17 noviembre 2016
Por Ana Mazón y Aymara Vigil
Desde hace más de 100 años, las relaciones entre Cuba y Estados Unidos viven en un clima de tensión, en los que la nación norteamericana ha impuesto sus tratados injerencistas y ha desafiado cualquier lógica de respeto a la autodeterminación de esta Isla caribeña.
Cuando en 1898, España iba perdiendo la guerra iniciada por los cubanos, en un nuevo y enérgico esfuerzo por conquistar la tan anhelada independencia de la metrópoli española, los Estados Unidos vieron la oportunidad ideal de cumplir con los deseos de sus padres fundadores y apoderarse de la Isla, para ligar indisolublemente el destino de la nación a los intereses del norte. Siguiendo esta estrategia, Theodore Roosevelt exhortó al presidente Mckinley para que interviniera en la guerra, truncando la victoria del casi triunfador Ejército Libertador[1].
La ocupación militar norteamericana tenía un objetivo bien determinado: impedir la independencia de Cuba. El Tratado de París, firmado sin la presencia de los mambises cubanos, transformó a la Isla en una neocolonia de Estados Unidos, imponiendo así la dominación política, económica y cultural de la Casa Blanca. Sin embargo, en aquel entonces los cubanos representaban posiciones políticas diversas, y no supieron aunar esfuerzos en pos de conformar un frente unido contra los cambios que se iban produciendo en el país.
El periodista francés Salim Lamrani, especialista en las relaciones Cuba-Estados Unido, reconoce en su libro Cuba, lo que nunca le dirán los medios, que si bien el Triunfo Revolucionario de 1959 no fue bien recibido por la Casa Blanca, sí se reconoció al nuevo gobierno de La Habana, pues, en aquel momento, Washington no creía afectados sus intereses en la Isla y la preocupación por la sombra del comunismo no parecía preocuparles.
De hecho, ese mismo año, el Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos, Roy R. Rubottom, aclaraba que “era imposible adjudicar la etiqueta de comunista al movimiento de Castro”. Una afirmación entendible para el momento, pues se trataba de un nuevo gabinete integrado mayoritariamente por anticomunistas, lo que le producía a la Casa Blanca una leve tranquilidad.
Sin embargo, aquella tranquilidad era solo en apariencias. Eva Golinger y Jean-Guy Allard en su libro USAID, NED y CIA. La agresión permanente, revelan que Fulgencio Batista, en el propio mes de enero de 1959, recibió una propuesta de la CIA a través del millonario William D. Paley, para que se asilara en sus propiedades en Estados Unidos, con el fin de preparar el retorno del ex presidente a La Habana; un empeño que se prolongó durante ocho años.
No obstante, este no fue el único movimiento de la CIA durante el primer año de Revolución. Hacia finales de enero esta agencia creó el primer grupo terrorista y anticastrista, denominado la Rosa Blanca. Una organización cuyo único propósito sería restaurar el poder “pro-yanqui” en La Habana.
El nuevo gobierno revolucionario de La Habana, comenzaba con gran rapidez la realización de numerosas acciones, como parte de un proyecto social más humano y equitativo. Los servicios de salud pública, el acceso a productos de primera necesidad por parte de los sectores más humildes y la nacionalización de empresas controladas y disfrutadas por los consorcios estadounidenses, eran solo el principio de una serie de cambios radicales que incluyó una Ley de Reforma Agraria y el fin del latifundio. Para julio de 1959, ya Estados Unidos había comprendido que debía actuar, pues los intereses de Washington comenzaban a ser afectados.
Las medidas que iba adoptando el gobierno cubano comenzaban a perturbar seriamente los intereses estadounidenses y no solo en términos financieros. La instauración de tribunales revolucionarios en los que se juzgó y condenó a los criminales y asesinos del régimen batistiano, fue el punto de partida para una campaña mediática internacional iniciada por Estados Unidos contra la Revolución Cubana.
El periodista y ex oficial CIA, Philip Agee, autor además del libro Inside the company, corrobora las intenciones reales de la Agencia norteamericana y relata que solo tres meses después del triunfo revolucionario, en marzo de 1959, el Jefe de la Estación de la CIA en la Embajada de EE.UU en Cuba, envió al colaborador periodista Andrew St. George a un encuentro con Ernesto Guevara, quien en aquel entonces se encontraba a cargo de los tribunales revolucionarios. La intención era negocial la liberación de José Castaño, subjefe del BRAC, (Buró de Represión de las Actividades Comunistas) una de las más terroríficas organizaciones represivas con que contaba Batista.
“Después de escuchar a St. George durante casi todo un día, Che le dijo que informara al jefe de la CIA que Castaño iba a morir, si no por haber sido un verdugo de Batista, entonces por ser un agente de la CIA. St. George partió del cuartel del Che en la fortaleza de La Cabaña a la Embajada de EE.UU., frente al Malecón, a entregar el mensaje. Al escuchar las palabras del Che, el jefe de la CIA respondió solemnemente: Esta es una declaración de guerra”[2].
Era el comienzo de una hostilidad en la que Cuba ha sido víctima de agresiones que incluyen la propaganda para denigrar el sistema revolucionario, actos terroristas, guerra bacteriológica, invasiones militares, terrorismo diplomático, múltiples complots para asesinar a Fidel Castro y otros dirigentes, subversión ideológica y en los últimos tiempos, un incremento de estrategias de guerra mediática con el fin de fomentar una oposición política interna disfrazada de sociedad civil independiente que contribuya a acabar con el gobierno revolucionario.
Si realizáramos un recorrido por la historia de Cuba, enseguida se comprendería que el terrorismo de estado contra nuestra Isla ha sido punto constante en la agenda de trabajo de las sucesivas administraciones norteamericanas. Múltiples investigaciones del Congreso norteamericano, documentos desclasificados y testimonios así lo corroboran.
Miami, centro de organización de casi todas las operaciones, concentra un amplio sector de la emigración cubana que abandonó el país al triunfo revolucionario y en la que se encuentran antiguos oficiales de Batista, asesinos y torturadores que huyeron de la justicia en Cuba y miembros de la burguesía que viajaron llevándose parte de sus fortunas, con las que han colaborado con este accionar terrorista.
Con el apoyo de la CIA, los grupos terroristas cubanos han operado abiertamente en estrecho vínculo con la sección paramilitar de la Fundación Nacional Cubano-Americana (otra producción CIA) y han realizado entrenamientos con los comandos F4, uno de los grupos terroristas actualmente establecidos en el área. A pesar de las pruebas, el Buró de Investigaciones Federales (FBI por sus siglas en inglés) ha declarado que dichas actividades no constituyen una prioridad para ellos.
El aparato de la CIA establecido en Miami se extiende a todas las esferas de la vida cotidiana en esa ciudad, la alcaldía, los centros nocturnos, la policía y los tribunales. “Mafiosos determinan quien será juez al tribunal supremo estatal, quién manejará la oficina local del FBI, quién se apoderará de los más jugosos contratos federales”[3].
A inicios de la década del ´80, la administración de Ronald Reagan comprendió que en Cuba se necesitaría más que las operaciones terroristas para imponer un cambio de gobierno. El presidente estadounidense percibió que la inmensa mayoría del pueblo cubano apoyaba el proceso revolucionario y denunciaba las agresiones por parte de Estados Unidos. Por ello, se precisaba promover la transición desde los ciudadanos. Para Reagan, el nuevo programa “construiría una infraestructura democrática en todo el mundo siguiendo el ejemplo europeo de apoyo abierto, impulsando la marcha de la libertad y la democracia”[4].
Poco a poco, el uso de la propaganda subversiva pasaría a las primeras filas para el combate contra el gobierno cubano. La estrategia fue retratada con minuciosidad por Allen W. Dulles, ex Director de la CIA entre 1953 y 1961, en su libro El Arte de la Inteligencia, donde precisaba: “…Gracias a su diversificado sistema propagandístico, Estados Unidos debe imponerle su visión, estilo de vida e intereses particulares al resto del mundo, en un contexto internacional donde nuestras grandes corporaciones transnacionales contarán siempre con el despliegue inmediato de las fuerzas armadas, en cualquier zona geográfica, aún las más distantes. Sin que le asista a ninguno de los países agredidos el derecho natural a defenderse”[5].
De esta forma, Cuba pasó a formar parte de un nuevo programa estadounidense, cuyo objetivo sería financiar el desarrollo de organizaciones no-gubernamentales y voluntarias dentro de la sociedad civil. En este propósito, tres organizaciones serían las principales rectoras de dicho programa: la CIA, la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) y la entonces recién creada Fundación Nacional por la Democracia (NED por sus siglas en inglés).
Según Philip Agee, no se trataba de un programa novedoso, ya que desde 1947 la Agencia Central de Inteligencia había financiado el trabajo de ONG´s que incluían partidos políticos, sindicatos, organizaciones juveniles y empresariales, organismos cívicos y comunidades religiosas y culturales.
“A través de los años la CIA ejerció una inmensa influencia entre bastidores en numerosos países, utilizando a estos poderosos elementos de la sociedad civil para penetrar, dividir, debilitar y destruir las correspondientes organizaciones enemigas en la izquierda y, por cierto, para imponer cambios de régimen derrocando gobiernos indeseables”[6].
Continuará…
[1] Salim Lamrani, Cuba lo que los medios no dirán, Editorial José Martí, La Habana, 2011.
[2] Philip Agee: La sociedad civil y los disidentes. http: //www.lajiribilla.cu/2003/n115_07/115_01.html
[3] Jean-Guy Allard y Eva Golinger: USAID, NED y CIA. La agresión permanente, Editorial del Ministerio del Poder Popular para la Comunicación y la Información, Caracas, 2009.
[4] Philip Agee: La sociedad civil y los disidentes. http: //www.lajiribilla.cu/2003/n115_07/115_01.html
[5] Francisco Ameliach: El Arte de la Inteligencia de Allen W. Dulles, 2014 http://ameliach.psuv.org.ve/2014/03/08/portada/el-arte-de-la-inteligencia-de-allen-w-dulles/
[6] Philip Agee: La sociedad civil y los disidentes. http: //www.lajiribilla.cu/2003/n115_07/115_01.html
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