A 14 años de su partida, no tengo palabras para describir a mi hermano, de verdad, no las tengo. Y si las tuviera, no alcanzarían, porque día a día, año a año, aparecen nuevos recuerdos en mi mente. Tenía un carácter muy fuerte Darío, una impronta marcada que le permitió ser gigante con tan solo 21 años, 21 años mentirosos, que se perdían en la inmensidad del respeto que generaba entre sus compañeros. Marcado por distintas circunstancias de la vida, hubo una que lo transformó y definió para siempre: las necesidades que padecían los vecinos del barrio. Solidario, profundamente solidario, entendía también que debía poner límites, y sabía cómo hacerlo. Juntos, pasamos muchísimas adversidades a lo largo de nuestra vida, pero él siempre las enfrentaba, asumiendo las consecuencias. Y miren si no habrá sido así que aquella noche, el día antes de su asesinato, cuando estábamos todos reunidos en el local de Lanús, preparando la marcha del día siguiente, nos miró con toda su serenidad y nos dijo: “Mañana van a matar compañeros”. Todavía nos sigue mirando. Y sí, es muy fuerte recordarlo así, pero es necesario para poder comprender su lucha, para no abandonarla. Nunca más. Porque eso lo tenía claro mi hermano, tan claro que alguna vez me sentó para decirme: “Mirá, Leo, yo no voy a ver la revolución; pero los hijos de mis hijos sí. Y los chiquitos de nuestros compañeros piqueteros, van a dirigir esa lucha”. En 2002, el pueblo recién estaba despertando de la crisis, pero él tenía fe, tenía mucha fe, en los seres humanos. Entonces, si ustedes me preguntan quién fue Darío, yo les respondería que Darío no fue una persona: Darío fue miles de personas, esos miles de chicos a los que dedicó su vida con todo el corazón, esos miles de chicos que hoy levantarán su bandera, en el Puente Pueyrredón.
La Garganta Poderosa
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