobierno de Estados Unidos
Por Alicia Herrera*
15 de septiembre de 2016
Cuarenta años después de la voladura de un avión civil cubano cerca de las costas de Barbados, el 6 de octubre de 1976, donde perdieron la vida 73 personas inocentes, este horrible acto terrorista aún permanece impune pese a las abrumadoras pruebas que existen y han sido presentadas, contra sus autores materiales e intelectuales y sus cómplices en los servicios de inteligencia de Estados Unidos.
El pueblo cubano, su Gobierno Revolucionario y en particular, los familiares de las víctimas del crimen de Barbados, no han descansado, en todos estos años, en su lucha por hacer justicia. El dolor fue transformándose en fuerza y coraje para plantar la verdad del caso, en todos los escenarios, no solo de la Isla sino de muchos países del mundo. Sin embargo, la esperada justicia nunca apareció.
Por el contrario, los terroristas de origen cubano Orlando Bosch y Luis Posada Carriles, autores intelectuales confesos del abominable crimen, fueron protegidos por el gobierno de Estados Unidos, puestos a salvo de la justicia en su territorio, donde recibieron todo el apoyo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que los adiestró desde la década de los años 60, para cometer todo tipo de atentados contra el pueblo cubano y su Revolución.
La voladura del avión de la línea aérea Cubana de Aviación, vuelo CU-455 que cubría la ruta Guyana-Trinidad y Tobago- Barbados-Jamaica y finalmente La Habana, fue un hecho estremecedor, jamás había ocurrido uno igual en el hemisferio occidental. La maquinación para planificar el asesinato de personas inocentes con el amparo del Gobierno venezolano de entonces, presidido por Carlos Andrés Pérez, y la anuencia de la CIA, revela la verdadera esencia criminal de cuantos estuvieron involucrados en el crimen.
Tal vez las nuevas generaciones no conozcan completamente cómo se articulaba la maldad contra Cuba en aquellos años donde murieron miles de cubanos, a consecuencia de los actos terroristas que alentaron y financiaron sucesivas administraciones norteamericanas para destruir a la Revolución Cubana.
Ahora cuando se cumplen 40 años del atentado contra el avión cubano en Barbados, tenemos el deber de rescatar la memoria de aquellos hechos que no deben repetirse jamás.
NADA ES FICCIÓN
NADA ES FICCIÓN
Recordaba que hace un par de años atrás, al concluir un conversatorio con un grupo de estudiantes de secundaria, se me acercó un muchacho de mirada vivaz y me preguntó con mucha curiosidad, si el spot de televisión en el que se oye la voz del copiloto del avión cubano antes de caer al mar, era una recreación de ese dramático momento.
Yo me sorprendí y le pedí que me explicara por qué él pensaba así, al tiempo que le explicaba que ese grito desgarrador (¡«Eso es peor, pégate al agua Felo, pégate al agua»!) era tan auténtico que expresaba la gran humanidad de estos hombres que, hasta el último momento, trataron de impedir que el avión se desplomara.
El joven no tenía una idea clara sobre esta tragedia que enlutó a familias de Cuba, Guyana y de la República Popular de Corea. Creía que la imagen de la nave cayendo frente a las costas de Barbados era ficción. Como él, no se sabe cuántos aún ignoran o permanecen confundidos en relación con este triste episodio de la historia de las agresiones contra la Isla.
Es por esta y otras razones que estamos comprometidos a denunciar el crimen de Barbados, aprovechar estos momentos de recordación para transformarlos en tribuna y transmitir a los más jóvenes la verdad que es el camino más cierto para alcanzar la justicia.
MIRANDO A LOS OJOS DE LOS TERRORISTAS
Algunos de los lectores recordarán que yo fui la periodista venezolana que denunció a los terroristas Orlando Bosch, Luis Posada Carriles, Hernán Ricardo y Freddy Lugo, por su participación directa en el atentado a la nave de Cubana de Aviación.
Solo por casualidades de la vida, yo visité en la prisión del Cuartel San Carlos de Caracas, a Freddy Lugo, un fotógrafo, compañero de trabajo de la Revista Páginas, que estaba preso por presunta participación en la voladura del avión cubano. No creía que él y el otro fotógrafo del diario El Mundo, Hernán Ricardo, estuvieran implicados en un crimen tan horrible.
Mucho antes de que Lugo y Ricardo pusieran los explosivos en el avión de Cubana, ya eran parte de mi vida laboral, los conocía como muchachos trabajadores, un poco más a Freddy Lugo con quien salía frecuentemente a hacer reportajes para Páginas.
A través de Lugo surgieron las relaciones con los otros terroristas presos también en el cuartel San Carlos, mientras se desarrollaba en los tribunales el proceso que, durante mis visitas a esa prisión, descubrí que era completamente amañado con la venia del gobierno del presidente Pérez y después al concluir este su mandato, con el apoyo del presidente Luis Herrera Campins y su policía política (Disip) de la que Posada Carriles había sido comisario.
Freddy Lugo compartía celda con uno de las más connotados contrarrevolucionarios de origen cubano, Orlando Bosch, quien era una especie de héroe para él, a quien conminaba siempre a contarme sus historias de «luchador por la democracia en Cuba». Bosch disfrutaba, se frotaba las manos, y detallaba sus actos terroristas. De esta manera llegué a la conclusión de que si este hombre tenía este récord criminal y estaba preso, probablemente podía estar involucrado en el sabotaje del DC-8 de Cubana de Aviación.
Yo me sentía muy tensa cuando tenía al frente aquel hombre de mirada inquisitiva, detrás de unos gruesos espejuelos, que insistía en darme hasta los más mínimos detalles de cómo colocaba bombas en embajadas y consulados cubanos en el exterior, así como en oficinas de Cubana de Aviación y otras dedicadas al turismo con la Isla.
Fueron momentos muy fuertes, difíciles de manejar, con una carga de sorpresa y rabia, de miedo… porque de verdad, daba miedo, me temblaban las piernas, pero trataba de guardar la compostura casi sin emitir palabras: no hacía falta. Bosch se posesionaba del escenario, gesticulaba con sus manotas, a veces se levantaba del asiento y contaba con estridente voz sus fechorías, como si estuviera frente a un público cautivo.
Entonces tomé la decisión de hacer una investigación periodística sobre el caso del avión cubano con dos fuentes primarias, Bosch y Lugo.
ME LO DIJERON TODO
Por espacio de más de dos años visité a los terroristas en el Cuartel San Carlos. Allí conocí a la mujer de Bosch, la chilena Adriana Delgado, y a Nieves de Posada, esposa de Posada Carriles. Con ambas sostuve estrechas relaciones, siempre coincidíamos en las visitas y aportaban buenos datos para el trabajo periodístico que yo estaba preparando.
Las dos, imprudentes y habladoras, confirmaban todo cuanto Bosch contaba de sus esfuerzos «por liberar a la Patria martirizada» junto con Posada Carriles. Nieves, una fuente indirecta pero muy valiosa, se vanagloriaba al resaltar que su marido había logrado prepararse en la CIA y era un experto en explosivos.
Esta mujer fue clave para conocer cómo Posada Carriles planificó con Orlando Bosch, el atentado al avión de Cubana, así como otras acciones criminales de los grupos contrarrevolucionarios cubanos, incluido el asesinato del excanciller chileno Orlando Letelier y su secretaria Ronni Moffit, en Washington, tres meses antes de la explosión en pleno vuelo del avión en Barbados.
Me lo dijeron todo. Lugo me contó paso a paso, cómo pusieron la bomba en el baño ubicado en la parte trasera del avión. Bosch en un arrebato de cólera dijo en mi presencia que había volado un avión cargado de comunistas. Posada, según documentos desclasificados del FBI anunció que «volaremos un avión cubano» y Ricardo con desfachatez gritó para que todos oyeran, en el patio de ejercicios del Cuartel San Carlos: «Pusimos la bomba, y qué?».
EL GRITO EN EL TÍTULO DEL LIBRO
De manera muy general he recordado episodios de aquel momento que cambió mi vida para siempre. Ya impuesta de que estos hombres eran los asesinos de 73 personas inocentes que viajaban en el vuelo CU-455 de Cubana, se planteó para mí una decisión determinante; o los denunciaba o me quedaba callada y me convertía automáticamente en su cómplice. Opté por la denuncia y tuve que hacerla fuera de mi país para proteger mi vida de los sicarios del gobierno socialcristiano de Luis Herrera Campins.
En septiembre de 1980, al conocer que un tribunal militar había absuelto a los cuatro terroristas por considerar que «fueron destruidas las pruebas» que servían de base a la acusación; convoqué a una conferencia de prensa, con medios nacionales y extranjeros en Ciudad de México y denuncié a los responsables del siniestro del avión: conté todo cuanto me dijeron acerca de su planificación y ejecución y la complicidad de los gobiernos de Carlos Andrés Pérez y Luis Herrera Campins.
Igualmente me referí a una serie de actos terroristas ejecutados en otros países por Bosch y Posada Carriles con saldo de muerte y destrucción y especialmente alerté a la comunidad internacional sobre la intención de estos criminales de continuar con estas acciones vandálicas contra Cuba y su pueblo.
Posteriormente, esta denuncia fue ampliada en el libro de mi autoría Pusimos la bomba... ¿y qué?, título tomado del grito de Hernán Ricardo, autor material, junto con Freddy Lugo, de este abominable crimen.
Veinticinco años después de la publicación de mi investigación periodística, se lanzó una nueva edición ampliada del libro que incluía documentos desclasificados de la CIA y el FBI, sobre el sabotaje del avión cubano, que corroboraron que los hechos ocurrieron tal y como los denuncié, desmontando de esta manera, la campaña mediática de la derecha que propagaba en sus medios que se trataba de una historia inventada para favorecer a la Revolución Cubana.
* Periodista venezolana y luchadora antiterrorista. Publicado por Granma
“No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!”
English version
Looking into the eyes of the terrorists who blew up a Cuban plane
The Cuban-born terrorists Orlando Bosch and Luis Posada Carriles, the self-confessed masterminds of this crime, were protected by the U.S government.
September 15, 2016
Forty years after the bombing of a Cubana airlines flight off the coast of Barbados on October 6, 1976, which killed 73 innocent people, those responsible for this horrific terrorist act remain unpunished, despite the overwhelming evidence filed to incriminate its material and intellectual authors and their accomplices, and presented to the United States intelligence services.
The Cuban people, revolutionary government, and in particular the families of victims of the Barbados crime have not rested, in all these years, in their struggle for justice. Their pain was transformed into the strength and courage to establish the truth regarding the case, in all settings, not only on the island but across many countries of the world. This long-awaited justice, however, has not materialized.
On the contrary, the Cuban-born terrorists Orlando Bosch and Luis Posada Carriles, the self-confessed masterminds of this heinous crime, were protected by the U.S. government, safe from facing justice in U.S. territory, where they received the full support of the Central Intelligence Agency (CIA), which had trained them since the early 1960s, to commit all kinds of attacks against the Cuban people and their Revolution.
The bombing of the Cubana de Aviación flight CU-455, covering the Guyana-Trinidad & Tobago-Barbados-Jamaica-Havana route, was an alarming event, as never had such an incident taken place in the Western Hemisphere. The machinations to murder innocent people under the protection of the Venezuelan government of the time, headed by Carlos Andrés Pérez, and with the consent of the CIA, reveals the true criminal essence of all those involved.
Perhaps younger generations are not fully aware of how malice expressed itself against Cuba in those years, when thousands of Cubans were killed as a result of terrorist acts encouraged and financed by successive U.S. administrations to destroy the Cuban Revolution.
Today, 40 years after that Cuban airliner was blown up over Barbados, we have the duty to rescue the memory of those events, which must never be repeated.
I recalled that a couple of years ago, at the end of a discussion with a group of high school students, an insightful boy approached me and curiously asked me whether the point in the documentary we had just seen in which the voice of the co-pilot of the Cuban plane is heard before it descends into the sea, was a recreation of that dramatic moment.
I was surprised and asked him to explain why he thought so, while explaining that the harrowing cry (“This is worse, aim for the water Felo, hit the water!”) was so authentic that it expressed the great humanity of these men who, until the very last moment, tried to stop the plane from crashing.
The young man had no clear idea about this tragedy that left families in Cuba, Guyana, and the People’s Republic of Korea in mourning. He believed that the image of the falling plane off the coast of Barbados was fiction. Who knows how many more like him remain unaware, or are still confused regarding this sad episode in the history of attacks on the island.
It’s for this and other reasons that we are committed to denouncing the Barbados crime, seizing these moments of remembrance to transform them into a platform to pass on the truth to the youth, as the surest path to achieving justice.
Some readers will recall that I was the Venezuelan journalist who denounced the terrorists Orlando Bosch, Luis Posada Carriles, Hernán Ricardo and Freddy Lugo, for their direct involvement in the bombing of the Cubana de Aviación plane.
As a twist of fate, I visited Freddy Lugo, a photographer and colleague at the magazine Páginas, in the San Carlos prison in Caracas, where he had been detained for his alleged involvement in the bombing of the Cuban airliner. I couldn’t believe that he and Hernán Ricardo, a photographer with the daily El Mundo, were involved in such a terrible crime.
Long before Lugo and Ricardo placed the explosives in the Cubana plane, they were part of my working life, I knew them as hardworking young men, and was a little more familiar with Freddy Lugo, with whom I frequently covered stories for Páginas.
Through Lugo, my contact with other terrorists imprisoned at the Cuartel San Carlos emerged. As the court case proceeded, I discovered during my visits to the prison that it was completely rigged, with the consent of President Pérez and, once he concluded his mandate, with the support of President Luis Herrera Campins and his secret police (DISIP), of which Posada Carriles had been commissioner.
Freddy Lugo shared a cell with one of the most notorious Cuban-born counterrevolutionaries, Orlando Bosch, something of a hero to him, who he always urged to tell his stories as a “fighter for democracy in Cuba.” Rubbing his hands together, Bosch enjoyed detailing his terrorist acts. Thus I came to the conclusion that this man, with such a criminal record and already imprisoned, was most probably involved in the downing of the Cubana de Aviación DC-8 aircraft.
I felt very tense when this man with an inquisitive look, behind thick glasses, was before me. He insisted on providing me with even the smallest details of how to place bombs in Cuban embassies and consulates abroad, as well as the offices of Cubana de Aviación and others dedicated to tourism on the island.
They were very disturbing, difficult moments, charged with surprise, anger, and fear... because it really was frightening, my legs shook, but I tried to keep it together, almost without uttering a thing, as it was not necessary. Bosch took hold of the stage, gesticulating with his huge hands; sometimes he got up from his seat and relayed his crimes in a loud voice, as if before a captive audience.
It was then that I decided to investigate and report the case of the Cuban airliner using two primary sources, Bosch and Lugo.
Over the course of more than two years, I visited the terrorists in the San Carlos prison. There I met Bosch’s wife, Chilean Adriana Delgado, and Nieves de Posada, the wife of Posada Carriles. I came into close contact with both, we always ran into each other during visits and they contributed useful data for the investigative journalism piece I was working on.
The two, imprudent and talkative, confirmed everything Bosch said about his efforts “to free the long-suffering homeland” along with Posada Carriles. Nieves, a secondary but very valuable source, boasted that her husband had managed to train in the CIA and was an explosives expert.
This woman was key to discover how Posada Carriles planned the bombing of the Cubana airliner together with Orlando Bosch, as well as other criminal acts of Cuban counterrevolutionary groups, including the assassination of Chilean Foreign Minister Orlando Letelier and his secretary Ronni Moffit, in Washington, three months before the midair explosion over Barbados.
They told me everything. Lugo explained step by step how they placed the bomb in the toilet at the rear of the plane. Bosch, in an angry outburst in my presence, said that he had blown up a plane full of Communists. According to declassified FBI files, Posada announced, “We are going to hit a Cuban airliner,” and Ricardo brazenly shouted for everyone in the exercise yard of the San Carlos prison to hear: “We planted the bomb, and so what?”
I have broadly recalled episodes of that moment that changed my life forever. Once I learned that these men were the murderers of 73 innocent people aboard the CU-455 flight, a decisive decision lay before me: to denounce them or to keep quiet, and automatically become an accomplice. I opted to report them and was obliged do so outside of my home country to protect my life from the Christian Social Party (COPEI) government assassins of Luis Herrera Campins.
In September 1980, on hearing that a military court had acquitted the four terrorists on the grounds that the evidence which served as the basis for the charges was "destroyed," I called a press conference with domestic and foreign media in Mexico City and denounced those responsible for the attack. I revealed everything I was told about its planning and execution, and the complicity of the governments of Carlos Andrés Pérez and Luis Herrera Campins.
I also referred to a series of terrorist acts committed in other countries by Bosch and Posada Carriles resulting in death and destruction, and particularly alerted the international community about the intention of these criminals to continue to commit such acts against Cuba and its people.
This accusation was subsequently expanded on in my book “We planted the bomb... and so what?”in reference to Hernán Ricardo’s cry, the perpetrator, along with Freddy Lugo, of this monstrous crime.
Twenty-five years after the publication of my research, a new expanded edition of the book including CIA and FBI declassified documents on the attack on the Cuban airliner was launched, which fully corroborated my claims, thus dismantling the right wing media campaign maintaining that the story had been manufactured to favor the Cuban Revolution.
* a Venezuelan journalist and anti-terrorist fighter. Published by Granma
“We cannot say that the sorrow is shared. The sorrow is multiplied. Millions of Cubans shed their tears today together with the dear ones of the victims of the abominable crime. And when an energetic and forceful people cry, injustice trembles!”
Final worlds of the Speech by President of the Council of State and Council of Ministers, Fidel Castro Ruz, at the memorial service for the victims of the Cubana Airlines plane destroyed in flight on October 6, given in Revolution Square, Havana, October 15, 1976.
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