viernes, 24 de febrero de 2017

Cuba: La verdadera Operación Fangio

Extraído del afamado hotel Lincoln, en la calle de Galiano, la acción se realizó como protesta propagandística y de boicot a la competencia de F1 que debía ocurrir al día siguiente en la Avenida del Malecón
Ernesto Montero Acuña
digital@juventudrebelde.cu
23 de Febrero del 2017 11:09:38 CDT
Por ironía de las circunstancias, Juan Manuel Fangio, pentacampeón de Fórmula 1, le pidió al chofer del auto en que lo conducían, que manejara más despacio por la capital cubana para evitar algún incidente, cuando un comando del Movimiento 26 de Julio lo retenía por algo más de 24 horas.
Extraído limpiamente del recibidor del afamado hotel Lincoln, en la muy céntrica calle habanera de Galiano, la acción se realizaba como protesta propagandística y de boicot a la competencia de F1 que debía ocurrir al día siguiente en la Avenida del Malecón.
El movimiento revolucionario había planeado el hecho con absolutas mesura y pulcritud, incluso con antecedente en 1957, cuando se produjo la primera competencia de aquel tipo, aunque entonces las circunstancias no fueron propicias para una acción semejante.
El plan fue diferido en espera de mejores condiciones, sobre todo para evitar riesgos innecesarios al afamado corredor argentino, a quien los organizadores invitaban al torneo como gran figura de la competencia.
Temprano en la noche del 23 de febrero de 1958, integrantes de la acción se presentaron en el recibidor del hotel, donde el automovilista se preparaba para partir hacia una cena con amigos, y lo conminaron a salir con ellos hacia la calle de Virtudes, aledaña.
Los miembros de la seguridad del automovilista fueron advertidos sobre que no iniciaran acción alguna contra los integrantes de la operación rebelde, quienes portaban armas adecuadas para sus efectivos propósitos, siempre bajo la premisa de impedir algún daño al objetivo de su operación.
Horacio, el chofer alertado por Fangio, se refiere al hecho en su libro Por las ideas del Moncada, de la editorial Verde Olivo. Hoy, el médico en ejercicio y coronel retirado Ángel Fernández Vila, su verdadero nombre, cuenta que el dictador Fulgencio Batista había reeditado en 1958 el Concurso Internacional de F1 de 1957, con el objetivo de promover otra vez la imagen de un país en paz.
En sentido contrario, el Movimiento 26 de Julio en La Habana, encabezado por el ya fallecido Faustino Pérez, consideraba que la mejor manera de evitar aquel propósito sería impedir que participara quien era considerado la estrella del evento, el muy afamado cinco veces campeón mundial.
Para ello, la sección de propaganda debía investigar, a través del comentarista deportivo Elio Constantín, entonces activo colaborador del 26 de Julio y años después en funciones de dirección en el periódico Granma, la llegada del corredor y también las actividades que realizaría antes de la carrera prevista para la mañana del 24 de febrero.
El ya fallecido comentarista tendría que coordinar entrevistas, noticias y reportajes que se realizarían durante la retención del automovilista, tanto por la prensa nacional como por la internacional, aprovechando la suspensión provisional de la censura que regía en el país, impuesta por la dictadura.
El peso principal de la acción les correspondería a Oscar Lucero Moya, jefe de acción en La Habana; y a Manuel Uziel, Primitivo Aguilera, Manuel Núñez, Ángel Payá, Carlos García, Reinaldo Rodríguez y Ángel Luis Guiu, siete hombres seleccionados y entrenados para aquel tipo de operaciones.
El destacado revolucionario Fernández Vila refiere que él condujo el auto al cual se trasladó a Fangio, en una segunda fase, luego de extraerlo del hotel en otros vehículos, los cuales podrían ser identificados por la seguridad oficial, y lo trasladó hacia una casa de la calle 22, entre 15 y 13, en el Vedado habanero.
Viajaban también en el segundo automóvil los combatientes clandestinos Arnol Rodríguez, jefe de propaganda del 26 de Julio; Oscar Lucero y Manuel Uziel, todos ellos armados como correspondía para la acción.
La preparación venía desarrollándose desde la llegada del argentino al aeropuerto de Rancho Boyeros. Debido a esto se acordó que el momento más oportuno y menos esperado por la seguridad sería en el hotel, cuando se dispondría a partir hacia otro lugar público.
Fernández Vila recuerda que la captura en el recibidor se llevó a cabo en medio de la sorpresa, incluso de la seguridad, la cual quedó paralizada, sin atreverse a actuar. De inmediato se le trasladó a la dirección referida, donde se le presentó a Faustino Pérez, y luego se le condujo a la casa número 42 en Nuevo Vedado, donde permanecería más tiempo.
Durante la noche del 23 y todo el día 24, Fangio estuvo atendido por la dueña de la primera vivienda y por las hermanas Agnes y Aymee, colaboradoras del 26 de Julio; y por Faustino Pérez y Marcelo Salado, quienes conversaron amistosamente con el campeón, se excusaron por las molestias y le explicaron la causa de la retención.
Concluida la competencia, luego de un trágico accidente, el automovilista fue devuelto por Arnol Rodríguez, Emma Montenegro, Berta Cuervo y Germán Piniella, como chofer, a los diplomáticos de su país en un apartamento del piso once, en la esquina de las calles 12 y Tercera, en el Vedado, a las once de la noche del día 24.
Sobre el hecho existe una película, en la cual se entremezclan alusiones y acciones violentas que no ocurrieron, asegura Fernández Vila. En la primera morada sí estaba herido el joven ingeniero Ramonín García, a quien se atendía de severas quemaduras recibidas en la preparación de otro hecho, que no guardaba relación con el corredor.
En cuanto a la conducta del afamado automovilista, Fernández Vila comenta que, a propósito de aquel herido, dijo: «¡Cuánto sacrificio muchachos... cuánto sacrificio!». Y acerca de su retención revolucionaria le expresó a Faustino Pérez en el segundo lugar donde lo alojaron, refiriéndose a Oscar Lucero y a Manuel Uziel: «Felicite a estos muchachos, que lo hicieron muy bien; y a todos los demás, ya que cada uno supo cumplir su cometido».
Admirable fue su expresión ante los diplomáticos de la embajada que lo recibían, al identificar a quienes lo devolvieron: «Estos son mis amables secuestradores, mis amigos los secuestradores». Luego declaró ante la prensa: «No experimento rencor alguno contra mis captores; y si lo hecho por los rebeldes fue por una buena causa, entonces, como argentino, yo la acepto como tal».
A casi 60 años del hecho, Fernández Vila refiere sobre los que llama rasgos humorísticos del automovilista, que, algo nervioso y preocupado por el intenso movimiento de vehículos de la dictadura en la persecución de ellos, él aceleró el auto en que lo conducía, debido a lo cual fue tocado de inmediato en el hombro por el «involuntario pasajero», quien le aconsejó: «Pues ándele despacio y verá que todo sale bien», lo que hizo reír a sus captores.
Quizás la mayor burla hacia los cuerpos represivos de la dictadura, que no hubieran dudado en ultimarlos a todos, incluso al corredor, la pronunció el tan buen automovilista como humorista, cuando exclamó sonriente sobre los persecutores: «¡Mi esposa ya me hubiera encontrado!», como expresión máxima del fracaso que fue su búsqueda y también como elogio de una acción que resultó muy bien ejecutada.
Tomado de Prensa Latina

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