lunes, 6 de febrero de 2017

La luz de quien nace todos los días

Era 6 de febrero y se escuchó el llanto de vida de Camilo Cienfuegos. Ahora, sin embargo, no surge entre el sollozo de un alumbramiento, sino desde la voz del pueblo, los niños que pintan su sombrero alón y la juventud que busca saber un poco más sobre quien fuera uno de los combatientes más temerarios y joviales del Ejército Rebelde

Camilo Cienfuegos Foto: Perfecto Romero
Yunet López
digital@juventudrebelde.cu
4 de Febrero del 2017 22:23:26 CDT
Era 6 de febrero y se escuchó su llanto de vida. Meses después un niño aprendía a correr por las calles de Lawton, y pasadas otras lunas, se bañaba en la corriente del Almendares. Los soles siguieron bajando. Se volvió un joven sastre; pero nadie imaginó que quien deslizaba la tela y ensartaba la aguja, manejaría después las armas en la guerra.
Camilo, el muchacho de 24 años que, tras desembarcar en un pequeño yate por Los Cayuelos, llegó hasta la Sierra Maestra, el mismo que llevó a finales de la contienda su columna invasora hasta occidente y burló un 28 de octubre tempestades y caídas, sigue naciendo como aquel febrero, hace 85 años.
Mas, ahora no surge entre el sollozo de un alumbramiento, sino desde la voz del pueblo, los niños que pintan su sombrero alón y la juventud que busca saber un poco más sobre quien fuera uno de los combatientes más temerarios y joviales del Ejército Rebelde.
Hay hombres que empiezan a vivir todos los días. Por eso a través de amigos, familiares, compañeros de lucha o las páginas de la historia, nos encontramos dondequiera al barbudo risueño de las fuerzas de Fidel, que acostumbraba a hacerles bromas a muchos.
Así, jaranero y alegre llegaba Camilo hasta los recuerdos de Vilma Espín, quien contaba que durante los primeros meses de 1959, «cuando vivíamos en Ciudad Libertad, se celebraban en la habitación de Raúl y mía muchas reuniones. Cuando Camilo salía, y como ya lo conocíamos, teníamos que registrarlo porque acostumbraba a llevarse, por broma, un montón de cosas en los bolsillos, y me dejaba las almohadas pintadas de corazones y con letreritos de las cosas que se habían estado conversando».
Dicen algunos que hay que ir hasta el mar para estar más cerca de él; pero el comandante iluminado de los cien fuegos camina estos días por Lawton y San Francisco —donde hizo sus primeros estudios y cuentan que estaba enamorado—, y recorre con su sonrisa invencible las calles de Cuba.
Dicen que hay que ir a donde las olas, pero él regresa hasta en las flores que lanzan cada octubre a las aguas del río donde se bañaba de niño. Camilo avanza en la voz y en las ideas de los muchachos de hoy, y desde su imagen de luz en la Plaza de la Revolución, otra vez nos alumbra con cien fuegos su rostro, como aquel febrero hace 85 años.

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