4 diciembre 2014
Hace cincuenta años, el 11 de diciembre de 1964, la Asamblea General de la ONU tuvo su encuentro definitivo con la Historia. En atuendo guerrillero, Ernesto Che Guevaracompareció ante el gran salón repleto de delegados y un público que escuchó en silencio reverente sospechando quizás que les hablaba el futuro.
En discurso que aun se comenta en los pasillos del rascacielos neoyorquino, Che repasó los problemas principales que agobiaban al mundo y presentó la plataforma indispensable para una salida revolucionaria.
Aquel era año de definiciones y requería pensamiento claro capaz de mostrar el camino.
En el Golfo de Tonkin se había producido el incidente que luego se supo fue uno de los tantos embustes fabricados por Washington y le sirvió para escalar su intervención y desatar una guerra de la que sólo saldría, en humillante derrota, una década después. La intervención foránea en el Congo, usando ilegalmente el nombre de la ONU, y el alevoso asesinato de Lumumba frustró la independencia de ese país y lo hundió en el caos y el terror. En América Latina se afirmaba la hegemonía norteamericana con asesores militares y de seguridad que la imponían por todas partes. El derrocamiento de Joao Goulart en Brasil, seguido por el de Paz Estenssoro en Bolivia daría paso al sombrío capítulo de las dictaduras militares como instrumento de dominación. El intento de restaurar la democracia en República Dominicana, un año más tarde, habría de provocar la invasión militar norteamericana que la OEA santificó desvergonzadamente.
Estados Unidos había logrado que la OEA decretase la ruptura de relaciones con Cuba acatada por todos salvo México. La agresividad contra la isla condujo, también en 1964, a extender el bloqueo al área de la salud prohibiéndole adquirir medicinas y productos médicos. Desde el territorio usurpado en la bahía de Guantánamo se producían numerosas provocaciones, 1323 en 340 días, incluyendo 78 en que los marines dispararon contra las posiciones cubanas como ocurrió el 19 de julio cuando mataron al joven Ramón López Peña.
A esos temas se refirió el Che expresando solidaridad con todos los pueblos de África, Asia y América Latina y el Caribe sin olvidar a los que encaran las situaciones más complejas y suelen ser a menudo ignorados en la oratoria diplomática: Palestina y Puerto Rico (junto a él, integrando su delegación, estaba Laura Meneses, la viuda de Pedro Albizu Campos, el gran patriota puertorriqueño fallecido poco antes, luego de salir del sistema carcelario que lo encerró durante buena parte de su vida).
El discurso abordó también otros temas urgentes como la necesidad de lograr el desarme general y completo y la de poner fin a un orden económico internacional injusto que frustra el desarrollo de los países subdesarrollados. Trató especialmente la cuestión de la paz y lo que bajo el rótulo de “coexistencia pacífica” algunos concebían apenas como el equilibrio y el entendimiento entre las dos superpotencias a fin de impedir una nueva conflagración bélica. Para el Che la paz exigía mucho más. Para que fuese auténtica y perdurable debía alcanzar a todos los países independientemente de su poderío. Tampoco podía extenderse la “coexistencia” a la contradicción entre opresores y oprimidos, explotadores y explotados, a escala internacional o al interior de cada país. Su visión revolucionaria demandaba desplegar, junto al empeño por evitar un conflicto armado entre las potencias nucleares, la solidaridad efectiva con los pueblos que bregaban por emanciparse del yugo extranjero y con quienes querían conquistar un mundo mejor.
Era indispensable la acción de la comunidad internacional. Pero la ONU estaba paralizada. La Asamblea General, que normalmente concluía sus labores antes de la Navidad, a esas alturas aun no salía de su fase inicial, el llamado debate general y sus comisiones todavía no se habían instalado a mediados de diciembre. El estancamiento era consecuencia del chantaje norteamericano que amenazaba con privar del derecho al voto a la URSS y a sus aliados por su justa negativa a contribuir financieramente a la operación en el Congo. Para evadir el enfrentamiento y la crisis, sin consultar a los demás, se había llegado, tras bambalinas, a un arreglo tácito: no habría votaciones y todo quedaría en discursos. Che lo denunció al comenzar el suyo:
“Quisiéramos ver desperezarse a esta Asamblea y marchar hacia delante, que las Comisiones comenzaran su trabajo y que este no se detuviera en la primera confrontación. El Imperialismo quiere convertir esta reunión en un vano torneo oratorio en vez de resolver los graves problemas del mundo, debemos impedírselo. Esta Asamblea no debiera recordarse en el futuro sólo por el número XIX que la identifica”.
Algunos ejercieron el “derecho de réplica” intentando vanamente refutarlo. Lo hicieron el representante de Estados Unidos y los de varios gobiernos de una América Latina que ya no existe y no vale la pena nombrarlos.
Uno de ellos le reprochó que sus palabras apartaban a Cuba de lo que denominó la “órbita occidental”. Che respondió simplemente: “órbita tienen los satélites y nosotros no somos satélites. No estamos en ninguna órbita, estamos fuera de órbita”.
Otros, balbuceantes, ensayaron contrastar su acento argentino con el habla cubana mientras pretendían justificar la sumisión al amo yanqui.
A todos respondió el Che con voz serena, sin estridencia:
“si no se ofenden las ilustrísimas señorías de Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie”.
Quien así hablaba pertenecía a una estirpe rara que se creía en peligro de extinción. Los que dicen sencillamente la verdad y respaldan sus palabras con la conducta.
Cuando habló ante la ONU ya el Che estaba enfrascado en los planes que lo llevarían a realizar la meta anunciada con toda naturalidad.
Unos meses después estaría combatiendo en África a los asesinos de Lumumba. Y luego en Bolivia entregaría su vida por la emancipación continental “sin pedirle nada a nadie”.
Mucho cambió el mundo desde entonces. De Indochina tuvieron que huir, derrotados, los agresores; Viet Nam es un país libre y próspero; China, ayer ignorada, es una potencia indispensable al nuevo equilibrio planetario; el Apartheid y el Imperio portugués quedaron como referencias del pasado; América Latina vive una época nueva y busca su destino“fuera de órbita”.
Nada de eso hubiera sido posible sin el ejemplo de Ernesto Guevara. Profeta militante no sólo anticipó el futuro, sacrificó su vida por alcanzarlo. Por eso vive hoy más que nunca.
P.S. Mientras Che hablaba, un tal Guillermo Novo Sampol, terrorista radicado en New Jersey, disparó un bazucazo contra el edificio de la ONU. Reportando el inusitado hecho, al día siguiente en primera plana, el New York Times señalaba que el artefacto utilizado sólo estaba al alcance de las fuerzas armadas. Iniciaba aquel personaje su larga carrera criminal que incluyó el asesinato de Orlando Letelier y Ronnie Mofit en plena capital norteamericana y más recientemente, el plan para atentar contra Fidel Castro y centenares de personas en Panamá. Perdonado por la ex Presidenta de ese país se instaló en Miami donde disfruta total impunidad junto a sus socios de la llamada Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA). Aun busca inútilmente un arma capaz de matar al Che.
Publicado en Punto Final, Nº 818
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