viernes, 4 de noviembre de 2016

La triste historia de Enriqueta Faber Por Raúl Antonio Capote


Baracoa es una ciudad mágica, rodeada de ríos y montañas, de una vegetación de ensueño que se extiende hasta la misma orilla del mar, llena de historias y leyendas. Su gente es hospitalaria y sencilla, generosa y extrovertida, con gran orgullo de ser baracoesos.
La ciudad arrasada por Matthew se levanta de nuevo, sus calles recuperan la belleza habitual, su iglesia centenaria, antes sombreada por árboles frondosos, ahora muestra al sol su fachada y frente a la iglesia, como recuerdo permanente del carácter rebelde de nuestros ancestros, un Hatuey de mirada firme y mentón erguido, retador y vigilante.
Todas las mañanas el bulevar es un hervidero de gente, hombres y mujeres que van a sus trabajos, niños y niñas de uniforme escolar caminan presurosos, entre risas y juegos, el aire es transparente y dulce, ajeno a la contaminación de las ciudades mayores, huele a mar, a lluvia y a retoño de café, cacao y coco.
Estudiantes de medicina, pertenecientes a la filial de la facultad de medicina de Guantánamo, son presencia constante en la ciudad, muchachos y muchachas fácilmente identificables por sus batas blancas, recorren las calles a toda hora. ¿Cuántos estudiantes de medicina por habitantes tendrá esta pequeña urbe?
Por el noticiero de televisión vemos esta noche a un médico baracoeso que cumple misión en Haití, a todos se nos conmueve el alma con sus palabras, el corazón se arruga dentro y resbala un hilillo salado de los ojos, el perdió su casa por causa de Matthew, pero sabe que es importante estar donde está y confía porque conoce, nunca se deja abandonado a un cubano, deja en manos de sus compatriotas, en manos de la Revolución su casa sin techo, las paredes que el huracán derribó.
Hablamos durante la comida de los cientos de leyendas, de las miles de historias, de personajes reales o no, pero presentes en el acervo de la ciudad y hablamos de los médicos cubanos, de las misiones internacionalistas, entonces surge una figura legendaria, Enriqueta Faber, doctor en medicina que llegó a Baracoa a principios del siglo XIX.
Enriqueta nació en Lausana, Suiza, en el año 1791.  Empeñada en ganarse la vida por su propio esfuerzo, se vistió de hombre y marchó a París a estudiar cirugía, carrera como tantas otras vedadas a las mujeres de entonces, bajo el nombre de Enrique Faber se graduó de cirujano.
Luego de varios años de vida agitada en medio de las guerras napoleónicas y de trabajar incluso para la Emperatriz Josefina, Enriqueta Faber decide viajar a América, siempre vestida de hombre, que era la única forma de poder ejercer su profesión, el día 19 de enero de 1819 llega a la ciudad de Santiago de Cuba, a bordo del velero “La Helvetia” y finalmente decide establecerse en Baracoa.
Los éxitos del doctor francés despertaron la envidia de algunos médicos locales y la presión social ejercida sobre el joven tercamente soltero, afectaban seriamente la vida de Enriqueta. Fue acusada de malas prácticas, de titulación falsa, etc por lo que se dirigió a la Habana a defender su condición de médico, realizados los exámenes pertinentes y vencidas las pruebas e interrogatorios a que es sometida, regresa a Baracoa, nombrada fiscal del Tribunal del Protomedicato en Baracoa, con el fin de que velara por el buen ejercicio de la profesión en la Villa.
“Por cuanto en nuestra audiencia y juzgado Enrique Faber nos hizo relación de haber practicado la facultad de cirugía, con maestro examinado, el tiempo previsto por la ley, de que dio información bastante, con documentos auténticos, le examinamos en teoría y práctica, en dos tardes, y haciéndole varias y diferentes preguntas sobre el asunto, a que respondió bien y completamente. Lo aprobamos y mandamos a despachar este título y licenciamiento como cirujano romancista para que en todas las ciudades, villas y lugares pueda ejercer.” (La primera mujer médico de Cuba, Emilio Roig de Leuchsenring)
Pero las presiones continúan sobre el joven médico de “gesto afeminado y barbilampiño” por lo que decide casarse. El 11 de agosto de 1819, Enriqueta se casó “como varón” con la criolla Juana de León en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción.
Ante una denuncia de la lavandera de la casa, Enriqueta fue presa en febrero de 1822 y se ordenó su reconocimiento por los facultativos, lo que ella trató de impedir confesando su verdadero sexo. En junio de ese año un tribunal de Santiago de Cuba dictó sentencia, condenándole a 10 años de prisión en la “Casa de Corrigendas” situada en La Habana, y posteriormente ser deportada a cualquier punto en el extranjero.
Apeló esta sentencia a la audiencia de Puerto Príncipe, escogiendo como defensor al licenciado Manuel Vidaurrea. De su brillante informe son estos párrafos:
“Enriqueta Faber no es una criminal. La sociedad es más culpable que ella, desde el momento en que ha negado a las mujeres los derechos civiles y políticos, convirtiéndolas en muebles para los placeres de los hombres. Mi patrocinada obró cuerdamente al vestirse con el traje masculino, no sólo porque las leyes no lo prohíben, sino porque pareciendo hombre podía estudiar, trabajar y tener libertad de acción, en todos los sentidos, para la ejecución de las buenas obras.
Qué criminal es ésta que ama y respeta a sus padres que sigue a su marido por entre los cañonazos de las grandes batallas, que cura a los heridos, recoge y educa a los negros desamparados y se casa nada más que para darle sosiego a una infeliz huérfana enferma?. Ella, aunque mujer no quería aspirar al triste y cómodo recurso de la prostitución…”
La audiencia le rebajó la condena de 10 a 4 años de servicio en el hospital de Paula de la Habana, vistiendo traje de mujer y que después saliera deportada del territorio español.
Por tratar de escaparse del hospital, se le envió a la casa de recogidas “San Juan Nepomuceno” y posteriormente por intervención del obispo de Espada, fue deportada a los Estados Unidos donde murió en la ciudad de Nueva Orleans en el año 1845.

No hay comentarios:

Publicar un comentario