lunes, 18 de abril de 2016

EL MUNDO › OPINION Los contrastes brasileños Por Emir Sader

A los contrastes que caracterizan a Brasil, hay que agregar otro: el paisaje de ayer domingo 17 de abril presentó el contraste entre las más amplias manifestaciones de masa que el país haya conocido y la decisión más antidemocrática tomada por un Congreso que no refleja nada de la sociedad, cercado por 200 mil personas en contra el golpe.
La votación fue fijada para un domingo por Eduardo Cunha, el nefando presidente de la Cámara, porque creía que los favorables al golpe colmarían los espacios públicos, en particular alrededor del Congreso. Pero todo resultó lo contrario: fueron los antigolpistas que congregaron a cientos de miles de personas en cientos de ciudades. Por primera vez Copacabana no fue el escenario de los derechistas, sino que las comunidades de las favelas bajaron para hacer su música funk, copando la playa.
El que mirara a la sociedad brasileña, diría que el golpe estaría derrotado. Pero el Congreso es otro mundo. Aun cuando el PT triunfó en las urnas por cuarta vez consecutiva, la composición del Congreso cambió considerablemente de forma negativa. Siendo el último Congreso elegido con financiamientos empresariales, la derecha concentró ahí su fuerza y logró imponer el peor Congreso que Brasil haya tenido en democracia. Controlado por los lobbies del armamento, de las religiones fundamentalistas, del agronegocio, de los planes privados de salud, de los medios privados de comunicación, de la enseñanza privada.
Por otra parte, los movimientos sociales y populares no tienen tradición de elegir sus bancadas de parlamentarios. Mientras los intereses privados en salud y educación tienen sus bancadas, no hay representantes parlamentarios de la enseñanza pública ni de la salud pública. Sin hacer referencia a todos los sectores sindicales, además de los de la juventud negra, de mujeres, de periodistas, estudiantes, entre tantos otros.
Es un Congreso blanco, de adultos, de hombres, de clase media alta y de estratos ricos de la sociedad, en gran medida. Hay 3 representantes de los trabajadores rurales y un enorme lobby de dueños del agronegocio, lo inverso de como es la situación en el campo brasileño.
Es así que es posible ese contraste entre las calles y el Plenario de la Cámara de Diputados. Siendo el último Congreso con financiamiento empresarial, el movimiento popular, fortalecido como nunca con estas movilizaciones, podría llegar a la conclusión de que sólo habrá un Congreso progresista si los movimientos populares eligen sus propios representantes, a fin de contribuir a superar ese grave nudo político en Brasil.
El otro inmenso contraste es de carácter moral: el político más corrupto de Brasil, reo por escándalos de desvíos de dinero, incluyendo cuentas no declaradas en Suiza, promovió por venganza –porque el PT adhirió a que él sea procesado por la comisión de ética de la Cámara–, que se lleve a cabo un proceso de impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff sobre quien no hay ninguna acusación de improbidad y sobre quien hacen acusaciones de irregularidades administrativas en el presupuesto. No puede haber contraste humano y moral más grande que entre Eduardo Cunha y Dilma Rousseff.
Qué pasará ahora en Brasil. La crisis, en lugar de ser superada, se ahonda. Sea por un período de indefinición institucional, hasta la primera votación del Senado con mayoría simple, la participación del Supremo Tribunal Federal y la votación final del Senado, que se debe pronunciar por dos tercios sobre el impeachment, como decisión final.
Si ya estaba paralizado, el país ahora va a quedar en suspenso, hasta la decisión final del Senado, donde la derecha no tiene los dos tercios que necesita. Nadie cree que un gobierno de Michel Temer, en caso que llegue a existir, pueda tener lo mínimo de estabilidad para sobrevivir a la crisis brasileña, que incluso promete un duro ajuste fiscal. Se va a chocar con un movimiento de masas más fuerte que nunca y con el liderazgo político de Lula. La perspectiva más probable es que se llegue, al final de una crisis institucional que no tiene hora para concluir, a nuevas elecciones directas, incluso antes del 2018, donde el nombre de Lula, con estas espectaculares movilizaciones populares, despunta como el gran favorito. Otro contraste en este país de tantos contrastes

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