Si hay una historia dentro de la historia que sintetiza el antagonismo entre Estados Unidos y Cuba, ésa es la de los agentes cubanos condenados en Norteamérica a penas desproporcionadas en relación con los actos cometidos.
Por Eduardo Febbro
Desde Bruselas
Una orquesta de ancianos desafinados ejecuta en desorden un imposible “Bésame Mucho” en las escaleras de la estación Bruselas Norte. Algunas estaciones más adelante espera Gerardo Hernández, uno de los tres agentes de inteligencia cubanos liberados en diciembre pasado luego del acuerdo al que llegaron Washington y La Habana con la mediación del Vaticano para el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas. Si hay una historia dentro de la historia que sintetiza el antagonismo entre Estados Unidos y Cuba, ésa es la de los agentes cubanos condenados en Norteamérica a penas desproporcionadas en relación con los actos cometidos. Gerardo Hernández es uno de los 5 agentes de inteligencia cubanos (Ramón Labañino Salazar, René González Sehwerert, Fernando González Llort, Gerardo Hernández Nordelo y Antonio Guerrero Rodríguez) que a mediados de los años 90 cumplieron misiones especiales en territorio estadounidense con el fin de descubrir y desarticular las acciones terroristas que los grupos contrarrevolucionarios planificaban en Miami y luego cometían en Cuba –sabotajes, atentados contra los hoteles y centros turísticos–. Los cinco fueron descubiertos y arrestados en 1998. Más tarde, en uno de los juicios más extensos de la historia judicial norteamericana, los agentes cubanos fueron condenados a penas que, más que a justicia, equivalían a un castigo político orquestado por la obsesión de las administraciones norteamericanas con Cuba. A Gerardo Hernández, acusado de “conspiración para cometer asesinatos”, le tocó lo equivalente a dos cadenas perpetuas. Por lo general, estos casos de agentes descubiertos en otro territorio se resuelven a puertas cerradas y mediante una negociación. Con los cinco cubanos fue todo lo contrario. Acusados de espionaje y otras barbaridades, los llamados “Cuban Five” fueron sancionados con un juicio celebrado en Miami y utilizados como instrumento de manipulación política. Hoy liberado, nada refleja en la frescura inteligente de Gerardo Hernández los 16 años pasados en las cárceles norteamericanas, ni los vejámenes sufridos, ni los largos meses de detención bajo el estricto régimen de aislamiento absoluto. Gracias a la intervención del senador estadounidense Patrick Lehay –uno de los más fervientes militantes por el fin del embargo contra Cuba– Hernández tuvo un hijo mientras estaba en la cárcel. El senador ayudó a organizar la inseminación artificial de la esposa de Hernández, Adriana Pérez. Tras 18 meses de negociaciones secretas y con el papa Francisco como garantía de lo que había sido imposible, los tres cubanos que permanecían encarcelados en Estados Unidos (Antonio Guerrero Rodríguez, Gerardo Hernández Nordelo y Ramón Labañino Salazar) recuperaron la libertad el mismo día del histórico anuncio, el 17 de diciembre de 2014.
–Los agentes cubanos condenados en Miami fueron el tema que bloqueó y, al mismo tiempo, desencadenó la negociación con Estados Unidos.
–Sí, exactamente. Nuestro caso duró tanto en el tiempo justamente por el conflicto y el tipo de relaciones, o de no relaciones existentes, entre Cuba y los Estados Unidos por más de medio siglo. Eso fue lo que le imprimió una connotación política al caso de los cinco cubanos, a eso se debió el ensañamiento con nosotros. Recuerden que años atrás hubo el caso de unos espías rusos que fueron arrestados. Pero acá, rápidamente hubo una negociación y fueron enviados a su país sin juicio ni nada. Lo que complicó el caso nuestro fue la historia del conflicto entre Cuba y los Estados Unidos. Paradójicamente, también facilitó su solución. Desde luego, la solución de nuestro caso no se puede resumir a esa negociación, sino también influyó el apoyo y la solidaridad que recibimos durante tantos años. Llegó un momento en que los cinco éramos ya muy conocidos, había presidentes pidiendo nuestra liberación, personalidades religiosas, políticas y culturales. Nos habíamos convertido en un caso bastante incómodo para los Estados Unidos. De todas formas, a nosotros nos costó mucho trabajo hacer que se lograra hacer conciencia sobre nuestro caso. Fue uno de los juicios más largos de la historia judicial de los Estados Unidos. Duró siete meses y hubo más de 100 testigos. La prensa mantenía un silencio casi absoluto. Poco a poco fue necesario el trabajo solidario de compañeros y compañeras que salían a manifestar a la calle.
–Hoy lo sabemos, el Papa desempeñó un papel primordial en este acuerdo. El Vaticano fue garante del proceso de liberación. ¿Usted sabía que el Vaticano estaba mediando?
–No, no sabía. Para mí fue una sorpresa porque nosotros estábamos ajenos a todo el proceso de negociación. No conocía el papel desempeñado por el Vaticano. Me enteré después de lo que ocurrió, del papel que jugaron varios cardenales, entre ellos el arzobispo de La Habana, el cardenal Jaime Ortega, a quien le tengo mucho respeto. Estamos muy agradecidos. Nosotros siempre aceptamos la ayuda de cualquier persona de buena voluntad. Hay que recordar que nuestro caso, además de sus connotaciones políticas, fue una gran tragedia desde el punto de vista humano. Me alegra que el papa Francisco, siendo un papa latinoamericano, haya sido consecuente. Le puedo decir que siento una gran admiración por él. Ha tenido una actitud muy valiente, digna de admirar. En nombre de nuestros familiares y de los cinco, que nos beneficiamos con esa actitud, le enviamos nuestro agradecimiento.
–De hecho, si se observan las condiciones de la negociación, Cuba no cedió. Washington juró siempre que jamás negociaría con Cuba en las condiciones políticas actuales, y, sin embargo, así ocurrió.
–Mi opinión personal es ésta: por mucho tiempo, Estados Unidos se mantuvo diciendo que no negociaría nada con Cuba mientras existieran los Castro en el poder –es así como ellos se refieren a que la Revolución y el pueblo cubano estén en el poder–, también decían que no tenían nada que negociar con Cuba mientras el Partido Comunista estuviera en el poder y mientras que la Revolución socialista se mantuviera. Todas esas condiciones aún existen y sin embargo hemos conversado con la única condición que Cuba ponía siempre: una conversación de igual a igual, con absoluto respeto a nuestra soberanía y nuestra independencia.
–¿En algún momento sintió el peso de la historia que estaba sobre sus espaldas? Ustedes eran, en gran parte, la clave del nudo.
–Nunca vi el caso en esa magnitud. Recién empecé a sentir eso en los tiempos finales, cuando se rumoreaba que podría haber una solución, y sobre todo, cuando me enunciaron que iba a ser liberado. Ahí sí supuse que ese podría ser el camino para que se avanzara algo más. En ese momento no sabía que se había avanzado mucho más. Me enteré cuando el presidente Raúl Castro pronunció sus palabras y estaba a su lado junto a nuestros familiares. Los tres cubanos liberados no sabíamos nada de la negociación. Nos informaron un día antes de la liberación y nos enteramos del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con las palabras de Raúl.
–Su caso representa un ejemplo mundial de la utilización de la justicia como instrumento de un conflicto con otro Estado.
–Si, el caso de los cinco fue más una venganza contra le Revolución cubana, contra los cubanos revolucionarios. Estados Unidos vio la manera de anotarse un punto y lo hicieron tomando a cinco personas como rehenes. Nosotros reconocimos que habíamos violado algunas leyes de Estados Unidos, como tener un pasaporte falso o ser un agente de otro país sin inscribirnos en el Departamento de Estado. Ahora bien, legalmente, nosotros teníamos derecho a hacer una defensa de necesidad y explicar por qué, pero no se nos permitió. El juicio tuvo lugar en Miami y carecimos de toda garantía. Fue un juicio totalmente parcial. Fuimos encontrados culpable y se nos impuso la máxima sentencia posible en todos los cargos. Castigando a los 5 pensaron que castigaban a la Revolución cubana. El plan inicial era que, todos o algunos, traicionaríamos y podernos usar así en un show mediático contra la Revolución. No lo consiguieron y por eso vinieron los 17 meses en celdas de castigo, más otros meses que pasamos en las mismas celdas sin haber cometido ninguna indisciplina. Por eso nos negaron las visitas de nuestras esposas.
–Paradójicamente, mientras a ustedes los condenaban, en Miami circulaba gente con un prontuario muy espeso.
–¡Es increíble! Estados Unidos dice tener una guerra contra el terrorismo. Hay jóvenes norteamericanos que sirven en el ejército y han muerto en otros países en nombre de esa lucha contra el terrorismo. ¡Pero tienen a los terroristas ahí! Todavía hoy Luis Posadas Carriles se pasea libre por las calles de Miami. Posadas Carriles es el autor de un atentado contra un avión de Cubana de Aviación que, en 1976, les costó la vida a 73 personas, es promotor de bombas en hoteles de La Habana que se cobraron la vida de un italiano. Tiene un historial terrorista inmenso y se pasea libremente por las calles. Carriles y otros fueron entrenados por la CIA con el objetivo de derrocar a la Revolución cubana. Hubo un momento en la historia en que la CIA no tuvo nada más que ver con ellos, pero miraron hacia otro lado y han hecho lo que han querido.
–¿Esa fue su misión cuando fue enviado a Miami, investigar a esos grupos?
–Sí, Ibamos a investigar los planes de grupos terroristas como Alpha 66, los Comandos F4, Hermanos al rescate. Estos grupos todavía existen, tienen ahí sus campos de entrenamiento. Lo cierto es que Cuba se quejó muchas veces por las labores de estos grupos ante el gobierno norteamericano, pero Estados Unidos continuó dándoles impunidad a esas personas y, por consiguiente, fue necesario que Cuba enviara a sus operativos para investigar e infiltrar esos grupos, enviar información a Cuba y prevenir los actos terroristas.
–¿Su mirada sobre Estados Unidos y la Revolución cambió?
–Cambió en el sentido de que hoy mis convicciones y mi carácter de revolucionario son más sólidos, al igual que mi amor por el pueblo cubano. Viví 16 años en esas cárceles y en esa sociedad y en esos años compartí en las prisiones muchísimas historias, dramas humanos, vidas de jóvenes que pudieron haber sido ingenieros o doctores y, con apenas 20 años, están condenados a cadena perpetua. Esto es porque hay un sistema que, desde que nacen, les inculca que hay que tener más y pisotear a cualquiera con tal de triunfar en la vida y tener cosas. Es un embrutecimiento total, se trata de un verdadero drama humano. Haber pasado años en Estados Unidos, tanto en la calle como en la cárcel, ha reafirmado mi convicción de que no importa cuántos problemas tengamos en Cuba, tenemos que seguir trabajando para perfeccionar nuestro sistema y nuestro socialismo. Yo no quiero para Cuba nada parecido a lo que viví en Estados Unidos. De todas formas, yo no guardo ningún resentimiento ni ningún rencor hacia Estados Unidos. No siento odio por nadie. Acaso compasión.
–Usted también enfrenta otro cambio: recupera la libertad en otro momento de la Revolución y con el gran enemigo como, tal vez, nuevo aliado. La Cuba durante la cual usted estuvo preso no es la Cuba de su libertad.
–¡Claro, sería raro que fuese la misma Cuba porque entonces estaríamos negando la dialéctica nosotros mismos! Me alegro de que Cuba haya cambiado y de que la mayoría de los cambios sean para bien. Ninguna revolución puede quedarse estática. Estamos confiados en que el pueblo cubano podrá enfrentar los retos a los que se enfrenta con este proceso. Son retos importantes. Hay personas que apuestan por que, a través del abrazo del oso, podrán lo lograr lo que no consiguieron durante más de 50 años de bloqueo, de agresiones y amenazas.
Fuente Página 12
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