sábado, 18 de junio de 2016

MILITANCIA DE LA TERNURA. (APE) Por Alfredo Grande


(APe) No perdamos la ternura jamás, enseñó nuestro Che. Y nuestro Morla (*) nos enseñó que con ternura venceremos. La ternura por lo tanto no es solamente un devenir afectivo. Es una política deseante. Y cuando digo política, me refiero al movimiento real de la lucha de clases.
Para el psicoanálisis implicado, marco teórico y político desde el cual escribo (mi primer libro editado por APe “Crónicas de Trapo” lo explicita en la tapa) la subjetividad es el decantado identificatorio de la lucha de clases. O sea: nuestra mente se forma como fotos y videos que registran nuestras experiencias incluso antes del nacimiento. Y si tuviéramos que organizar ese álbum de fotos y videos que construyen nuestra mente, podemos hacer una divisoria de aguas muy contundente: las imágenes y audios que nos hablan de deseos y las imágenes y audios que nos gritan de mandatos.
Es lo que denomino el paradigma de la simplicidad. Lo simple no se opone a lo complejo, pero enfrenta a lo complicado. La complicación siempre es una estrategia del poder para que nadie entienda nada, o para que nadie entienda lo mismo. Estrategia de la cultura represora de revolver todos los ríos para aumentar las ganancias de los pescadores corruptores. Si la fe es otro de los nombres del deseo, la cruzada es otro de los nombres del mandato. Cualquier política que tolera o auspicie el pasaje del deseo –causa a la cruzada-mandato-, abandonará más temprano que tarde sus más nobles intenciones y se hundirá en los pantanos pestilentes de la historia.

Si los designios de Dios son siempre inescrutables, los designios del Diablo son transparentes. Subordinación sin valor para defender a la patria de los patrones. La subordinación es incompatible con cualquier forma de ternura. La subordinación anticipa formas larvadas y amplificadas de crueldad. La ternura militante exige abandonar todas las jerarquías y sostener las creativas asimetrías. Exige abandonar la arrasadora autoridad y sostener el despliegue instituyente del ascendiente. O sea: de sostener el trípode de la implicación: coherencia, consistencia y credibilidad. Las personas, organizaciones, colectivos políticos y sociales en las cuales creemos, tienen en nosotros ascendiente.
En la cultura represora cuanto menos ascendiente se intenta construir más autoridad. El ascendiente es la magia que nos permite sentirnos “en buenas manos”. Y dar y recibir ternura sin fantasías persecutorias que siempre impiden los procesos de pensamiento y sentimiento. Organizaciones como: En Red de Mar del Plata, La Comunidad Homosexual Argentina (CHA) el Seminario de Formación Teológica, la Fundación Pelota de Trapo, tienen ascendiente sobre mí. Pero no autoridad. En la lógica patriarcal, se privilegia la autoridad sobre el ascendiente. Por eso los interminables debates sobre si el padre puede ser amigo del hijo.
La ternura no tiene buena prensa en la cultura represora. Es sinónimo de blandura, de timidez, de femineidad, incluso de cobardía. Lo que se opone a la ternura es la crueldad, no la
violencia. En lo que denomino “crueldad de género”, el victimario usa la ternura como una estrategia de sometimiento. Hay una falsa ternura tan peligrosa como la verdadera crueldad. Por que nos ablanda, nos anestesias, nos atonta. No todos somos astutos como Ulises para resistir los cantos de tantas sirenas. Un atajo suicida es construir una ternura por mandato. El mandato de la ternura no es tierno. El mandato revolucionario es reaccionario.

Todo mandato, especialmente aquellos por los que tenemos simpatía, son peligrosos. Pienso en: “¡Sean como el CHE!”. Imperativo que exige un logro imposible. Me atrevo a pensar que el CHE no estaría demasiado de acuerdo. La idealización es enemiga del ideal. Y la ternura, la militancia en la ternura, es para mí un ideal. Pero no la idealizo. Podemos ahorcarnos con una chalina de seda. A los ideales podemos pensarlos. Las idealizaciones piensan por nosotros. Hay una ternura primaria, fundante, que la denomino “muerte de meta inhibida”.
En los animales hay un mecanismo que se denomina: “inhibición de la agresión intra específica”. Nada de eso sucede en el culturalizado animal que somos. La cultura represora arrasó con ese mecanismo. El ataque al inerme, al débil, al herido, al desafiliado, al triste, al pobre, al enfermo, es endémico. Recibe diferentes denominaciones seudo científicas que no vienen al caso ni al ocaso. Pero hay una ternura que es resultante de inhibir esa muerte tempranísima. Y sobre esta ternura primaria se desarrolla la ternura secundaria: amor de meta inhibida. Amor sexuado de meta inhibida. Ternura secundaria que el pedófilo arrasa. Militancia en la ternura porque las ternuras se transitan. Y forman parte de nuestra subjetividad deseante.
Única palanca que moverá el mundo imposible en el que vivimos para construir el mundo posible que nos merecemos.
(*) Alberto Morlachetti.
Edición: 3177

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