viernes, 25 de marzo de 2016

Argentina. Un regalito para Macri y Obama que lo miran por TV

PorModesto E. Guerrero / Resumen Latinoamericano /adnmarcospaz/ 24 de Mar.2016.-  ¿200 mil?, ¿250 mil asistentes?, entre esas dos cifras rondó la marcha de este 24 de marzo de 2016, quizá la más numerosa de las realizadas en las últimas dos décadas. ¿Por qué? ¿Qué cambió?
Sin duda, al impacto simbólico de saber que pasaron 40 años del golpe de Estado, otro activador fue la presencia de Barak Obama campante como un patrón de estancia en la Casa Rosada, como también la bronca acumulada en tres meses de tarifazos, inflación desmedida e impotencia por una derrota que se podía evitar.
La marcha contuvo una variedad de expresiones políticas y artísticas entre las columnas, que su vistosidad fue de las más llamativas en los últimos años. De todo: teatro, bailes, murgas, saltinbanquis, estatuas vivientes, payasos, pintores callejeros, artesanas, cánticos creativos en letras y ritmos, vestimentas de todos los tipos, banderas multicolores, hasta el prototipo de un buitre enorme simbolizando el dilema más agudo del país.
Llamó la atención las columnas de sindicatos y gremios que antes eran poco o nada visibles, como Luz y Fuerza de Mar del Plata, bibliotecarios, periodistas desahuciados del Grupo 23, científicos del Conicet, adolescentes de Centros Culturales, lesbianas del INADI, ingenieros de la UTN, artistas del IUNA, tamberos desesperados y otras agrupaciones de despedidos: cada una arrimó centenares o algunos miles de participantes a una marcha que entendieron como su campo de batalla, o de resistencia, a las decisiones económicas de un gobierno que los dejó en la calle de la noche a la mañana.
Si calculamos a tres persona por metro cuadrado, un método confiable para aproximarse a una masa de gente desplegada, se puede sumar alrededor de un cuarto de millón de manifestantes. Entre las 4 y las 7.30 de la tarde, exactamente 14 cuadras de la Avenida de Mayo estuvieron repletas casi sin moverse, además de unas seis calles laterales medio llenas.
¿Se esperaba el gobierno tanta gente en la vereda de enfrente, y con tanta energía vibrando por las calles de Buenos Aires? Seguramente no, en su fiesta privada con Barak Obama, las multinacionales visitantes, el show televisivo por la presencia de “las bestias”, la cena de gala con el jet set porteño y la Embajada de los Estados Unidos.
Posiblemente desde el intento golpista de Semana Santa de 1986, no se veían columnas enormes de banderas rojas junto a columnas enormes de banderas blancas peronistas, y de innumerables personas sin partido, revelando un acumulado de fuerza social, preocupante para cualquier gobierno neoliberal, similares y conexos.
Lo de ayer fue una verdadera demostración de fuerza contra lo que hace la actual administración en materia económica, política, cultural y geopolítica.
Esta demostración de fuerza es el límite social de Cambiemos y Mauricio Macri. La prueba de que el consenso ganado en los medios y en una parte muy importante de la población media y pobre, no es suficiente para sostener una gobernabilidad basada en tarifazos, inflación, pago de deuda, despidos, control social punitivo y Protocolo de Seguridad.
La monumentalidad de la marcha le dijo a Cambiemos y al gobierno, que lo ganado en la Cámaras legislativas, en los tribunales de New York y en la prensa nacional, los habilita a pagar a los buitre el próximo 14 de abril, pero no los legitima para hacer lo que les da la gana. Ahí nace el límite de Macri.
La derecha más explícita, concentrada y pro estadounidense ha conquistado Argentina, como lo hizo en el parlamento venezolano y luego en el Reféréndum boliviano del 24 de febrero. Eso es tan cierto como que se trata de una victoria sólo electoral, sin efectos de derrota social, por ahora, para los trabajadores, los pobres, profesionales medios, y sobre todo para la resistencia militante organizada en este y aquellos países.

Sólo falta convertir la demostración de fuerza desplegada ayer, en capacidad política, despojada de sectarismos primitivos, para resitir a escala nacional, sin abdicar de banderas y programas, pero detrás de por lo menos un objetivo común: impedir que la victoria electoral de noviembre se convierta en una victoria social y moral, con la aplicación de un plan de ajustes que destruirá la capacidad de acción de los asalariados y los profesionales, frente a un capital tan concentrado y hábil, que logró instalarse en la Casa Rosada y convertirla en la sucursal rioplatense del Departamento de Estado.

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