por Carlos Aznárez
Publicado 10 julio 2016
Macri no sólo mimó y elogió con un lenguaje digno del cipayo
Gunga Dinh sino que en el colmo de la impudicia provocativa le regaló
frases como esta: “Quienes declararon la Independencia debían sentir angustia
de separarse de España”.
No faltó ningún ingrediente en estos festejos del día de la
Independencia para demostrar que estamos muy lejos de ella. No sólo por lo que
han sido estos últimos seis meses de gobierno neoliberal, sino porque Mauricio
Macri se encargó en todo momento de mostrarse como un obediente y disciplinado
“soldado” de la avanzada derechista regional, lanzando frases al viento que
hubieran hecho enrojecer (de vergüenza y de ira) a los patriotas que
deliberaron en Tucumán en 1816.
Macri no sale de un repollo, ni es producto exclusivo del quehacer
de la embajada de Estados Unidos en Argentina, que tan ardorosamente se movió
estos últimos años para instalar en el gobierno a varios funcionarios de su
propio coleto, sino que MM y sus mentores abrevan históricamente en
convicciones surgidas de la doctrina de aquella generación entreguista de 1880,
que surgida de las elites aristocráticas impuso un devenir político, económico
y cultural al que denominaron “modernizante” y que consistía en ponerse como
meta ser como Londres y Paris, al costo de marginar hasta la exclusión a
amplísimos sectores de la población más humilde y de raíces entroncadas con los
pueblos originarios. Como ahora precisamente intenta hacer el macrismo en base
a despidos, tarifazos, protocolos represivos y otras variantes similares.
Este 9 de julio tuvo en su desarrollo elementos gestuales
que marcan en qué momento histórico estamos parados los argentinos y
argentinas. Reaparecieron después de muchos años de no verlos ni sentirlos, los
militares marchando por las calles, pero también Macri desfilando bajo palio,
rodeado de obispos y sacerdotes en imágenes que recordaban al genocida español
(“por la gracia de Dios) Francisco Franco. MM lo hizo, custodiado por el gran
heredero del franquismo, el Borbón Juan Carlos, al que Macri no sólo mimó y
elogió con un lenguaje digno del cipayo Gunga Dinh sino que en el colmo
de la impudicia provocativa le regaló frases como esta: “Quienes declararon la
Independencia debían sentir angustia de separarse de España”.
No era necesaria
semejante adulonería para justificar la presencia de un personaje ligado a lo
peor del fascismo español, tanto que fue la verdadera dirección del recordado
golpe de 1981, de militares y Guardias Civiles derechistas, conocido como el
“Tejerazo”, y se bajó del mismo cuando vio que la intentona no cuajaba.
El mismo Rey que premió al dictador Videla y colaboró con los ingleses durante
la invasión a Malvinas, amén de todo lo que significó durante décadas para los
naciones sin Estado de la península, llámense vascos, catalanes o gallegos.
De hecho, ese Rey (que fue ruidosamente repudiado y
escrachado por organizaciones populares porteñas) fue uno de los pocos
invitados “ilustres” que aparecieron por Tucumán. Ningún presidente
latinoamericano o europeo aportó por los festejos, y los que llegaron del
continente son todos funcionarios de bajo perfil, como el golpista ministro de
Defensa brasileño Raúl Jungmann, o el vice uruguayo Raúl Sendic hijo, al que su
padre, revolucionario sin máculas, abofetearía si lo viera en estas lides. La
única oveja negra en ese redil, y que no dejó de llamar la atención su
presencia, fue el vice boliviano Álvaro García Linera.
Discursivamente, Macri insistió en los lugares comunes con que acostumbra comunicarse, martillando con que “recibimos un país que estaba muy castigado por la mentira y la corrupción”, para justificar su impronta de tirar abajo cada una de las conquistas logradas en las últimas décadas, embistiendo brutalmente sin construir nada a cambio, salvo arrojar más argentinos y argentinas a la miseria.
Discursivamente, Macri insistió en los lugares comunes con que acostumbra comunicarse, martillando con que “recibimos un país que estaba muy castigado por la mentira y la corrupción”, para justificar su impronta de tirar abajo cada una de las conquistas logradas en las últimas décadas, embistiendo brutalmente sin construir nada a cambio, salvo arrojar más argentinos y argentinas a la miseria.
En su referencia a los
trabajadores (los más castigados por la política neoliberal del Presidente),
les aconsejó paternalmente que se alejen “de lo que pasó en los últimos
tiempos, donde crecieron los ausentismos, licencias y jornadas horarias
reducidas”. En otras palabras, volvió a tratarlos de vagos, ñoquis y otros
términos despectivos con los que el macrismo ha justificado su ataque al
movimiento obrero y sobre todo a los gremios estatales.
Insistió Macri en reiterar eslóganes vacíos como “vamos por
el camino correcto”, “emprendamos nuestro protagonismo con alegría” y terminó
señalando, esta vez en castellano y no en inglés como hizo en su reciente gira,
que “dada la precariedad tuvimos que tomar muchísimas decisiones difíciles que
me dolieron”. De esa forma volvió a dejar en claro que el tarifazo es
irreversible, y para eso contará seguramente con la complicidad de la Corte
Suprema. No por nada, cuando se trasladaba por las calles de Tucumán rodeado de
poco público y sí de miles de efectivos policiales y militares, un ciudadano
argentino, seguramente hastiado de discursos huecos, rompió la censura impuesta
por la transmisión del acto realizada por la TV Pública y gritó nítidamente:
“Mácri hijo de puta”, aportando "otra visión" de la realidad.
Sin dudas, esta jornada del 200 aniversario no tuvo calor de pueblo en sus festejos oficiales, ya que los de abajo de todo el país se reunieron en sus barrios a recordar la fecha y todo lo que falta para alcanzar la Segunda Independencia, agitando sus banderas históricas, entonando canciones y estribillos reivindicativos, comiendo empanadas y locro o tomando mate cocido preparado por las mujeres y hombres del pueblo. Muy lejos de esas imágenes bochornosas que llegaron desde Tucumán, donde con total impunidad se pudieron ver significativos signos del pasado dictatorial a través de carteles que alababan el Operativo Independencia (por el que se asesinó a cientos de jóvenes patriotas) o esos que señalaban “Derechos humanos para los humanos derechos”, en clara referencia a los militares genocidas que se hallan en prisión. ¿Hace falta algo más para saber por qué hay que resistir y luchar?
Sin dudas, esta jornada del 200 aniversario no tuvo calor de pueblo en sus festejos oficiales, ya que los de abajo de todo el país se reunieron en sus barrios a recordar la fecha y todo lo que falta para alcanzar la Segunda Independencia, agitando sus banderas históricas, entonando canciones y estribillos reivindicativos, comiendo empanadas y locro o tomando mate cocido preparado por las mujeres y hombres del pueblo. Muy lejos de esas imágenes bochornosas que llegaron desde Tucumán, donde con total impunidad se pudieron ver significativos signos del pasado dictatorial a través de carteles que alababan el Operativo Independencia (por el que se asesinó a cientos de jóvenes patriotas) o esos que señalaban “Derechos humanos para los humanos derechos”, en clara referencia a los militares genocidas que se hallan en prisión. ¿Hace falta algo más para saber por qué hay que resistir y luchar?
Carlos Aznarez,
periodista y escritor argentino, director
del periódico Resumen Latinoamericano.
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